domingo, 30 de agosto de 2015

CRISIS MIGRATORIA EN EUROPA


       Estamos asistiendo a una grave crisis migratoria de población desde lugares en conflicto bélico (Siria, Irak, Afganistán) que se une a las que tradicionalmente se vienen experimentando desde África y Sudamérica, que tienen el común denominador de la huida de la violencia y de la pobreza.
         Hecho que incrementa el fenómeno crítico de los movimientos migratorios sobre Europa, que por otra parte, más allá de programas de reforzamiento formal de sus fronteras (programa Frontex), apenas está tomando la situación con la diligencia y urgencia que requiere, tanto en organizar los flujos en las fronteras, atender a los refugiados y asilados como corresponde a su dignidad humana, posibilitándoles alojamiento y comida, además de tratar la situación de cada cual.
         Pero los hechos que nos vienen retransmitiendo los medios de comunicación, en forma de sucesos mortales, o de acumulación de personas (incluidas familias con niños) en medio del campo al sol con las altas temperaturas del verano en el sur europeo, incluso repeliéndoles con el empleo de fuerza pública, merece moralmente toda reprobación.
         Hay que tener en cuenta que muchos vienen huyendo de la guerra, que como la que ha desatado el Estado Islámico con gran crueldad genocida, les podría suponer la muerte de permanecer en sus países, por tanto, en no pocos casos habría de operar la figura del asilo político, del refugiado, más que la del emigrante, por estrictas razones de humanidad y justicia. Y tal cosa, debería conllevar una respuesta más urgente y eficaz de la UE y sus socios, que la cautelosa y recelosa filtración y cierre de fronteras.
         Además de memoria histórica y solidaridad, Europa haría bien en recordar los éxodos migratorios que provocaron las dos guerras mundiales en su territorio, con el sufrimiento subsiguiente; por tanto, por encima de cualquier otra consideración sólo cabe la aplicación efectiva de una ética solidaria que de cobijo a estas personas. Y ello, sin olvidar también, que los conflictos de los que huyen tuvieron –en cierta medida- su origen en la decisión de intervención en esas zonas geoestratégicas por parte del primer mundo que acabaron por desestabilizar zonas tan sensibles como Irak, Afganistán y la zona del Kurdistán, dando lugar a un radicalismo islámico belicista que se ha expandido por la zona inflamando la confrontación civil Siria con clara amenaza para la paz mundial.
         Por consiguiente, más allá de las medidas humanitarias de acogida, que son necesarias, deberían las potencias occidentales poner coto a este conflicto para poder pacificar la zona y con ello llevar la paz y el progreso ulterior a las extensas zonas en guerra posibilitando así la estabilidad socio-económica de los habitantes de la zona.
         De igual manera, que para evitar flujos migratorios masivos por las tradicionales razones socio-económicas, que suelen ser la mayoría de los casos de África y Sudamérica, habrían de conllevar una seria intervención de la ONU para propiciar la estabilidad política que de paso a la estabilidad económica y social, en vez de dejar a su suerte a países con regímenes tiránicos y cleptocráticos que esquilman los recursos de sus países y explotan a sus habitantes, cuya única oportunidad vital es percibida por estas poblaciones a través de la emigración.
         Sin embargo, hay que considerar que dicha opción no suele ser la solución cuando se lleva a cabo de forma masiva por lo que supone de mayor empobrecimiento del país de salida, y de conflictividad social en los países de llegada, si los flujos desbordan la capacidad real de la economía del país de llegada.
         Por consiguiente, atendidas las razones de urgencia humanitaria, habría de ir considerando el acometimiento de una acción a escala global (lo cual sólo es posible con la determinación de la Comunidad Internacional y especialmente de las potencias económicas y militares) para revertir este desorden injusto a escala internacional y apaciguar los lugares en conflicto empezando por la desparasitación política de los lugares más contaminados, que llegue a imponer un recto orden de cosas desde la honradez y la justicia, premisas iniciales para el desarrollo de cualquier nivel de convivencia económica y social, abandonando la codicia que a veces ha guiado las relaciones entre países del primer y tercer mundo, en que desde ciertos sectores plutocráticos del primer mundo, se han venido explotando los recursos de países del tercer mundo al modo colonial, entendiéndose con las elites políticas del lugar a cambio de permitirles todo tipo de desmesura y atropello sobre su propia población. Mientras no se abandone esa codiciosa hipocresía, seguiremos padeciendo un mundo injusto en el que parte de la población tiene que abandonar su tierra para que la dejen vivir, pero a cambio suele ser objeto de nueva explotación en los países de destino, junto con los desequilibrios que tal hecho genera cuando se da a gran escala.