GACETA DE LEVANTE
ANALISIS DE LA ACTUALIDAD DESDE LA PERSPECTIVA DEL LEVANTE ESPAÑOL
viernes, 3 de marzo de 2017
jueves, 2 de marzo de 2017
sábado, 3 de septiembre de 2016
BLOQUEO POLÍTICO: SÍNTOMA DE LA RESISTENCIA DEL BIPARTIDISMO
Tras las
segundas elecciones que dieron por resultado un inusual fraccionamiento
político del Congreso (que venía a desplazar la habitual fórmula de mayorías
parlamentarias de gobierno y la consiguiente alternancia entre dos fuerzas
políticas hegemónicas: PP – PSOE), el cuerpo electoral ha dispersado su voto,
dando entrada a nuevas fuerzas políticas (C´s y PODEMOS), fruto de los
perniciosos efectos de un bipartidismo que imposibilitó la efectividad de la
división de poderes del Estado, con la proliferación de casos de corrupción, a
diestra y siniestra, cada vez más reprobables y extendidos, especialmente en
una situación de grave crisis económica y social como la que se viene
padeciendo estos últimos años.
De ahí, que la ciudadanía
desencantada de los partidos tradicionales, reconociera la dificultad de estos
en cambiar ese estado de cosas que impidiera la extensión de la corrupción y
retornara a la aplicación de la definición constitucional de “Estado social y
de derecho”, pues de alguna manera tal era la atractiva y necesaria propuesta
de los nuevos actores políticos. De tal manera, que los partidos tradicionales
(PP y PSOE) perdieron notables cuotas de voto de apoyo ciudadano que se
trasladó en apoyo de las nuevas fórmulas, tanto por la derecha como por la
izquierda (C´s y PODEMOS). Naturalmente, ninguno de estas cuatro fuerzas
políticas ha tenido el apoyo suficiente como para liderar un gobierno, por lo
que se hacía necesaria la negociación –según el dictamen de las urnas- para
articular una mayoría parlamentaria que apoyara un gobierno (naturalmente lejos
del esencialismo del propio programa, de líneas rojas y demás fanfarria que
imposibilitaría cualquier acuerdo, pues todos habrían de hacer cesiones para
lograr puntos de encuentro en los que articular una acción de gobierno).
Sin embargo, para los nuevos
(especialmente PODEMOS, que venía con
cierto aire triunfalista de la queja de la calle, consideró que tales cesiones
no procedían, pues acaso calcularon erróneamente que una nueva cita electoral
les reportaría mejores resultados y lograrían colocarse liderando la izquierda –adelantando
al PSOE-), pero para las tradicionales fuerzas (PP y PSOE), tampoco les
parecían buenos los resultados que les obligaba a pactar un programa de mínimos
(ellos que estaban acostumbrados al “rodillo” de las mayorías parlamentarias, o
al entendimiento mutuo en el peor de los casos), además que no podían permitir
que arraigaran nuevos actores políticos que les disputaran su espacio
ideológico tradicional y con ello el protagonismo, cuando no los pudieran “arrollar”
electoralmente. De ahí, la aparente falta de voluntad política de negociación
(tratando de imponer programas políticos propios y resistiéndose a reformar
políticas anteriores, por un lado; o demorando soluciones, a modo de castigo
político) que bloquean cualquier solución pactada conforme a la actual composición
de la Cámara, con unas estrategias partidistas que a “corto plazo”, ante la
falta de entendimiento, apunta a unas terceras elecciones, de las que todos
verbalizan públicamente su repulsa, pero que en realidad nos abocan a ellas.
¿Por qué tanta hipocresía?. Aparenta
ser que el que cargue con la culpa de las terceras elecciones, podría ser
castigado en las urnas, por lo que todos se distancian de tal posicionamiento.
Si bien, no es menos cierto, que a los que podría beneficiar ese escenario
(evidentemente no al País, aunque tampoco sea el apocalipsis), sería a los dos
partidos tradicionales, que tienen mayor arraigo social (en estructuras, medios
y fidelidad de voto), y en particular al PP (que en su relato de “ganador” se
presenta como víctima de un bloqueo de fuerzas antisistema, a las que
incomprensiblemente se suma el PSOE, tratando de desgastarles cargándoles con
la supuesta culpa de la actual situación).
Entre tanto, las nuevas fuerzas
políticas, que emergieron con el discurso del cambio y la regeneración de la
vida pública, se acabarían extinguiendo como una vela, como algo pasajero, que
sólo ha aportado inestabilidad (exponencialmente favorecida por los movimientos
centrífugos del secesionismo periférico catalán y vasco) a la gobernanza del
país.
De donde cabría prever, ante un
escenario de terceras elecciones (hacia el que vamos, si no logran articular
algún entendimiento de última hora, que no parece muy factible, y aunque lo
fuera, cabría esperar una legislatura corta e inestable) en el que todos se
echarían la culpa mutuamente de lo sucedido, habría una alta abstención y se
polarizaría el voto (a modo de “voto útil”) en las dos fuerzas aparentemente
más potentes (de mayor implantación, arraigo y fidelidad de voto):
especialmente PP y en menor medida PSOE (en el que cabría esperar un estimable “conflicto
interno” que a modo de catarsis reformulara su proyecto político y reforzara su
liderazgo, acaso en algún otro socialista emergente que pudiera superar las visibles
fracturas internas que se han producido en la última etapa).
