martes, 22 de diciembre de 2015

LA REFLEXIÓN POST-ELECTORAL


           Tras la jornada electoral, concluida la larga campaña propagandística de las opciones en liza y vistos los desiguales resultados que arrojan las urnas, cabría hacer un análisis sereno y concienzudo de estos resultados que reflejan una dispersión del tradicional voto en diversas fuerzas políticas –algunas de ellas de nueva creación- y dan lugar a un Congreso fragmentado sin claras mayorías, que obligará a dialogar para hacer las necesarias componendas que se traduzcan en políticas concretas de gobierno, como se corresponde al sistema parlamentario que rige nuestro régimen constitucional.
            Ante esta realidad, no parece muy elegante confundir a la ciudadanía reclamando la formación de gobierno para el grupo más votado (que es la minoría mayoritaria, dado que ninguno ha logrado mayoría absoluta), y en razón a las reglas del juego democrático del sistema parlamentario (que elige diputados –no gobierno-) habrán de ser los diputados los que traten de generar una mayoría estable de gobierno en el seno de la cámara legislativa para la generación del ejecutivo. Y tal proceder –guste más o menos- es el que responde al sistema constitucional que se pactó en la transición, del que ya se sabía que conlleva épocas de mayor estabilidad e incluso mayorías absolutas y épocas de inestabilidad por la ausencia de tales mayorías, que han de generarse con el ejercicio paciente de diálogo y subsiguiente negociación para lograr acuerdos. En los primeros casos, se le critica por los “rodillos” de gobierno en los que una mayoría en el gobierno da la espalda a la oposición, hasta su casi total anulación (que apenas puede operativizar su labor constitucional de control de gobierno, dada la frágil división de poderes del Estado con la que se construyó y desarrolló el sistema constitucional español de la transición); y por el contrario, tenemos el polo opuesto, ausencia de mayorías y fragmentación parlamentaria con débil gobernabilidad. Cuestión distinta es que se planteara una revisión constitucional y un subsiguiente cambio hacia un sistema presidencialista.
            En tal marco constitucional, con una ley electoral que prima a los dos partidos más votados (junto a la concentración del voto –en un claro favorecimiento de nuestros ingenuos constituyentes, de los nacionalismos separatistas, pues ni con eso se han contentado-), nos lleva a una injusta hiper-representación política de los dos partidos más votados (de ahí que el sistema electoral favorezca de raíz el bipartidismo) y a los partidos nacionalistas (catalanes y vascos en permanente pugna soberana con el Estado Nacional de España) que los posiciona la mayoría de las veces como árbitros dirimentes de la formación del gobierno de España –del que paradójicamente pretenden desvincularse-, lo cual ha sido nocivo para España y en los momentos actuales puede resultar incluso letal.
            Por consiguiente, la formación de gobierno en esta situación tan fragmentada es muy complicada, requerirá mucha negociación, humildad, generosidad de miras, etc., sobre todo si no se quiere “rendir plaza” a los enemigos del Estado, cuyas condiciones para obtener su apoyo son en principio y quizá de forma invariable, contrarias a la esencia misma de la Nación Española. Lo cual, habría de prevenir a los próximos estadistas para un acuerdo de Estado de urgente reforma de la Constitución (sobre su sistema de gobierno, la legislación electoral, el sistema territorial del Estado y la defensa clara del “Estado Social” –que parece estar en el fondo de este complejo resultado electoral-).
