El acceso a la presidencia del
Tribunal Constitucional del catedrático de Derecho del Trabajo, Francisco Pérez
de los Cobos, a la sazón militante de cuota del PP, ha levantado una particular
polémica que envuelve de nuevo a este alto Tribunal, que divide incluso a las
asociaciones judiciales –entre las que contemporizan con la situación, y las
que piden la dimisión del presidente-.
No han tardado en mediar en la
polémica los Partidos Políticos, entre los que lo defienden (los suyos,
naturalmente), y lo atacan (los contrarios, faltaría más). Los primeros lo
hacen sobre la base de interpretaciones legulellas (como que no está legalmente
prohibida la militancia política de los magistrados del TC, a diferencia del
resto de jueces de otras jurisdicciones; o la más sutil de que el TC no es un
orden jurisdiccional). Respecto de esta última el peligro viene de contestar a
la pregunta lógica, ¿si no es jurisdicción, entonces qué es?. ¿Es una instancia
política?. Lo que no cabe duda es que tiene apariencia de jurisdicción (órgano
que enjuicia, procedimiento, resolución en forma de sentencias, etc.). Y su
desnaturalización de dicha raíz jurisdiccional le haría un flaco favor, si
acabara confundido como una instancia política más, dentro de las superiores
del Estado, pues le restaría legitimidad, sobre todo bajo la sospecha de su
falta de imparcialidad y de independencia, que requiere el ejercicio
jurisdiccional.
Por tanto, de uno y otro modo,
acabamos desembarcando en las cuestiones clave que afectan al presente asunto,
y en consecuencia a la toma de posición razonable y justa que se adopte al
respecto. Si toda jurisdicción requiere la independencia y la imparcialidad de
su ejercicio. No parece lógico privar a un alto Tribunal del Estado de tales
condiciones, pues lo harían vulnerable, y acabaría deslegitimándose.
Pero ¿independencia es lo mismo
que imparcialidad?. Evidentemente no. La independencia supone que se actúe sin
interferencias de otros poderes, en libre decisión de cuanto se determine. Lo
que es de todo punto necesario para la acción jurisdiccional, pues no ha de
tener interferencia alguna de otros poderes, ni de entidades o personas en el
ejercicio de su misión.
En tanto que imparcialidad,
supone no haber tomado partido, no haber participado en aquello que se
enjuicia, de manera que genere el natural e inconveniente prejuicio que
conlleve a una resolución injusta. Así un juez que sea amigo o enemigo de
alguna de las partes, haya participado en opiniones, trabajos, o dictámenes
previos a cuestiones que se le someten a enjuiciamiento con posterioridad,
nunca podrá mantener su necesaria imparcialidad, para llegar a una auténtica
justicia.
Así pues, aunque la ley
específica no prohíba la militancia política de los magistrados del
Constitucional nos parece un error de los legisladores de dicha ley, que
quisieron preservar una “casta judicial” sobre la misma judicatura (llegando a
diseñar una “judicatura paralela”, sujeta a menos condicionamientos, elegida ad
hoc de entre profesores universitarios –auténticos teóricos jurídicos, más
dados a la especulación teórica que a la praxis jurídica, que es el sector
profesional de procedencia de Pérez de los Cobos, que no pocas veces imbuidos
de la teoría de la libertad de cátedra se suelen considerar a sí mismos, por
encima del bien y del mal-). Tal es el Tribunal Constitucional que tenemos, que
ha dictado sentencias tan peculiares como la del Estatuto de Cataluña, o la del
caso Bildu, en las que al fin y al cabo hay un alto grado de “probabilismo
teórico jurídico-político” que ensancha de forma extenuante los propios límites
del “edificio constitucional”. Algo que ha llegado a hacer pensar a no pocos
especialistas, la posibilidad y conveniencia de transformar este Tribunal en
una sala especial del Tribunal Supremo, lo que facilitaría la gobernabilidad
del país, y unificaría criterios jurídicos esenciales para ello.
Entre tanto, tenemos este
Tribunal, que de esta forma se dota de profesionales de alta cualificación
jurídica pero inconvenientemente escorados ideológica y políticamente hacia
posiciones concretas, cuando no –como en el caso de Pérez de los Cobos- tienen
abierta militancia que cuestiona seriamente su imparcialidad, y de tal forma
podría entenderse que contamina la misma acción del alto Tribunal, que empieza
a ser denunciada públicamente por algunos de los que se consideran afectados
(Garzón, entre ellos), que podrían así pedir la revisión de su situación,
añadiendo confusión a la ya existente, generando inseguridad jurídica, y en
definitiva desligitimando al propio Tribunal, cuyas decisiones pueden perder el
necesario crédito público que precisan para que su labor sea eficaz. Pues la
justicia no puede ser el resultado de la lucha entre facciones políticas, sino
la justa aplicación de la ley, y para que esté libre de sospecha habrá de
preservar su independencia e imparcialidad. Algo a día de hoy, cuestionable.
Demasiadas contaminaciones, injusticias con apariencia de justicia , crímenes a la humanidad, a los humanos, a la naturaleza, y un largo etc.
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