Por consiguiente, haya mayor o menor
grado de intención hacia unas terceras elecciones por parte de los actores
políticos en liza (que todos niegan), lo que parece es que el actual bloqueo
político, que conduce a ello, podría beneficiar al bipartidismo, a modo de
maniobra para vencer a los nuevos competidores políticos.
domingo, 28 de agosto de 2016
EXTENUANTE, LENTO E INEFICAZ PROCESO DE FORMACIÓN DE GOBIERNO
Tras la
forzada repetición de elecciones, debidas a la falta de flexibilidad para el
diálogo y entendimiento de los actores políticos (razonable y necesario en toda
democracia moderna), seguimos en la encrucijada de un dificultoso proceso de
investidura que está desgastando públicamente a sus propios protagonistas, y lo
que es peor, desacreditando al propio sistema político nacido de la transición,
que se nos presentó como modélico y ejemplar fórmula de entendimiento y funcionamiento
político.
De forma análoga, a como hiciera Pedro
Sánchez (PSOE) en el anterior proceso electoral fallido, Mariano Rajoy (PP) se
someterá al proceso de investidura –sin que parezca tener asegurado el
suficiente apoyo parlamentario-, lo que genera grandes dudas sobre su
viabilidad, dado que necesita el apoyo del PSOE (que en el proceso anterior, no
tuvo el apoyo del PP) que viene reiterando públicamente su negativa a
otorgarlo, si quiera fuese una timorata, pero necesaria abstención; so pena, de
ponerse en manos de los independentistas, lo cual podría ser el principio del
fin del Estado español, por sus conocidas pretensiones separatistas.
En medio de todo ello, no faltan los
discursos falaces que demandan que se deje gobernar al ganador de las
elecciones, pese a saberse que no se trata de un sistema mayoritario, sino
proporcional parlamentario, en el que el votante sólo elige diputados (siendo
estos los que han de ponerse de acuerdo para conformar gobierno).
Por consiguiente, más allá de estos “falsos
reclamos”, tras las segundas elecciones (en las que el voto ha estado
repartido, a diferencia de ocasiones anteriores), resulta evidente que este
sistema conlleva el necesario diálogo y la subsiguiente negociación para lograr
dos objetivos básicos: de un lado, la investidura de gobierno, y de otro, un
apoyo más o menos estable en su ejecutoria durante un periodo estimable de la
inicial legislatura. Actualmente, no valen actitudes prepotentes (como las de
antaño, en quien ostentó las diversas mayorías absolutas), tampoco el
apuntalamiento con unos pocos escaños, dado que las fuerzas mayoritarias han
resultado menguadas en su dimensión y fuerza política en la Cámara. Todo lo
cual, conllevaría a buscar un cierto sincretismo político (en los respectivos
programas políticos pretendidos) que sobre un común denominador de mínimos
sostuviera la acción gubernamental. Sin embargo, nada de eso se ha observado,
ni en la anterior elección, ni en esta. Han sobrado en ambas, inoportunas
estratagemas individualistas, personalismos impenitentes, visión corta y
estrecha de la jugada partidista por encima de los intereses estatales, etc.
Algo, que si está mal en un primer intento, no tiene la menor justificación en
el segundo proceso electoral.
Actualmente, la complejidad de la vida
política española ha crecido con nuevos actores, si bien, a grandes rasgos se
pueden reagrupar según sus posicionamientos políticos en el tradicional “eje:
derechas – izquierdas”; y sobre dichas afinidades ideológicas hablar, negociar
hasta el entendimiento que conforme una mayoría viable de gobierno. Pero, en el
caso español, la complejidad viene por el concurso de un nuevo “eje:
constitucionalistas – separatistas (que en Cataluña, País Vasco y Galicia, se
entremezcla en el arco del eje: derechas – izquierdas). De tal forma que el
fraccionamiento de las fuerzas políticas del Congreso en esos dos ejes
políticos (derechas-izquierdas / constitucionalistas –separatistas) imprime una
extraordinaria dificultad al entendimiento, so pena de exigirles a algunos de
los partidos en liza, esfuerzos cuasi contra natura de renuncias a sus mismas
esencias políticas (dada la diferente pretensión política, económica y social
de los partidos de derechas respecto de los de izquierdas; o de los
constitucionalistas respecto de los soberanistas).
Por tanto, da que pensar que estamos en
un atasco crítico para el Estado, en el que habría que mirar más allá de lo
acaecido y repetido por dos veces (cuya reiteración al año, en unos terceros
comicios, sería poco edificante para el propio sistema político español), de
forma que estaríamos ante una “crisis política” de envergadura, cuya salida
habría de llevar a un pacto de Estado entre los partidos responsables
(necesariamente del “eje: derechas – izquierdas”), no sólo para desbloquear la
investidura, sino para un cambio profundo del propio sistema político
constitucional (cuyos fallos en la actualidad son manifiestos, dado que nada
impide que se sigan repitiendo este tipo de situaciones, con la consiguiente
inestabilidad política y muy probable “crisis del Estado” ante la beligerancia
del secesionismo operante). De tal modo, que se pacte una reforma
constitucional, con la consiguiente reforma de la ley electoral, que evite
situaciones de colapso político-constitucional, como la presente; y la deriva disgregatoria
y territorial de un Estado que se ha estado progresivamente desmontando y
entregando por fases a un modelo autonómico cuyos resultados se vienen
evidenciando nefastos en diversos ámbitos y no sólo identitarios de la realidad
nacional española, sino también de gestión político-caciquil y proliferación de
privilegios territoriales inasumibles en un Estado democrático moderno y
social.
