La
deriva venezolana que le están dando algunos políticos españoles a la
precampaña electoral revela lo que parece una estrategia de distracción sobre
los graves problemas políticos, sociales y económicos que tienen que acometerse
de forma seria por parte del futuro gobierno del Estado, así como de aquellas
cuestiones internas especialmente referidas a la corrupción y mala gestión, que
algunos quieren obviar por puras razones electoralistas.
Por
mucho que nos duela la situación política, económica y social venezolana, que
afecta a españoles allí residentes (como en otros lugares también afectan los
problemas locales a los españoles allí residentes), no deja de ser una cuestión
interna de Venezuela, en cuyo ámbito político no parece nada diplomático
ingerirse, debiendo ser los propios venezolanos los que decidan acerca de la
solución a sus graves problemas internos.
Cualquier
acción política desde España –no convenida con las autoridades gubernamentales
venezolanas- por muy colaborativa que se le presente no dejará de ser
interpretada por aquellas como una ingerencia en asuntos internos de aquél
país, y dada la hipersensibilidad de Sudamérica sobre el pasado colonial
español podría verse como un gesto de paternalismo neocolonial que en nada
contribuiría a las relaciones bilaterales. Algo en que tenemos el no lejano
reproche oficial español al gobierno cubano, que costó no pocos problemas
diplomáticos y que ha dado lugar a que España, en el actual momento de relativa
apertura económica del régimen haya sido relegada a EEUU, Francia y otras
potencias, teniendo grandes inversiones hoteleras en la isla caribeña además de
una historia común recorrida fraternalmente.
Pero
además resulta patético que dirigentes políticos españoles (con todos los
problemas de corrupción política, paro, crisis económica, crisis social de
creciente pobreza, recortes sociales, recortes en libertades públicas por la
ley mordaza, deportación en caliente de inmigrantes ilegales, etc., etc.) se
erijan en modelos y profetas de las esencias democráticas y se enreden en
trifulcas dialécticas con las autoridades venezolanas que sólo conducen al
deterioro de las relaciones bilaterales y a exhibir con impudicia una
hipocresía política que no parece tener límite en términos ético-políticos.
Y sobre
todo, ese empeño torticero de filibustería política de introducir en la agenda
política española en época pre-electoral la problemática venezolana, no tiene
la menor justificación, cuando tantísimos problemas afligen a la sociedad
española (desde el hecho mismo de la propia unidad del Estado, su modelo
territorial, el cambio constitucional, la reforma de la Constitución, la forma
de gobierno, la decidida lucha contra la corrupción, la regeneración política
con mayor democracia, participación y transparencia, la inmemorial necesidad de
reforma de la justicia, la restauración del “Estado del bienestar”, el
aseguramiento de las pensiones, el logro de la mejora del empleo y la reducción
de los altos índices de paro, un adecuado diseño económico con su
correspondiente sistema hacendístico y fiscal más justo, una auténtica cultura
de Estado cooperativo con la correspondiente cultura de seguridad y defensa, la
mejora del sistema educativo, etc., etc.).
Es un
mal síntoma que pudiera ser interpretado en clave interna española como un mero
“postureo electoralista” o yendo más allá como una “artera maniobra de
distracción pública” para no responder o comprometerse ante el votante español.
En todo caso, aparenta cierta relegación del electorado al que después vendrán
a pedirnos el voto.
¡Empiecen
por respetarnos…., que estamos aquí, no en Venezuela!.
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