domingo, 2 de enero de 2011

INTEGRISMO, FANATISMO Y GUERRAS DE RELIGIÓN


             Cualquier planteamiento integrista, de creerse en posesión de la verdad absoluta, suele derivar en fanatismo, con lo que esto conlleva de falta de diálogo, de intolerancia y de reacción contra lo que es diferente, que no pocas veces acaba en violencia. Muestra de ello tenemos en la historia de la humanidad, o mejor de la inhumanidad que niega al otro su parecer, sus criterios, sus creencias, en definitiva su identidad personal que en conciencia generan los más profundos sentimientos de su ser, y eso es inhumano.
            Tal fenómeno ya es denostable, y peligroso para la convivencia social, en el ámbito de la política, pues la degrada a lo más abyecto generando regímenes totalitarios que suprimen –incluso físicamente cualquier tipo de disidencia-; pero es aún más contradictorio y condenable cuando esa intolerancia totalitaria se ejerce en el supuesto nombre de Dios. Pues para los paganos es un escándalo vivido injustamente, y para los creyentes es un escarnio que se tome el nombre de Dios con tal nivel de vanalidad y miseria humana. Cuando cualquier creyente de cualquier credo religioso, debería asumir como premisa básica que el silencio de Dios en la historia es una manifestación de la creación libre de toda criatura humana, cuya libertad respeta al extremo. Pues la adopción de un credo de forma coactiva, falta de libertad, no es auténtica, como no es auténtico el amor que se ve forzado o violentado entre esposos.
            Por ello, y conociendo la historia humana, con los grandes y graves errores de las “guerras de religión” que tanto daño hicieron al ser humano, y tan graves escarnios representaron en nombre de una deidad que no parece haber confirmado tal tipo de barbaridad. Deberíamos replantearnos las relaciones religiosas desde el ámbito de la conciencia de cada ser, admitiendo las manifestaciones públicas de las mismas, como derecho a la libertad de expresión, creencia y manifestación reconocidas en todo el mundo libre, que se ha dotado de regímenes constitucionales para articular una convivencia pacífica entre los diferentes tipos de colectivos sociales.
            Así las cosas, resulta un grave crimen el uso exterminador de creencias, tanto políticas como religiosas, por el retorno de determinado tipo de movimientos integristas, cuyo máximo daño hacen, no tanto a los que agreden o tratan de eliminar, sino a sus propios argumentos y pretensiones que se ven desligitimizadas desde cualquier ámbito moral. Por tanto, nos unimos a la condena del atentado contra los cristianos coptos en Egipto, como a tantos otros fruto del fanatismo, del odio y de la ignorancia. Pero en el que las autoridades de esos países, tendrían que poner los medios para la protección a las minorías, y la Comunidad Internacional exigírselo. De igual forma que las minorías encuentran su protección y acogida en los países libres y democráticos del mundo.
            Por otra parte, desde el ámbito del mundo libre occidentalizado, se debería de seguir profundizando en el diálogo entre diferentes países, culturas y religiones; bien sea en la modalidad altisonante de “alianza de civilizaciones” que emprendió la UNESCO hace años, bien desde el movimiento ecuménico que está facilitando el encuentro de los líderes de las religiones más numerosas del mundo. Pues conocerse conlleva respetarse, eliminar miedos a lo desconocido, y erradicar el afán de conquista por la fuerza, lo que nos pone deberes cívicos también a Occidente, de acogida y acercamiento a otros colectivos diferentes a los nuestros, en el seno de nuestras sociedades.
            Consecuentemente, esperemos que ante estos crímenes como los de Egipto e Irak contra comunidades cristianas, se reaccione desde la Comunidad Internacional con medidas de prevención, y sobre todo de encuentro y conciliación, por la justicia y la paz del mundo.

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