domingo, 29 de mayo de 2016
EL ATAJO VENEZOLANO DE LA CAMPAÑA ELECTORAL ESPAÑOLA
La
deriva venezolana que le están dando algunos políticos españoles a la
precampaña electoral revela lo que parece una estrategia de distracción sobre
los graves problemas políticos, sociales y económicos que tienen que acometerse
de forma seria por parte del futuro gobierno del Estado, así como de aquellas
cuestiones internas especialmente referidas a la corrupción y mala gestión, que
algunos quieren obviar por puras razones electoralistas.
Por
mucho que nos duela la situación política, económica y social venezolana, que
afecta a españoles allí residentes (como en otros lugares también afectan los
problemas locales a los españoles allí residentes), no deja de ser una cuestión
interna de Venezuela, en cuyo ámbito político no parece nada diplomático
ingerirse, debiendo ser los propios venezolanos los que decidan acerca de la
solución a sus graves problemas internos.
Cualquier
acción política desde España –no convenida con las autoridades gubernamentales
venezolanas- por muy colaborativa que se le presente no dejará de ser
interpretada por aquellas como una ingerencia en asuntos internos de aquél
país, y dada la hipersensibilidad de Sudamérica sobre el pasado colonial
español podría verse como un gesto de paternalismo neocolonial que en nada
contribuiría a las relaciones bilaterales. Algo en que tenemos el no lejano
reproche oficial español al gobierno cubano, que costó no pocos problemas
diplomáticos y que ha dado lugar a que España, en el actual momento de relativa
apertura económica del régimen haya sido relegada a EEUU, Francia y otras
potencias, teniendo grandes inversiones hoteleras en la isla caribeña además de
una historia común recorrida fraternalmente.
Pero
además resulta patético que dirigentes políticos españoles (con todos los
problemas de corrupción política, paro, crisis económica, crisis social de
creciente pobreza, recortes sociales, recortes en libertades públicas por la
ley mordaza, deportación en caliente de inmigrantes ilegales, etc., etc.) se
erijan en modelos y profetas de las esencias democráticas y se enreden en
trifulcas dialécticas con las autoridades venezolanas que sólo conducen al
deterioro de las relaciones bilaterales y a exhibir con impudicia una
hipocresía política que no parece tener límite en términos ético-políticos.
Y sobre
todo, ese empeño torticero de filibustería política de introducir en la agenda
política española en época pre-electoral la problemática venezolana, no tiene
la menor justificación, cuando tantísimos problemas afligen a la sociedad
española (desde el hecho mismo de la propia unidad del Estado, su modelo
territorial, el cambio constitucional, la reforma de la Constitución, la forma
de gobierno, la decidida lucha contra la corrupción, la regeneración política
con mayor democracia, participación y transparencia, la inmemorial necesidad de
reforma de la justicia, la restauración del “Estado del bienestar”, el
aseguramiento de las pensiones, el logro de la mejora del empleo y la reducción
de los altos índices de paro, un adecuado diseño económico con su
correspondiente sistema hacendístico y fiscal más justo, una auténtica cultura
de Estado cooperativo con la correspondiente cultura de seguridad y defensa, la
mejora del sistema educativo, etc., etc.).
Es un
mal síntoma que pudiera ser interpretado en clave interna española como un mero
“postureo electoralista” o yendo más allá como una “artera maniobra de
distracción pública” para no responder o comprometerse ante el votante español.
En todo caso, aparenta cierta relegación del electorado al que después vendrán
a pedirnos el voto.
¡Empiecen
por respetarnos…., que estamos aquí, no en Venezuela!.
domingo, 22 de mayo de 2016
LA ESTELADA PROTAGONISTA DE LA FINAL DE COPA
Las últimas ediciones de la final
del torneo de la copa del Rey de fútbol viene poniendo como objeto principal el
problema político secesionista catalán, dada la concurrencia en esta del FC
Barcelona, que también ha sido asumido dentro del simbologismo catalanista como
uno de los bastiones de identidad nacional triunfante.
Ya se sabe que el deporte –especialmente
si es de masas, o precisamente por eso mismo- suele ser arteramente utilizado
por los actores políticos destacados de cada sociedad, así en la época de la
dictadura franquista –algunas de estas celebraciones fueron utilizadas como
signo identitario grupal y modo de encauzamiento de las emociones colectivas,
con sus secundarios efectos enajenadores de una realidad no tan triunfante para
esos mismos actores políticos que tratan de desviar la atención de las masas
hacia un simbolismo que manipulado oportunamente acaba desbordando una
irracionalidad masiva hacia una identidad victimista y cegadora de esa realidad
que si se considerara con serenidad podría llevar a que la masa pasara a asumir
con madurez un conveniente estatus de ciudadanía desde el que defender sus
periclitados derechos sociales. Cambiando de ese modo el eje dialéctico de la
política entre izquierdas y derechas (progresismo y conservadurismo) por un
nuevo eje dialéctico (Estado frente a soberanismo autonómico-independentista).
