En este 15
de mayo de 2016, varios años después del espontáneo movimiento socio-político
que arrancó en esta fecha y llevó a muchos indignados con el sistema económico
y político a salir a las calles y plazas de las principales ciudades del país,
bajo el grito de “no nos representan”, espoleados por una dura crisis económica
que ponía de relieve la no menor crisis política y ética del país, que dio lugar
al conocido movimiento del “15-M” que diversos sectores de izquierda han
querido capitalizar y finalmente ha terminado estabulándolo.
En este día, se hace necesario hacer
memoria de lo que ese movimiento representaba, de sus causas y sus objetivos,
así como de su evolución hasta su progresiva domesticación y dilución por el
propio sistema que tanto criticaban.
Al parecer la causa de la
indignación era doble: de un lado una dura crisis económica derivada del
injusto capitalismo desbocado –sin control legal ni político- que generó una
gran “estafa planetaria” en circuitos crediticios y financieros virtuales que
sólo tenían que ver con la realidad el grado de injusticia y desmesura con que
se habían conducido con unas dimensiones globales que lo hacían aún más grave en
sus perniciosos efectos dañinos. Aunque los líderes políticos –empleando la
diligencia que no tuvieron para evitarlo- acudieron rápidamente al rescate de
bancos, cajas de ahorros y demás entidades financieras, con el dinero de todos
(que prometieron se recuperaría, sin que se haya verificado tal promesa
inicial, de la que al parecer ya nadie se acuerda), mientras que la ciudadanía
perdía por millares y millones sus empleos y con ello sus ingresos, a su vez sus
casas hipotecadas y finalmente eran desahuciados (en muchos casos por los
mismos que habían ayudado los gobiernos a ser rescatados). Así se dio la
paradoja que la UE salió en defensa de su moneda (el sacro-santo “euro”),
mientras a los ciudadanos de las naciones más duramente castigadas por la
crisis se les imponían severas penas financieras (que sus propios gobiernos
traducían en recortes en los servicios públicos esenciales, que cínicamente
serían negados) con lo que la situación de progresivo empobrecimiento se fue
dando en una diabólica espiral que sólo el tiempo ha ido remediando
parcialmente –como si de un huracán u otra tragedia nos hubiera asolado-. Todo
ese ambiente era el que nutrió la indignación de una sociedad que además veía
cómo además la corrupción política llegaba a cotas inauditas, con muestras
groseras de impúdica avaricia y desconsideración en no pocos de los políticos
afectados, ante el cómplice silencio de los aparatos políticos (a diestra y
siniestra, como si todos estuvieran en un vergonzante silencio autoculposo).
En tal contexto se desencadenó el
fenómeno de los indignados del 15-M, que salieron a protestar a las plazas
públicas, concitando a miles de desheredados del sistema político y económico
(el mismo que asume con indolencia cifras de paro del entorno al 20 y 25% como
semipermanentes), el mismo que ha establecido una fácil y provechosa
permeabilidad público-privada, con “puertas giratorias” en las que se habían
acomodado los dos grandes partidos políticos de alternancia en el poder, junto
con los partidos nacionalistas dominantes en territorios separatistas y los dos
grandes sindicatos del sistema, cada uno con sus intereses.
Pasó el tiempo y los indignados se
fueron tranquilizando, hicieron su particular “terapia colectiva” en sus
asentamientos públicos, donde el poder los toleró como una molestia menor a la
espera que se fuera diluyendo con el transcurso del tiempo. ¡Lo que así
sucedió!.
