Se ha dado a conocer la circunstancia de que, el que fuera líder comunista, Julio Anguita ha renunciado a una pensión vitalicia de parlamentario, por bastarle la de maestro de escuela. Este hecho, que debía de ser lo común, sin embargo es noticia por ser lo excepcional.
En un país, donde mucha gente busca la paga, la renta vitalicia, o el “momio”, en el que nuestra democracia se ha visto mancillada por sonoros escándalos públicos de corrupción política, los de otras décadas y los actuales. En donde la clase política se ha constituido para sí una serie de privilegios, como percepción de cuantiosas retribuciones, acceso a pensiones por vía excepcional con menor tiempo de cotización que los demás ciudadanos, viajar gratuitamente en transportes públicos, percibo de dietas diversas, así como uso a discreción de tarjetas visa, en altos cargos; y donde algunos renombrados políticos de primera línea, de uno y otro color político, perciben considerables pensiones como expresidentes compatibles con ingresos por otras actividades privadas, o incluso, en otros casos se perciben retribuciones de varios puestos públicos (como los sonados casos de la ministra Pajín, o de la candidata popular a la presidencia castellano manchega), y en el que nadie dimite ni siquiera por imputación judicial. Resulta que Julio Anguita renuncia a una pensión que le correspondía por ley.
Resulta que Anguita –se estuviese o no de acuerdo con sus planteamientos ideológicos y políticos- es una persona coherente de principio a fin, lo manifestó durante su periodo al frente de IU, y lo sigue poniendo de manifiesto aún después. Fue un hombre convencido de sus ideas, de que su política podría ser beneficiosa al país. Famoso fue por su célebre frase de “programa, programa, programa…”, con la que invitaba a sus contrincantes políticos a debatir ideas y propuestas, en vez de falacias o tópicos populistas de mero mercadeo electoralista.
Nunca disimuló sus creencias, ni siquiera en la forma de Estado, pues sus referencias a la República fueron constantes; al tiempo que fue respetuoso con los que exponían otros planteamientos políticos diferentes a los suyos, aunque los debatiera, pero alentaba al debate ideológico profundo, y denostaba la trivialización de la vida política.
Con su planteamiento retórico, propio del que domina su discurso, fue ironizado por sus contrarios, que le caricaturizaron como un Mesías, pero él era consciente que todo tiene sus tiempos, y no jugaba a corto plazo, sino a largo plazo, tratando de enraizar un partido ideológicamente coherente, dentro de las incoherencias de un comunismo totalitario que tenía que evolucionar necesariamente al mundo democrático occidental (dentro de las fórmulas “eurocomunistas”). Pero sus compañeros que tenían más prisa de triunfos que él, acabaron por deshacerse de él y su proyecto; no habiendo cogido aún el paso IU desde entonces.
Incluso su salud se resintió y con todo se retiró de la primera línea política. Pero personas como Julio Anguita han sido políticos de los que España no puede prescindir, pues su discurso, su estilo de vida, su ejemplo personal, testimonian una pedagogía política que es muy necesaria para los españoles, y para el crédito que una democracia madura requiere de su clase política.
¡Esperemos que cunda el ejemplo de Anguita….!
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