De esa forma el cambio de eje de la
dialéctica política también cambia la agenda política, pues lo central ya no
son tanto los derechos sociales (empleo, vivienda, educación, sanidad,
dependencia, etc.), el reparto justo de la renta, la igualdad social, sino
cuestiones como la soberanía de territorios regionales como “mesianismo
político” con el que se le promete al pueblo que tras una difícil “travesía del
desierto” lograrán una supuesta “libertad” en la nueva “tierra de promisión”, algo realmente
increíble en un mundo globalizado con nuestra pertenencia a varias sociedades
internacionales (ONU, OTAN, UE, etc.), de las que de forma previsible,
inicialmente se caería el hipotético Estado independiente. Todo ello, en vez de
defender la realidad de los derechos de ciudadanía y de los derechos sociales
pretendidos por esa ciudadanía para hacer realidad un Estado Social de Derecho,
que con la crisis económica se ha deteriorado.
Por consiguiente, en tales
planteamientos de emotividad colectiva, sociedades como la catalana se ha
dividido internamente de forma dramática, donde casi la mitad de la población
ha asumido un “credo político nacionalista” que prioriza el territorio a la
persona, los valores étnicos-lingüísticos y culturales prevalecen sobre
derechos de ciudadanía constitucional, cuestionando el factor identitario
hispano (pese a los concluyentes datos históricos, jurídico-constitucionales,
etc.). Y lo mismo que en la antigüedad, ese fenómeno nacionalista identitario
se ha llevado al mundo deportivo, con especial interés de la utilización de su
gran equipo de fútbol al que tratan de imaginar e erigir simbólicamente
triunfante en el contexto del Estado, y nada mejor para ello que la oportunidad
escenográfica que facilita este acontecimiento deportivo cuyo trofeo lleva el
nombre del mismo Jefe del Estado, para hacer una descarga emocional pública de
tipo reivindicativo nacionalista. Cuestión, que aunque racionalmente tenga
escasa explicación, desde el punto de vista emocional sí se explica, como
también políticamente se percibe la estrategia.
Sin embargo, sabido lo anterior, no
parece muy acertado empezar por prohibir el uso de la bandera secesionista
catalana (estelada) como lo hizo la Delegación del Gobierno en Madrid, pues
además de la debilidad de la defensa jurídico-constitucional de tal
prohibición, políticamente era de suponer que dicha prohibición generara
efectos de boomerang al enfatizar el irredento victimismo catalanista incrementando
el nivel de protesta entre estos y cierto grado de incomprensión por la
prohibición por los auténticos demócratas, que al final acaban por rectificar
la inicial determinación, con los perniciosos efectos que ello tiene en toda la
población.
Medidas como esa prohibición supone
entrar en la fácil provocación, para terminar por rectificarlas y nuevamente oxigenar
al catalanismo en su trazado guión rupturista con el Estado, ante lo que este
tendría que generar políticas que –sin confrontación, ni entrar en la
provocación- diseñaran unas políticas que defendieran el hecho nacional español
frente al nacionalismo secesionista de forma más eficaz y democrática,
subrayando los valores hispanos (sin menospreciar los autóctonos) que combinan
con los territoriales en un proyecto común de Estado, para lo cual habría de
buscarse un pacto de Estado entre los partidos mayoritarios que defendieran
este planteamiento que fortalezca la idea del proyecto común de España (con sus
políticas de integración, de seguridad exterior e interior, que no estén
sujetas al “mercadeo del reparto del poder”, sino al interés común de España),
junto a ello una labor de permanente diálogo con la ciudadanía de todo el
Estado para ir fijando el rumbo de esas políticas de Estado. Si eso se
realizara de ese modo por parte del gobierno del Estado y de los partidos más
representativos del mismo, el lamentable espectáculo de la “protesta
político-futbolera” con las esteladas al viento ante la máxima institución del
Estado (con ser un grave síntoma político de fragmentación interna) no dejaría
de ser una triste anécdota.
Sin embargo, si nos fijamos en los
antecedentes de nuestra historia reciente, cabría poca esperanza en albergar un
cambio de rumbo en la política española donde todo ha girado en torno a una
inicial confrontación que ha ido claudicando según la necesidad de apoyo del
partido de turno (PP, PSOE) para formar gobierno en Madrid, y donde el propio PSOE
tiene su particular problema interno de identidad política con su socio el PSC,
que le ha llevado por derroteros de sutil ambigüedad en según qué momentos, que
ahora se ve abocado a hacer una tardía propuesta federalista que requeriría la
reforma constitucional un inadecuado momento de inestabilidad política en
España como se ha demostrado en la imposibilidad de formar gobierno, lo que nos
aboca a unas nuevas elecciones de incierto resultado, con una mayoría de
izquierda neocomunista que defiende el referéndum de independencia catalanista.
Lo dicho, lo de la estelada (aunque
sea el síntoma de la disfuncionalidad política de nuestro Estado) no deja de
ser una anécdota en el incierto horizonte político español actual. Donde, por
cierto, la cuestión de la “crisis económica” sigue pendiente de resolver. Y si
no atentos a la sanción de Bruselas…., y al dato indiscutible de que la deuda
pública ha superado al PIB.
