sábado, 3 de septiembre de 2016

BLOQUEO POLÍTICO: SÍNTOMA DE LA RESISTENCIA DEL BIPARTIDISMO


          Tras las segundas elecciones que dieron por resultado un inusual fraccionamiento político del Congreso (que venía a desplazar la habitual fórmula de mayorías parlamentarias de gobierno y la consiguiente alternancia entre dos fuerzas políticas hegemónicas: PP – PSOE), el cuerpo electoral ha dispersado su voto, dando entrada a nuevas fuerzas políticas (C´s y PODEMOS), fruto de los perniciosos efectos de un bipartidismo que imposibilitó la efectividad de la división de poderes del Estado, con la proliferación de casos de corrupción, a diestra y siniestra, cada vez más reprobables y extendidos, especialmente en una situación de grave crisis económica y social como la que se viene padeciendo estos últimos años.
            De ahí, que la ciudadanía desencantada de los partidos tradicionales, reconociera la dificultad de estos en cambiar ese estado de cosas que impidiera la extensión de la corrupción y retornara a la aplicación de la definición constitucional de “Estado social y de derecho”, pues de alguna manera tal era la atractiva y necesaria propuesta de los nuevos actores políticos. De tal manera, que los partidos tradicionales (PP y PSOE) perdieron notables cuotas de voto de apoyo ciudadano que se trasladó en apoyo de las nuevas fórmulas, tanto por la derecha como por la izquierda (C´s y PODEMOS). Naturalmente, ninguno de estas cuatro fuerzas políticas ha tenido el apoyo suficiente como para liderar un gobierno, por lo que se hacía necesaria la negociación –según el dictamen de las urnas- para articular una mayoría parlamentaria que apoyara un gobierno (naturalmente lejos del esencialismo del propio programa, de líneas rojas y demás fanfarria que imposibilitaría cualquier acuerdo, pues todos habrían de hacer cesiones para lograr puntos de encuentro en los que articular una acción de gobierno).
            Sin embargo, para los nuevos (especialmente PODEMOS, que venía  con cierto aire triunfalista de la queja de la calle, consideró que tales cesiones no procedían, pues acaso calcularon erróneamente que una nueva cita electoral les reportaría mejores resultados y lograrían colocarse liderando la izquierda –adelantando al PSOE-), pero para las tradicionales fuerzas (PP y PSOE), tampoco les parecían buenos los resultados que les obligaba a pactar un programa de mínimos (ellos que estaban acostumbrados al “rodillo” de las mayorías parlamentarias, o al entendimiento mutuo en el peor de los casos), además que no podían permitir que arraigaran nuevos actores políticos que les disputaran su espacio ideológico tradicional y con ello el protagonismo, cuando no los pudieran “arrollar” electoralmente. De ahí, la aparente falta de voluntad política de negociación (tratando de imponer programas políticos propios y resistiéndose a reformar políticas anteriores, por un lado; o demorando soluciones, a modo de castigo político) que bloquean cualquier solución pactada conforme a la actual composición de la Cámara, con unas estrategias partidistas que a “corto plazo”, ante la falta de entendimiento, apunta a unas terceras elecciones, de las que todos verbalizan públicamente su repulsa, pero que en realidad nos abocan a ellas.
            ¿Por qué tanta hipocresía?. Aparenta ser que el que cargue con la culpa de las terceras elecciones, podría ser castigado en las urnas, por lo que todos se distancian de tal posicionamiento. Si bien, no es menos cierto, que a los que podría beneficiar ese escenario (evidentemente no al País, aunque tampoco sea el apocalipsis), sería a los dos partidos tradicionales, que tienen mayor arraigo social (en estructuras, medios y fidelidad de voto), y en particular al PP (que en su relato de “ganador” se presenta como víctima de un bloqueo de fuerzas antisistema, a las que incomprensiblemente se suma el PSOE, tratando de desgastarles cargándoles con la supuesta culpa de la actual situación).
            Entre tanto, las nuevas fuerzas políticas, que emergieron con el discurso del cambio y la regeneración de la vida pública, se acabarían extinguiendo como una vela, como algo pasajero, que sólo ha aportado inestabilidad (exponencialmente favorecida por los movimientos centrífugos del secesionismo periférico catalán y vasco) a la gobernanza del país.
            De donde cabría prever, ante un escenario de terceras elecciones (hacia el que vamos, si no logran articular algún entendimiento de última hora, que no parece muy factible, y aunque lo fuera, cabría esperar una legislatura corta e inestable) en el que todos se echarían la culpa mutuamente de lo sucedido, habría una alta abstención y se polarizaría el voto (a modo de “voto útil”) en las dos fuerzas aparentemente más potentes (de mayor implantación, arraigo y fidelidad de voto): especialmente PP y en menor medida PSOE (en el que cabría esperar un estimable “conflicto interno” que a modo de catarsis reformulara su proyecto político y reforzara su liderazgo, acaso en algún otro socialista emergente que pudiera superar las visibles fracturas internas que se han producido en la última etapa).

            Por consiguiente, haya mayor o menor grado de intención hacia unas terceras elecciones por parte de los actores políticos en liza (que todos niegan), lo que parece es que el actual bloqueo político, que conduce a ello, podría beneficiar al bipartidismo, a modo de maniobra para vencer a los nuevos competidores políticos.