En el 83º aniversario de la proclamación de
la II República, en que los nostálgicos de aquel régimen (entre ellos algunos
de los herederos directos de los que perdieron la Guerra Civil), intelectuales
y ciudadanos en general que rememoran el aniversario y acaso anhelan ese tipo
de régimen, cabría preguntarse sobre el alcance real del republicanismo en
España.
Para empezar, habría que distinguirse entre
una ideología republicana y un sistema de Estado y gobierno republicano, este
último suele acoger el primero, aunque ello no obstaría para que existiera una
ideología republicana como propiamente igualitaria de fomento de una ciudadanía
proactiva, participativa, con unos derechos constitucionales y sociales que
procuren el equilibrio social, político y económico de los ciudadanos, algo que
se completa perfectamente con un planteamiento democrático de la vida política.
Por otro lado estaríamos ante un sistema
político (un sistema de gobierno) republicano en que el Jefe del Estado sería
un presidente de la República elegido periódicamente por el cuerpo electoral
del país, que asumiera la misión que le es propia a un Jefe del Estado en un
sistema constitucional moderno.
Hasta ahí parecería que, ni el republicanismo
como ideología, ni la República como forma de Estado habría de escandalizar a
nadie, más allá de unas ideologías contrarias a la igualdad ciudadana (de porte
habitualmente aristocrático) que han permeado hasta sistemas
constitucionalistas a la sombra de la evolución de la propia monarquía
constitucional, o de otro tipo de intereses oligárquicos de porte económico que
ni ven bien, ni van a asumir voluntariamente un Estado Social que equilibre las
diferencias económico-sociales de las modernas sociedades postindustriales. Por
consiguiente, es un régimen, una modalidad de gobierno que cuenta con sus
detractores de inicio, por la mera colisión de intereses.
Más allá de ello, se encuentran los pocos que
sobrevivieron la tragedia fratricida de la Guerra Civil, así como sus
descendientes más o menos directos, cuyas experiencias negativas de aquella República en la que se desarrolló
una revolución social (en forma de guerra civil), como tiempo antes tuvo
Inglaterra, Francia e incluso Rusia, le resulta un recuerdo cuando menos
incómodo o inquietante.
Luego en nuestro país a día de hoy, sobre la
cuestión republicana, hay una extendida diferencia de opiniones y sentimientos
encontrados, si bien propiamente no sean por sí mismos determinantes de ninguna
opinión mayoritaria, pues la ciudadanía en general no parece tener conformada opinión
sobre el particular, propio de que los partidos políticos de la transición
generaron un consenso constitucional en torno a la implantación de una
monarquía constitucional en la que entró de forma más o menos vergonzante hasta
el PCE, y en consecuencia, no es una cuestión que se haya postulado seriamente
por ninguna fuerza política de las representativas.
Acaso haya una decepción social sobre la
actual monarquía por los escándalos en que se han visto envueltos algunos de
sus miembros, y sobre todo porque se ha caído el pacto tácito protector de la
prensa española sobre la institución monárquica, con lo cual sus errores y
problemas propios se han divulgado y el pueblo ha empezado a quitarle el aura
casi mágica con los que los investía anteriormente, empezando a considerarlos
mortales y por ello, a meterlos en la dialéctica propia de la crítica política
común. De donde se podría inferir que sus mayores enemigos son los miembros de
esta institución que la han puesto en riesgo por sus graves errores.
Ahora bien, consideremos por un momento la
hipótesis -poco probable a día de hoy- que
un día pudiera cambiar el sistema de gobierno y la ciudadanía se decidiera por
un régimen republicano. El presidente de la República habría de ser elegido
entre nuestros políticos, sería lo propio, y tal como está socialmente
desprestigiada la clase política no
parece que sea muy atrayente el planteamiento por onírico que resulte.
Actualmente cabría preguntarse por candidatos como Felipe González, José Mª
Aznar, José Luís Rodríguez Zapatero, o algún otro personaje más o menos de ese
perfil público. ¿Lo creen atrayente?. Como diría un paisano: “¡para ese viaje,
no hacen falta alforjas….!”. Así de cruda es la realidad, salvo que los
españoles compremos alguna otra utopía de las que se prodigan por ahí. ¡Pero
para eso, también hay que tener mucha fe…!. En tanto que actualmente la
desconfianza en la clase política es nota dominante en la sociedad española.
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