¡Mal, mal, ……., muy mal…!.
domingo, 15 de mayo de 2016
¿ EL 15 M FRACASA AL REENCONTRARSE CON UNA IZQUIERDA RECONSTRUIDA ?
En este 15
de mayo de 2016, varios años después del espontáneo movimiento socio-político
que arrancó en esta fecha y llevó a muchos indignados con el sistema económico
y político a salir a las calles y plazas de las principales ciudades del país,
bajo el grito de “no nos representan”, espoleados por una dura crisis económica
que ponía de relieve la no menor crisis política y ética del país, que dio lugar
al conocido movimiento del “15-M” que diversos sectores de izquierda han
querido capitalizar y finalmente ha terminado estabulándolo.
En este día, se hace necesario hacer
memoria de lo que ese movimiento representaba, de sus causas y sus objetivos,
así como de su evolución hasta su progresiva domesticación y dilución por el
propio sistema que tanto criticaban.
Al parecer la causa de la
indignación era doble: de un lado una dura crisis económica derivada del
injusto capitalismo desbocado –sin control legal ni político- que generó una
gran “estafa planetaria” en circuitos crediticios y financieros virtuales que
sólo tenían que ver con la realidad el grado de injusticia y desmesura con que
se habían conducido con unas dimensiones globales que lo hacían aún más grave en
sus perniciosos efectos dañinos. Aunque los líderes políticos –empleando la
diligencia que no tuvieron para evitarlo- acudieron rápidamente al rescate de
bancos, cajas de ahorros y demás entidades financieras, con el dinero de todos
(que prometieron se recuperaría, sin que se haya verificado tal promesa
inicial, de la que al parecer ya nadie se acuerda), mientras que la ciudadanía
perdía por millares y millones sus empleos y con ello sus ingresos, a su vez sus
casas hipotecadas y finalmente eran desahuciados (en muchos casos por los
mismos que habían ayudado los gobiernos a ser rescatados). Así se dio la
paradoja que la UE salió en defensa de su moneda (el sacro-santo “euro”),
mientras a los ciudadanos de las naciones más duramente castigadas por la
crisis se les imponían severas penas financieras (que sus propios gobiernos
traducían en recortes en los servicios públicos esenciales, que cínicamente
serían negados) con lo que la situación de progresivo empobrecimiento se fue
dando en una diabólica espiral que sólo el tiempo ha ido remediando
parcialmente –como si de un huracán u otra tragedia nos hubiera asolado-. Todo
ese ambiente era el que nutrió la indignación de una sociedad que además veía
cómo además la corrupción política llegaba a cotas inauditas, con muestras
groseras de impúdica avaricia y desconsideración en no pocos de los políticos
afectados, ante el cómplice silencio de los aparatos políticos (a diestra y
siniestra, como si todos estuvieran en un vergonzante silencio autoculposo).
En tal contexto se desencadenó el
fenómeno de los indignados del 15-M, que salieron a protestar a las plazas
públicas, concitando a miles de desheredados del sistema político y económico
(el mismo que asume con indolencia cifras de paro del entorno al 20 y 25% como
semipermanentes), el mismo que ha establecido una fácil y provechosa
permeabilidad público-privada, con “puertas giratorias” en las que se habían
acomodado los dos grandes partidos políticos de alternancia en el poder, junto
con los partidos nacionalistas dominantes en territorios separatistas y los dos
grandes sindicatos del sistema, cada uno con sus intereses.
Pasó el tiempo y los indignados se
fueron tranquilizando, hicieron su particular “terapia colectiva” en sus
asentamientos públicos, donde el poder los toleró como una molestia menor a la
espera que se fuera diluyendo con el transcurso del tiempo. ¡Lo que así
sucedió!.
Bastó que algunos supieran recoger
arteramente el caudal político de la protesta, con una pública exposición de la
queja, con un certero diagnóstico de la situación, e incluso con un lenguaje
audaz e inteligente que calificaba de “casta” a la clase política oficial y
señalaba las afrentas a las que había sometido a la parte más débil de esa
sociedad, para que gran parte de los desheredados del sistema les siguieran “cual
flautista de Amelín”. Y así surgió PODEMOS, nueva formación política, que
pretendiendo alcanzar el poder evitaba su etiquetado político (hablando
tibiamente de “horizontalidad”), cuando en realidad parte de su cúpula
(ideólogos y promotores iniciales) comulgaban con el comunismo y habían
abandonado el PCE e IU por considerarlos poco operativos en su formulación de
una nueva estrategia de alcance del poder, única meta deseable –al decir de
algunos de sus mentores- para lograr los pretendidos objetivos de un auténtico
cambio socio-político, que apenas se atrevían a tildar de revolucionario. Si
bien tuvieron el mérito político de aprovechar una estimable quiebra social en
nuestro país que demandaba más justicia social y drásticas reformas políticas
más participativas que al tiempo fueran regeneradoras del mal de la corrupción
que también comprometía la gobernabilidad institucional del país.
