Ha comenzado la campaña electoral al
Parlamento Europeo, con el habitual ritual de pegada de carteles, de mítines de
los candidatos y líderes de sus grupos políticos, y en definitiva con el “ruido
electoralista” que apela a la simpleza de un cuerpo electoral, que siendo
objeto de su atención por obvias razones de voto, se encuentra muy defraudado
del actual estado de cosas que les ha reportado la anterior confianza en los
políticos y en la Unión Europea.
Ambos (políticos y Unión Europea) representan
dos caras de la misma moneda, del statu quo político-económico, que girando
sobre los iniciales planteamientos europeístas de solidaridad, han engendrado
una “máquina europea” al servicio del gran capital, presta al rescate de la
moneda, y retardataria –cuando no descuidada- en el rescate de la sufriente
ciudadanía ante la primera crisis rigurosa que estamos sufriendo, y ante la
cual han mostrado su incapacidad de dar soluciones que fueran consecuentes con
el interés general europeo.
Esta UE de los Tratados de Maastricth y
Lisboa, entre otros, que exigió la cesión de soberanía estatal, instauró el
euro (pero no quiso crear una política económica, fiscal y social única), que
pensando sólo en el dinero ha dado lugar a la creación de una “Europa de dos
velocidades” (la rica del centro y norte, y la pobre del sur y periferia),
cuyos intereses se conjugan mal, ante lo cual se acaba por imponer el interés
alemán (ante el insolidario cinismo británico, y el decaimiento populista
francés). Una UE que aún permite paraísos fiscales, que facilitan la fuga de
capitales nacionales, la descapitalización de países de la Unión, y la evasión
de impuestos de poderosas fortunas que logran anidar con el tácito
consentimiento de la Unión, y que tanto daño reporta a las economías nacionales
de origen como le ha sucedido a la española en toda esta crisis.
Acaso no pocos ciudadanos, tengan la
impresión que se nos ha sometido a un progresivo proceso engañoso en la actual
construcción europea, ya que tras prometérsenos un espacio de estabilidad
política, económica y social, de mutua cooperación, de mayor competitividad y
progreso económico y social; resulta que como en el cuento infantil al primer
viento se nos ha caído la “casita europea”. No ha aguantado razonablemente bien
la crisis, sino todo lo contrario, ha sido una fuga de “sálvese quien pueda”
con Alemania al frente defendiendo sólo sus intereses nacionales (y si se ha
rescatado a algunos países, ha sido para evitar un mal mayor de la hecatombe de
una quiebra de varios países, que por pura sentimiento solidario, y menos aún
por obligación solidaria de esta peculiar “confederación a medio hacer”).
Eso sí, en medio se han creado unas mega
instituciones europeas con miles de políticos y burócratas empleados en ellas,
trufadas básicamente por tres fuerzas políticas (casi siempre de acuerdo) que
se han repartido sistemáticamente el poder: la derecha conservadora, el
liberalismo (unidos en el neoliberalismo) y la socialdemocracia (que ha
pactado, en el reparto de la tarta de
poder e intereses, con el neoliberalismo, de ahí su actual crisis de identidad
política). Estas son las fuerzas políticas del actual sistema, corresponsables de
las grandezas y miserias de esta UE, especialmente de su inoperancia en la
crisis. Las demás fuerzas políticas, condenadas a la marginalidad, apenas
cuentan.
Por consiguiente, más allá de los típicos
tópicos del discurso de campaña de la opción de derechas o de la opción de
izquierdas sistémicas (PP y PSOE), ¿qué nos ofrecen, de nuevo?, pues lo
tradicional ya lo conocemos, y no parece que nos atraiga demasiado, a tenor de
los hechos pasados y sufridos. ¿Cuántas veces hubo que pedirle a Draghi que
interviniera el BCE en momentos críticos, para que pausadamente tomara alguna
que otra medida, bajo la autorización real de Merkel?. Todo lo cual, ha dado
lugar a que nuestra monumental deuda pública haya alcanzado niveles
descomunales, ante lo que la única receta que se nos prescribe es el “ayuno”
(entiéndase recorte social, pues el adelgazamiento político-institucional, aún
no ha visto la luz, ni se espera que la vea).
¿Qué futuro nos ofrecen en esta UE?, ¿van a
prosperar cambios estructurales de profundidad que eviten estas tormentas
económicas en un mundo globalizado abierto a la codicia de los mercados, o sea
del “capitalismo financiero internacional”?. Si no es así, esa UE no interesa a
la mayoría de ciudadanos que, o tienen la suerte de estar empleados, o la
desgracia de estar en el paro.
¿Se percatan, aunque sólo sea por un minuto
de decencia política, de que no nos proponen ninguna novedad de interés?.
Entonces, ¿para qué votar?, ¿para que el que consiga un euroescaño logre una
renta mensual durante varios años, que jamás hubiera logrado por sus medios de
trabajo en España, además de una telaraña de convenientes relaciones de
presente y futuro?.
Parece claro que el proyecto europeo se ha
ido deteriorando para el interés del ciudadano común, pues se ha construido a
sus espaldas, al margen de sus intereses comunes, y hasta contra ellos. Por
consiguiente, el debate de interés para el ciudadano europeo ante esta cita
electoral es el cambio y la regeneración social de la UE, o realmente no
existe. Y si no hay una apuesta seria, clara y creíble en esa línea, no parece
que haya interés en molestarse para votar. ¡Todo seguirá igual, pero con menor
legitimidad!, ya que no podrán decir que cuentan con la representación de la
ciudadanía europea. ¿Sería ese un correctivo democrático, ante este sentido
abandono de la clase política?. Posiblemente lo fuera, si la abstención fuera
considerable, de lo contrario, votar y no votar, representa casi lo mismo para
el votante, no así para el cargo electo que pasa a “mejor vida”.
Coincido y he coincidido siempre con tus reflexiones. Europa no nos ha aportado más que una radicalización de clases y falsas promesas acerca de un supuesto estado de bienestar que ha conseguido casi eliminar y lo hará en un futuro inmediato.
ResponderEliminarDesengaño de Europa y la clase política es mi profundo sentimiento, lo que me ha hecho prestar bien poca atención a estas elecciones.
No obstante, como ciudadana demócrata, siempre he votado, y siento un cierto resquemor de no hacerlo, aunque sea en blanco. Ello supone ejercer mi derecho y deber, a la vez que poner tácitamente de manifiesto mi oposición a la "política" "europea".
La abstención o el voto en blanco son las únicas opciones que barajo.
MUCHAS GRACIAS POR ESTAS REFLEXIONES QUE APELAN A NUESTRA MEMORIA, A NO DEJARNOS EMBRIAGAR POR LOS NOVEDOSOS "IDEARIOS POLÍTICOS", QUE A FIN DE CUENTAS SEGUIRÁN SUPONIENDO ESTAR SOMETIDOS A LA DICTADURA EN LA QUE SE HA CONVERTIDO EUROPA.