Bastó que algunos supieran recoger
arteramente el caudal político de la protesta, con una pública exposición de la
queja, con un certero diagnóstico de la situación, e incluso con un lenguaje
audaz e inteligente que calificaba de “casta” a la clase política oficial y
señalaba las afrentas a las que había sometido a la parte más débil de esa
sociedad, para que gran parte de los desheredados del sistema les siguieran “cual
flautista de Amelín”. Y así surgió PODEMOS, nueva formación política, que
pretendiendo alcanzar el poder evitaba su etiquetado político (hablando
tibiamente de “horizontalidad”), cuando en realidad parte de su cúpula
(ideólogos y promotores iniciales) comulgaban con el comunismo y habían
abandonado el PCE e IU por considerarlos poco operativos en su formulación de
una nueva estrategia de alcance del poder, única meta deseable –al decir de
algunos de sus mentores- para lograr los pretendidos objetivos de un auténtico
cambio socio-político, que apenas se atrevían a tildar de revolucionario. Si
bien tuvieron el mérito político de aprovechar una estimable quiebra social en
nuestro país que demandaba más justicia social y drásticas reformas políticas
más participativas que al tiempo fueran regeneradoras del mal de la corrupción
que también comprometía la gobernabilidad institucional del país.
Pero sometido a las urnas el
proyecto de PODEMOS (que también padece los efectos de su rápido crecimiento y
aluvión de militancia), empieza a evidenciar un techo político en una orquilla
entre el 15 y el 20% del voto, acaso por el excesivo protagonismo de su líder
(que por otra parte, requiere apoyos de grupos afines autonómicos), por su
inexperiencia de gobierno y su proclividad ideológica a fórmulas comunistas
sudamericanas que han mostrado palmariamente su fracaso (en los órdenes
político, económico y social). Y sobre todo, porque en el entramado de la UE un
partido de izquierdas con un programa auténticamente socialista o comunista no
tiene virtualidad práctica en el ámbito de la UE (donde la política monetaria
es común al euro y la marca Bruselas, y en consecuencia la política económica y
hacendística de los Estados miembros, lo que de suyo condiciona cualquier política
por imperativo del guión europeo), como ya se ha mostrado con Siryza en Grecia
y con los respectivos socialismos más moderados en Francia, Italia y Portugal.
Luego o se apuesta por una auténtica revolución política y económica (que
naturalmente nos pondría fuera de la UE), de inciertos resultados, o realmente,
cualquier alternativa de izquierdas en un país de la actual UE apenas tiene
margen para hacer auténticas políticas de izquierda, o al menos, apenas en el
ámbito socialdemócrata (del anhelado “Estado del Bienestar”). Y tal es la
tragedia de la izquierda europea en la actualidad en la UE, pues o traiciona a
su electorado (asumiendo las políticas neoliberales de la UE) o traiciona a
Bruselas y recibe las consiguientes sanciones y correcciones de la UE (por
aplicar políticas socialistas de izquierda).
Tal es el auténtico problema que
tienen los partidos que se proclaman de izquierdas en la UE, y en particular en
España, y eso habría de tratarse públicamente para que la ciudadanía española y
la ciudadanía europea decida si realmente no hay otras alternativas a las que
actualmente presenta la UE, o si por el contrario fuera posible otra UE más
social y solidaria.
Entre tanto, maniobras como las
alianzas electorales de PODEMOS e IU no
dejan de ser intentos y estrategias de alcanzar poder (ese mismo que se
criticaba en las plazas del 15 M) y que no sabemos si les dará opción de
gobierno hasta tanto el pueblo soberano no se pronuncie. Pero no deja de ser
una recomposición más de la izquierda en busca del necesario apoyo para
alcanzar un poder institucional que se les resiste, acaso por la escasa
convicción de sus resultados a la vista de las contradictorias políticas de sus
homónimos en Grecia que llegaron al poder con un discurso que hubieron de
abandonar doblegados y humillados por el imperativo del capital europeo (al que
le bastó “recordarle la soga en casa del ahorcado”).
Más allá de ese núcleo gordiano de
la cuestión política-económica y social apenas tienen importancia los
tradicionales postureos ideológicos que a pocos interesan ya.
Por consiguiente, cabría preguntarse
si el resultado del 15M es finalmente “UNIMOS PODEMOS”, reedición de la
izquierda comunista que al parecer tampoco convence demasiado en sus propias
formaciones donde el apoyo interno al constructo ha sido escaso y las
contestaciones no se han hecho esperar.
O por el contrario, ¿queda algún
resto del 15M aún sin utilizar políticamente del que poder reeditar el
movimiento de contestación pública y pacífica contra un sistema que se
reinventa y crea antígenos continuamente para sobrevivir?.