Pero sometido a las urnas el
proyecto de PODEMOS (que también padece los efectos de su rápido crecimiento y
aluvión de militancia), empieza a evidenciar un techo político en una orquilla
entre el 15 y el 20% del voto, acaso por el excesivo protagonismo de su líder
(que por otra parte, requiere apoyos de grupos afines autonómicos), por su
inexperiencia de gobierno y su proclividad ideológica a fórmulas comunistas
sudamericanas que han mostrado palmariamente su fracaso (en los órdenes
político, económico y social). Y sobre todo, porque en el entramado de la UE un
partido de izquierdas con un programa auténticamente socialista o comunista no
tiene virtualidad práctica en el ámbito de la UE (donde la política monetaria
es común al euro y la marca Bruselas, y en consecuencia la política económica y
hacendística de los Estados miembros, lo que de suyo condiciona cualquier política
por imperativo del guión europeo), como ya se ha mostrado con Siryza en Grecia
y con los respectivos socialismos más moderados en Francia, Italia y Portugal.
Luego o se apuesta por una auténtica revolución política y económica (que
naturalmente nos pondría fuera de la UE), de inciertos resultados, o realmente,
cualquier alternativa de izquierdas en un país de la actual UE apenas tiene
margen para hacer auténticas políticas de izquierda, o al menos, apenas en el
ámbito socialdemócrata (del anhelado “Estado del Bienestar”). Y tal es la
tragedia de la izquierda europea en la actualidad en la UE, pues o traiciona a
su electorado (asumiendo las políticas neoliberales de la UE) o traiciona a
Bruselas y recibe las consiguientes sanciones y correcciones de la UE (por
aplicar políticas socialistas de izquierda).
Tal es el auténtico problema que
tienen los partidos que se proclaman de izquierdas en la UE, y en particular en
España, y eso habría de tratarse públicamente para que la ciudadanía española y
la ciudadanía europea decida si realmente no hay otras alternativas a las que
actualmente presenta la UE, o si por el contrario fuera posible otra UE más
social y solidaria.
Entre tanto, maniobras como las
alianzas electorales de PODEMOS e IU no
dejan de ser intentos y estrategias de alcanzar poder (ese mismo que se
criticaba en las plazas del 15 M) y que no sabemos si les dará opción de
gobierno hasta tanto el pueblo soberano no se pronuncie. Pero no deja de ser
una recomposición más de la izquierda en busca del necesario apoyo para
alcanzar un poder institucional que se les resiste, acaso por la escasa
convicción de sus resultados a la vista de las contradictorias políticas de sus
homónimos en Grecia que llegaron al poder con un discurso que hubieron de
abandonar doblegados y humillados por el imperativo del capital europeo (al que
le bastó “recordarle la soga en casa del ahorcado”).
Más allá de ese núcleo gordiano de
la cuestión política-económica y social apenas tienen importancia los
tradicionales postureos ideológicos que a pocos interesan ya.
Por consiguiente, cabría preguntarse
si el resultado del 15M es finalmente “UNIMOS PODEMOS”, reedición de la
izquierda comunista que al parecer tampoco convence demasiado en sus propias
formaciones donde el apoyo interno al constructo ha sido escaso y las
contestaciones no se han hecho esperar.
O por el contrario, ¿queda algún
resto del 15M aún sin utilizar políticamente del que poder reeditar el
movimiento de contestación pública y pacífica contra un sistema que se
reinventa y crea antígenos continuamente para sobrevivir?.
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domingo, 1 de mayo de 2016
TESTIMONIAL MANIFESTACIÓN DEL 1º DE MAYO EN MURCIA
Escasa
participación ciudadana ha generado la convocatoria de manifestación realizada
por UGT, CCOO y el STERM con ocasión del 1º de mayo en Murcia, al punto que una
agencia de noticias refiere una participación de “cientos de personas”, las que
han discurrido en la mañana de este domingo por la Gran Vía de Murcia, con los
carteles y slogans propios de las quejas y reivindicaciones del mundo del
trabajo, que en la actualidad no son pocas.
Por ese motivo, extraña la escasa
capacidad de convocatoria –que de forma menguante- están teniendo en los
últimos años los sindicatos considerados mayoritarios, precisamente en época de
una grave crisis económica, política y social, en que más necesaria sería la existencia
de unas organizaciones sindicales fuertes que defendieran los intereses de los
trabajadores ante un gobierno –que emulando el contexto internacional, se pone
cada vez más de perfil en las cuestiones obreras, cuando no recorta las ayudas
a las mismas para ahorro de las cuentas públicas-.
Acaso sean los defectos que han ido
generándose en los comportamientos de las grandes centrales sindicales, propias
de su progresiva burocratización generada como consecuencia de su
institucionalización en el sistema (que incorporándolas con ayudas y subsidios
las ha apartado de su raíces de lucha obrera), al tiempo que la progresiva
terciarización de la economía (al sector servicios) ha ido difuminando la
identidad de clase obrera de gran parte de los asalariados, todo lo cual ha ido
contribuyendo a una progresiva desafección de los trabajadores sobre los
sindicatos, y de estos a aquellos, dado que su subsistencia no dependía de las
cuotas laborales, sino de la consideración de los más representativos (
finalmente reducida a dos, que se han ensimismado en sus propias estructuras
endogámicas de poder e interés de sus élites internas), dando el mayor de los
servicios al capital que campa libremente por sus fueros en una UE cada vez más
dominada por el capital centro-europeo en el contexto económico-político de
globalidad, donde los papeles ya se han repartido, quedándole a España el de
espacio de “geriátrico de Europa” y destino turístico, estando los demás
sectores productivos subordinados a los intereses de la oligarquía
centro-europea.
