Celebramos el regreso a los ruedos de José Tomás, tras más de un año de ausencia por una gravísima cogida. Celebramos, incluso las pasiones que el diestro levanta entre la afición a la fiesta taurina, otorgándole una considerable popularidad a la misma.
Si bien, dicho lo anterior y sin dudar de la valentía del torero de Galapagar, hemos de preguntarnos, si el arrojo del diestro ante el toro es simplemente temerario o tiene algún ingrediente patológico añadido. Pues su manera de torear arriesgando tanto su propia integridad, lo sitúa en unos límites morales de difícil asunción. Y deberían hacer reflexionar al propio diestro y a su entorno sobre el exceso de riesgo asumido, comparativamente superior al que regularmente asumen otros toreros.
Su introversión, su gesto aparentemente descuidado, y su conducta casi “suicida” en los ruedos, impresionan de melancolía y tono vital bajo, llegando a forjar un mito en torno a su persona.
A la vista están las cornadas y múltiples percances sufridos, cuya relación directa con el riesgo asumido parece evidente. Pero lo peor, resultaría del hecho que la afición le siguiera por su arriesgada forma de torear, sobre la base de un inconfesable morbo que lleva a ver cómo otro ser humano se juega la vida cada tarde que torea, de forma más cruda que cualquiera de sus compañeros. ¡Eso sí que sería auténticamente inmoral!.
Y el colmo sería el hecho que –como en todo negocio- cuanto mayor demanda haya mayor precio se alcanza, y más rendimiento mercantil se obtiene. En Valencia se agotaron las localidades, y al decir de las crónicas, quedó mucha gente con la intención de asistir, pero que no lo pudo hacer por falta de entradas.
Asistir a ver una corrida de José Tomás –más allá de su peculiar arte taurino- es tener asegurado un espectáculo de alto riesgo. Al punto de tener que preguntarnos, igualmente, ¿qué puede tener de artístico ver a una persona exponer gravemente su vida?.
De hecho, en su reaparición en Valencia, tuvo un espectacular revolcón, del que afortunadamente salió indemne.
Todo lo anterior nos lleva a una pública reflexión, haciendo votos porque el eximio torero reconsidere su personal mito generado, se quiera un poco más a sí mismo, y practique un modelo taurino de menos riesgo, lo que no tiene porqué estar reñido con la estética de los cánones taurinos. Al tiempo que socialmente no se socialice el riesgo personal como un valor, en sí mismo, y mucho menos estético en un espectáculo, del que se generen amplios beneficios económicos. ¡No parece que esta última consecuencia sea ética, ni socialmente deseable!.
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