Impresionados con la tragedia aérea de los Alpes, en
la que han fallecido 150 personas, no
salimos de la impresión, sino todo lo contrario, cuando fuentes oficiales de la
investigación del suceso señalan como responsable al copiloto del avión, en un
acto suicida-homicida, con un complejo fondo de perturbación mental.
Cualquier
accidente, por pequeño que sea siempre impresiona, pero cuando se trata de un
accidente de estas proporciones se nos presenta la dimensión trágica del suceso
como la propia dimensión trágica de la vida, pues la vida lleva implícita la
imperfección, la fatalidad del accidente, de la enfermedad, y en definitiva de
la muerte.
Tal es
así que ante cualquier accidente, siempre surgen las preguntas por sus causas,
su previsibilidad o imprevisibilidad, dejando en no pocos casos como una
lamentable impresión de fallo de seguridad en la previsión, cuando el riesgo es
un factor que siempre juega en la vida ordinaria, y cuanto más complicada y
tecnificada más hay que tenerlo en consideración como contingencia posible,
aunque se nos antoje improbable por las medidas de seguridad y previsión
adoptadas por una sociedad altamente tecnificada cuya principal razón
instrumental radica en el cálculo.
Pero
cuando todas las previsiones caen por tierra, es cuando emerge –como parece ser
el presente caso- el “factor humano” como causante o coadyuvante del trágico
suceso, pues siendo el ser humano un ser racional, que la evolución humana ha
ido perfeccionando, y que en nuestras sociedades actuales es objeto de un gran
aporte de instrucción y educación, en definitiva de su inculturación en valores
humanos cooperativos, de respeto, libertad y responsabilidad, que vive en
relación con los otros, no parece propio pensar en una acción irresponsable o
aún criminal. Pero aunque sea poco probable, esa modalidad de comportamiento
antisocial existe en la actualidad, bien por desórdenes psíquicos, bien por
desórdenes sociopáticos.
Por
consiguiente, entrar en las “razones de la sinrazón” de una mente enferma, o de
un alma atormentada (acomplejada, de baja resistencia a la frustración, de
falta de sentimientos de compasión para con los demás, etc.), supone el
descenso al laberinto del psiquismo personal, o al particular infierno de un
probable tormento interior, cuyo juicio personal dejamos en manos del Creador.
Ahora
sólo cabe la piedad hacia las víctimas y sus familias, afectados directos de la
tragedia, junto con el silencio que requiere un hecho de estas dimensiones para
poder “digerirlo” interior y exteriormente, en la consideración de la finitud
de la vida, de su contingencia existencial, en la corroboración del mal
injustamente infligido por un enfermo o un desalmado. Pero seguidamente, cabría
sacar las necesarias conclusiones para que las autoridades extremen las
exigencias de los exámenes médicos /psicológicos de los pilotos, de forma que
se eleve el rigor de la previsión de seguridad del pasaje aéreo, en lo que
humanamente resulte factible.
Otro
tipo de consideraciones, que puedan generar alarma social o falsas confianzas
de seguridad, acaso resulten de más. Pues toda persona, que se sabe mortal,
debe tener clara tal condición, junto al riesgo mismo que entraña la existencia
en su inmenso misterio, cuya continuidad no se puede ni afirmar ni asegurar,
como demuestra la evidencia.
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