Tras las
segundas elecciones que dieron por resultado un inusual fraccionamiento
político del Congreso (que venía a desplazar la habitual fórmula de mayorías
parlamentarias de gobierno y la consiguiente alternancia entre dos fuerzas
políticas hegemónicas: PP – PSOE), el cuerpo electoral ha dispersado su voto,
dando entrada a nuevas fuerzas políticas (C´s y PODEMOS), fruto de los
perniciosos efectos de un bipartidismo que imposibilitó la efectividad de la
división de poderes del Estado, con la proliferación de casos de corrupción, a
diestra y siniestra, cada vez más reprobables y extendidos, especialmente en
una situación de grave crisis económica y social como la que se viene
padeciendo estos últimos años.
De ahí, que la ciudadanía
desencantada de los partidos tradicionales, reconociera la dificultad de estos
en cambiar ese estado de cosas que impidiera la extensión de la corrupción y
retornara a la aplicación de la definición constitucional de “Estado social y
de derecho”, pues de alguna manera tal era la atractiva y necesaria propuesta
de los nuevos actores políticos. De tal manera, que los partidos tradicionales
(PP y PSOE) perdieron notables cuotas de voto de apoyo ciudadano que se
trasladó en apoyo de las nuevas fórmulas, tanto por la derecha como por la
izquierda (C´s y PODEMOS). Naturalmente, ninguno de estas cuatro fuerzas
políticas ha tenido el apoyo suficiente como para liderar un gobierno, por lo
que se hacía necesaria la negociación –según el dictamen de las urnas- para
articular una mayoría parlamentaria que apoyara un gobierno (naturalmente lejos
del esencialismo del propio programa, de líneas rojas y demás fanfarria que
imposibilitaría cualquier acuerdo, pues todos habrían de hacer cesiones para
lograr puntos de encuentro en los que articular una acción de gobierno).
Sin embargo, para los nuevos
(especialmente PODEMOS, que venía con
cierto aire triunfalista de la queja de la calle, consideró que tales cesiones
no procedían, pues acaso calcularon erróneamente que una nueva cita electoral
les reportaría mejores resultados y lograrían colocarse liderando la izquierda –adelantando
al PSOE-), pero para las tradicionales fuerzas (PP y PSOE), tampoco les
parecían buenos los resultados que les obligaba a pactar un programa de mínimos
(ellos que estaban acostumbrados al “rodillo” de las mayorías parlamentarias, o
al entendimiento mutuo en el peor de los casos), además que no podían permitir
que arraigaran nuevos actores políticos que les disputaran su espacio
ideológico tradicional y con ello el protagonismo, cuando no los pudieran “arrollar”
electoralmente. De ahí, la aparente falta de voluntad política de negociación
(tratando de imponer programas políticos propios y resistiéndose a reformar
políticas anteriores, por un lado; o demorando soluciones, a modo de castigo
político) que bloquean cualquier solución pactada conforme a la actual composición
de la Cámara, con unas estrategias partidistas que a “corto plazo”, ante la
falta de entendimiento, apunta a unas terceras elecciones, de las que todos
verbalizan públicamente su repulsa, pero que en realidad nos abocan a ellas.
¿Por qué tanta hipocresía?. Aparenta
ser que el que cargue con la culpa de las terceras elecciones, podría ser
castigado en las urnas, por lo que todos se distancian de tal posicionamiento.
Si bien, no es menos cierto, que a los que podría beneficiar ese escenario
(evidentemente no al País, aunque tampoco sea el apocalipsis), sería a los dos
partidos tradicionales, que tienen mayor arraigo social (en estructuras, medios
y fidelidad de voto), y en particular al PP (que en su relato de “ganador” se
presenta como víctima de un bloqueo de fuerzas antisistema, a las que
incomprensiblemente se suma el PSOE, tratando de desgastarles cargándoles con
la supuesta culpa de la actual situación).
Entre tanto, las nuevas fuerzas
políticas, que emergieron con el discurso del cambio y la regeneración de la
vida pública, se acabarían extinguiendo como una vela, como algo pasajero, que
sólo ha aportado inestabilidad (exponencialmente favorecida por los movimientos
centrífugos del secesionismo periférico catalán y vasco) a la gobernanza del
país.
De donde cabría prever, ante un
escenario de terceras elecciones (hacia el que vamos, si no logran articular
algún entendimiento de última hora, que no parece muy factible, y aunque lo
fuera, cabría esperar una legislatura corta e inestable) en el que todos se
echarían la culpa mutuamente de lo sucedido, habría una alta abstención y se
polarizaría el voto (a modo de “voto útil”) en las dos fuerzas aparentemente
más potentes (de mayor implantación, arraigo y fidelidad de voto):
especialmente PP y en menor medida PSOE (en el que cabría esperar un estimable “conflicto
interno” que a modo de catarsis reformulara su proyecto político y reforzara su
liderazgo, acaso en algún otro socialista emergente que pudiera superar las visibles
fracturas internas que se han producido en la última etapa).
Por consiguiente, haya mayor o menor
grado de intención hacia unas terceras elecciones por parte de los actores
políticos en liza (que todos niegan), lo que parece es que el actual bloqueo
político, que conduce a ello, podría beneficiar al bipartidismo, a modo de
maniobra para vencer a los nuevos competidores políticos.