En tales condiciones, bajar del 25%
de paro es quimérico, de forma tal que empieza a asumirse como algo sistémico
postergándose en el tiempo las promesas más optimistas de reducción, aunque
¡largo lo fían…!.
Por consiguiente, se hace necesario
y urgente unas nuevas políticas económicas, menos materialistas y más humanas,
más integradoras por solidarias, y junto con ello, urge también repensar un
nuevo modelo de organización y acción sindical más auténtica, dinámica, eficaz
y creíble. Pues nos va mucho en ello, en un futuro más o menos inmediato.
Sin embargo, nada de eso se plantea
en este 1º de mayo, en las arengas sindicales de las menguantes
manifestaciones, ni en el discurso público, pues ahora parece que lo importante
está en el nuevo proceso electoral (escondiendo el fracaso del diálogo y la
negociación, ante la venta de una utopía de cambio radical, beneficio y
felicidad pública según las diferentes opciones). Como si nada hubiera pasado
antes (corrupción, recortes injustos e insolidarios, rescate público de la
banca, empobrecimiento público, personalismos políticos interesados, etc.),
ahora todo o casi todo depende de volver a votar….. Cuando la lógica llevaría a
que las urnas castigaran la ineptitud de la clase política para el diálogo y el
pacto con una clamorosa y aleccionadora abstención….., acaso equiparable a la
progresiva desafección que están padeciendo los sindicatos y la propia clase
política española.
viernes, 25 de marzo de 2016
UN GOBIERNO EN FUNCIONES, O LA FUNCIONALIDAD DE UN GOBIERNO SIN CONTROL
La reciente polémica política en España, que
aparenta acabar en el Tribunal Constitucional, viene servida por la
interpretación restrictiva que hace el Gobierno en funciones respecto del
control político que compete ejercer de ordinario al Parlamento, que no le
reconocen en la actual situación extraordinaria de “funciones”.
Algo
que ha llevado al inusitado hecho que un ministro en funciones (o más bien
“bajo de funciones”) haya dado plantón al Parlamento al no comparecer por
considerar que no tenía tal obligación de dar cuentas a los representantes de
la soberanía nacional, dada su eventual situación de “en funciones”, que más
allá de la interpretación jurídica que pueda tener tal circunstancia, se nos
antoja que políticamente es impresentable, dado que el sentido común –además
del sentido del léxico de “funciones”: que se refiere a algo que está
funcionando- parece que apuntaría a que en la medida en que desempeñe la
función de gobierno propia del poder ejecutivo del Estado, dicha función se ha
de someter al control del poder legislativo (que es el que representa al pueblo
soberano) para dar cuenta de su gestión.
Refugiarse
en una interpretación jurídica restrictiva, más allá de que pudiera ser
compartida por el Tribunal Constitucional, y por consiguiente, que pudiera
tener fundamento jurídico, se nos antoja como mínimo políticamente infumable,
propio de un talante despótico de entender y ejercer la política, impropio de
cualquier demócrata que se precie.
De
nuevo, parece que el electoralismo del que el PP atribuye con amplia
generosidad a otros, lo utiliza cuando le conviene para rehuir un incómodo
control del Congreso en una Cámara en la que no tiene mayoría, precisamente
cuando ha aplicado una “mayoría de rodillo” durante años, y que dadas las
actuales circunstancias, pensando en una hipotética y probable cita electoral
quiere evitar el desgaste de gobierno que le pudiera reportar la crítica
parlamentaria.
Esta
situación es inaudita en la España democrática restaurada por la Transición,
como también lo ha sido la renuncia del candidato popular a someterse a debate
de investidura, so pretexto de no alcanzar mayoría suficiente, las ruedas de
prensa a través de la Tv de plasma, y el estado de corrupción política que está
anegando el ágora pública en nuestro país, lo que unido al actual “atranque” en
la formación de gobierno y la fragmentación política del electorado, nos lleva
a atisbar un probable colapso político, que haga necesario una seria reforma
constitucional más acorde con los tiempos y las necesidades del país (dado que
el actual sistema se conformó para propiciar la transición política, cuya etapa
concluyó), pero al propio tiempo, también parece que estamos ante un nuevo
escenario político (con nuevos actores, nuevas demandas que conforman una nueva
agenda y nuevas exigencias públicas de mayor participación y transparencia
política), que requiere otro modo de hacer política, para lo cual urge el
relevo de significativos personajes públicos por otros que entiendan mejor las
nuevas dinámicas democráticas que exige la nueva política que demanda una
ciudadanía más madura y experimentada políticamente, que ha tenido que aprender
sufriendo una dura crisis que la política o la hace el pueblo (implicándose con
mayor determinación) o se la hacen las élites socio-económicas y grupos de
presión.
Tal
parece que sea así el progresivo clamor de hartazgo con la cleptocracia
política, el nepotismo, la estabulación de masa electoral, la ineficacia y la
zafiedad política de una gestión pública manifiestamente mejorable, a fuer de
ser desparasitada de intereses mezquinos de unos pocos que están invalidados en
sí mismos, para acometer las drásticas reformas económicas, sociales y
políticas que el país demanda y la decencia política requiere.
sábado, 27 de febrero de 2016
LA IMPOSIBLE GOBERNANZA ESPAÑOLA
La crisis económica con la dureza de los recortes y
fracturas sociales ha traído una no menor crisis política en el régimen
constitucional de la transición, que diseñado para un bipartidismo con mayorías
absolutas o minorías apoyadas, tiene que evolucionar a una mayor fragmentación
de las fuerzas políticas, que en el momento presente no otorgan la mayoría
absoluta a ninguno de los actores en liza, sino que inciden en la necesidad de
un pacto entre varias opciones políticas que conformen una mayoría estable de
gobierno.
