domingo, 21 de junio de 2009

VICENTE FERRER: MEMORIA DE UNA GRAN HUMANIDAD


Esta semana nos llegaba la noticia del fallecimiento del octogenario y benemérito español, Vicente Ferrer, toda una vida dedicada a aliviar la pobreza entre los más pobres del mundo.
Este mundo en el que abunda la violencia, la explotación, la miseria de gran parte de la población mundial frente a la abundancia de una minoría ( no en vano se reconoce que el 20% de la población mundial acapara el 80% de los recursos, mientras que el 80% de esa población apenas sobrevive con el 20% de los recursos restantes), lo cual además de injusto es una profunda indecencia que sin embargo se sigue perpetuando a lo largo de la historia de la humanidad, en el que hemos vivido grandes tragedias bélicas, y seguimos viviendo las consecuencias de la injusticia con sus manifestaciones bélicas y de ruina económica y moral. Precisamente, en el que el Norte rico ha generado una de las mayores crisis económicas del capitalismo, precisamente por codicia, falta de valores morales, y de controles legales. Sin embargo, en medio de todo este desajuste emergen figuras como las de Vicente Ferrer, que representan todo lo contrario, la solidaridad, la entrega, el servicio a los más necesitados, reclamando la ayuda económica del mundo desarrollado para afrontar los retos vitales de ese otro mundo subdesarrollado.
Vicente Ferrer, jesuita español, que como otros muchos hermanos suyos en la fe, salió de España en 1952, llegando a la India para llevar la evangelización a aquella población, y se fue con los más pobres, pero al mismo tiempo, como prueba que el Evangelio tiene una praxis directa, procedió a ayudarles no sólo en lo espiritual, sino también en lo material, concitando la ayuda económica sobre un campesinado paupérrimo al que le venía muy bien las ayudas organizadas por el padre Ferrer, creando un gran movimiento de solidaridad entre ellos. Así se generaron cooperativas, excavaciones de pozos, y una actividad comunitaria que contaba incluso con dos escuelas, un hospital, residencia de estudiantes, banco de semillas entre los campesinos, etc. A modo de la organización comunitaria y cooperativa que los jesuitas implantaron en muchos lugares del mundo, especialmente en Sudamérica.
Sin embargo, generó los recelos de los poderosos del lugar, que vieron cómo se variaba el “statu quo” que les beneficiaba, y tildaron a Vicente y su acción de revolucionaria y perniciosa, promoviendo su persecución, que dio lugar a un breve paréntesis y salida de Vicente de la India; aunque al año volvería de nuevo, esta vez, a Anantapur, lugar en que los caciques locales también lo recibieron con recelos, pero Vicente, lejos de amedrentarse continuó con su labor, pues a los tres días de su llegada contaba ya con una casa a medio construir que la hizo su cuartel general.
En 1970 abandonó la Compañía de Jesús, secularizándose y contrayendo matrimonio con una periodista inglesa que le venía apoyando en su labor, generando el “Rural Development Trust” (RDT) que contribuyó al desarrollo de la zona. Pero continuaron las presiones de los poderes locales sobre Vicente, al que seguían viendo con recelo, pues todo lo que cambia el orden establecido, aunque sea ilegítimo e injusto, suele verse como una amenaza a los intereses de los poderes establecidos, a los que sólo les importan sus propios intereses, y no los de los parias de la tierra. Pero de todo aquello Vicente salió airoso, erigiendo en 1996 en España, la Fundación Vicente Ferrer, cuyo benemérita labor con los pobres ha sido un ejemplo continuo de solidaridad, siguiendo los planteamientos y actitudes de su fundador, que fue reiteradamente distinguido con premios como el Príncipe de Asturias de la Concordia de 1998, pero que sin embargo, sigue pendiente de concesión el Premio Nóbel de la Paz.
Por consiguiente, tenemos en Vicente Ferrer un referente de hombre justo, santo –si se quiere, desde la fe cristiana-, figura que debemos de rememorar en agradecimiento a sus muchas acciones bondadosas, a su lucha por la justicia social de forma pacífica, no en vano se llegó a hablar de su labor como la de una “revolución silenciosa”, para ayudar a que el ser humano indigente retome su dignidad humana en los demás aspectos sociales, y salga de su estado de indigencia.
Así, este contrapunto, que supone la biografía y el testimonio de Vicente Ferrer, es muy necesario para nuestra generación, especialmente en los países acomodados o ricos, para hacernos salir de la insensibilidad consumista burguesa, la falsa seguridad de nuestro entramado socio-económico, de creernos el centro del mundo, y sobre todo del utilitarismo hedonista que ha troquelado nuestra cultura y narcotizado nuestra conciencia.

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