            Dicho lo cual, cabría reflexionar sobre el cambio producido en la sociedad española para dar cabida a nuevos actores políticos en el marco de una profunda crisis económica y política. Pues tal hecho revela, que a una parte importante del cuerpo electoral no le han satisfecho las soluciones dadas por los partidos tradicionales de gobierno (PP y PSOE), en el caso de los socialistas por su trágico final –que negando la crisis, dejaron al país al borde del colapso económico y hubieron de plegarse a los “poderes fácticos mercantiles”-; y en el caso de los populares, por una gobernabilidad vicaria (según los dictados de Bruselas y Berlín, que ha primado los intereses de los acreedores de la deuda española a los propios españoles víctimas de la crisis económica), que carente de sensibilidad social hizo recortes sociales (cuando más necesarios eran los servicios públicos) y rescató económicamente a parte de la banca española, condonando fiscalmente, también a grandes defraudadores fiscales, manteniendo un sistema fiscal profundamente injusto y una arrogancia de gobierno que le ha indispuesto con parte de los actores políticos de la oposición y de los territorios periféricos en contestación (Cataluña, País Vasco, etc.), que ahora le cierra puertas para los necesarios acuerdos de gobernabilidad.
            Pero sobre todo, por la comprensiva –y hasta condescendiente- actitud en relación con la corrupción política de ambas formaciones, a una de las cuales se le ha colado hasta el “tuétano” la infección, pese a su indecente disimulo. Todo lo cual, ha estado reportando a la ciudadanía un “mensaje político pre-fabricado”, artificial, de poca convicción y solidez, en definitiva poco creíble. De ahí la pérdida de votos de ambas formaciones y del consecuente protagonismo en la vida política actual, que le obliga a compartir espacio y poder político con nuevas formaciones que han surgido del “tremendo enfado popular” por tal grado de “autismo político”, falto de coherencia y sinceridad.
            Y es que si al PP le envolvían sus casos de corrupción nacional, madrileño, valenciano, etc; al PSOE le ocurría lo mismo con los ERE´S de Andalucía. Pero sobre todo, ha sido su falta de reflejos políticos para reaccionar con rapidez contra estos hechos, junto al distanciamiento de la calle, que ha reflejado hasta insensibilidad en casos tan dramáticos como los desahucios hipotecarios (sin dar alternativas sociales al problema de la vivienda, que se reconoce como mero “adorno constitucional”, y lo que es peor, negándose a un cambio de la ley hipotecaria que reconozca la “dación en pago”).
            Sin embargo, viendo la génesis y trayectoria de las dos nuevas alternativas en liza (CIUDADANOS y PODEMOS) habremos de convenir que son dos soluciones de repuesto por la derecha y por la izquierda, respectivamente, que obligará a PP y PSOE a definir mejor sus posiciones y a hacer apuestas políticas más claras, dado que la ambigüedad habitual en la que han estado moviendo (tanto por la derecha –el PP- como por la izquierda –el PSOE-) no da la respuesta política que esperaba su base electoral, de sintiéndose abandonada ha ido al reclamo de las nuevas formaciones.
            Aunque tanto CIUDADANOS como PODEMOS habrán de ajustar mejor sus posicionamientos, ya que mientras la primera ha jugado a un centro izquierda para “pesca electoral” por el centro en ambos “caladeros” de derecha e izquierda, su naturaleza política liberal le ubica indefectiblemente en un centro derecha, lo que obliga al PP a recomponerse mejor en su ámbito de derechas, o a fagocitar a la formación de Rivera, si sigue mostrando su imprecisión neófita, falta de vertebración y compromiso ideológico (ya que no puede ser un refugio de “fugas ambidiestras”), ni como aún se muestra un “partido de aluvión” –mero cartel electoral-.
            Por su parte PODEMOS –que también jugó al enmascaramiento ideológico, con su inicial idea de “transversalidad”- tiene la facilidad de llegar a los “desheredados” de la crisis, acaso analiza adecuadamente la situación política y social (pues no le faltan expertos sociales en sus filas), pero su génesis asamblearia puede darle algún que otro problema de liderazgo, además de que para recomponer la izquierda española (que sería la gran empresa que habrían de acometer) habrían de abandonar cierta “mitología de la épica comunista” y girar hacia un “eurosocialismo” propio de los Estados del Norte de Europa que asiente el “Estado del Bienestar” a todo trance y defienda a la clase trabajadora de este país sin ambages y con dignidad.

            De unos y otros depende su futuro próximo en la escena política española y sobre todo el destino de los españoles que ya va siendo hora que merezcamos justicia, dignidad, paz y respeto.