Sin
embargo, ni el sistema ni los líderes políticos estaban preparados para estos
nuevos tiempos de obligadas componendas, pues acostumbrados a gobernar con
mayorías absolutas de repetición –que neutralizaban anulando la acción de
cualquier oposición política, desvirtuando parte de los controles
institucionales que han propiciado una generalizada corrupción- ahora se niegan
a tener que ceder parte de sus postulados para consensuar un acuerdo de
gobierno con sus rivales políticos.
Y como
si se tratara de una liga de futbol se sigue hablando de “ganadores y
perdedores” electorales (cuando no sólo no se trata de eso, sino de la
necesidad de entenderse democráticamente en función de la representación
obtenida). De forma que así resulta sumamente complicado articular una
coalición gubernamental e incluso un simple acuerdo de investidura, pues no hay
cultura del pacto (que se abandonó cuando concluyó el proceso constitucional de
la transición política que hizo posible el nuevo régimen democrático).
Tal
falta de talante democrático se ha puesto de relieve por la mayoría de los
principales líderes políticos, desde el que pretende pasar desde la desconsideración
del rival (de cuando disfrutaba de sus mayorías absolutas) a que estos le
faciliten la investidura sin más, a los que de inicio establecen infranqueables
“líneas rojas” (cerrándose imprudentemente ámbitos de negociación posible,
salvo que no se deseara acuerdo alguno), a situaciones de encorsetamiento
forzado por el propio partido que cuestiona la capacidad negociadora de su
hipotético líder. ¡Realmente kafkiano…!.
Así
las cosas, transcurridos más de dos meses desde los comicios, seguimos en una
monótona discusión escasamente edificante que nos va a abocar a nuevos comicios
(que las encuestas no muestran muy clarificadores en cuanto a un posible
desbloqueo de la situación actual).
A todo
esto, seguimos con la fuerte crisis territorial abierta por Cataluña, que ha
iniciado el camino hacia un incierto proceso independentista sin que desde el
Estado español se hagan más que asertos
de firmeza españolista, tras lo cual, cada cual a lo suyo…
Y por
si todo esto fuera poco, los acreedores de la ingente deuda pública española
(indecentemente incrementada por el monumental “pufo bancario” –que aunque se
nos aseguró que nunca pagaría el Estado, esto ha sido parte de ese gran engaño
político-), reivindican estabilidad amenazando con un posible resurgimiento de
la crisis económica española si no se sigue cumpliendo el plan de ruta que
asegure sus puntuales cobros de la deuda.
Consecuentemente,
parecería que lo responsable sería la formación de un gobierno de consenso,
como solución de Estado ante la doble crisis española (económica y política)
para salvar la coyuntura y disponer al país a realizar las reformas necesarias
para superar ambas crisis. Lo cual, habría de llevar a los principales líderes
políticos a pactar un acuerdo de mínimos para la investidura de un gobierno
cuanto antes.
Si
bien hasta el momento, sólo tenemos el exiguo resultado de un pacto PSOE-C´s,
que sólo satisface posiciones centristas, pues ni la derecha (PP) ni la
izquierda (PODEMOS e IU) se sienten llamados a unirse a ese pacto, cuando de lo
que se trata no es de buscar coincidencias programáticas sino un mínimo común
denominador programático que avalara un tránsito gubernamental a corto o medio
plazo, que pudiera dar una clara respuesta a los dos grandes retos (secesión
catalana y crisis económica). No hacerlo ahondaría la doble crisis, dando pie a
oportunismos irresponsables y desleales nunca ausentes de las crisis del Estado,
amen que sería aplazar la situación varios meses, pues no se atisban cambios
electorales sustanciales.
Tal
cosa no exime a los tradicionales pilares del bipartidismo español (PP y PSOE)
a que hagan su propia catarsis interna (pues afectados de casos de corrupción,
aunque de diverso modo) han propiciado con su complicidades mutuas la
apreciación ciudadana de una clamorosa inoperancia que han traído de las urnas
nuevos actores (PODEMOS y CIUDADANOS) como novedades alternativas desde la
izquierda y derecha, respectivamente, de sus viejos representantes, cuyos
modelos políticos, sociales y económicos caen a diestra y siniestra de diverso
modo poco conciliables, en circunstancias ordinarias. Si bien en situaciones
extraordinarias, el bien común demanda una respuesta de consenso en aquello que
lo urge, para seguidamente demandar de la ciudadanía los apoyos a proyectos
claros que mantengan su fidelidad al votante, como no se ha hecho habitualmente
con anterioridad.
Parecería
obvio que de no hacerse así las urnas penalizarían tales actitudes, aunque eso
sea mucho aventurar en un país en el que tras numerosos casos de corrupción
afectando al partido gubernamental, siga obteniendo el mayor apoyo electoral de
entre todos los actores. Algo digno de un profundo análisis, que a lo mejor
hace bueno el dicho aquel de que “¡España
es diferente…!”.
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