El lamentabilísimo y desgraciado
accidente ferroviario del Alvia en Santiago de Compostela, parece concretarse
en un despiste del maquinista, como una de las causas fundamentales de la
tragedia, aunque iniciada la investigación, junto con tal revelación van
apareciendo otros detalles concausales de no menor relevancia en la tragedia.
Se están escribiendo ríos de
tinta y llenando horas de tertulias de radio y televisión con el caso trágico,
planteándose diverso tipo de hipótesis y argumentos sobre el accidente, y sobre
todo sobre la alta velocidad ferroviaria española, sobre su implantación y
grado de seguridad, que requiere un rápido y verídico esclarecimiento de las
causas del accidente, por un lado para determinar las responsabilidades
exigibles, y por otro, para que no vuelva a suceder.
Pero como en toda polémica – y en
esto se está generando bastante polémica- hay diferente parecer, desde los que
atribuyen sólo al factor humano la causa del accidente, a los que hacen una
crítica de las medidas técnicas de la alta velocidad española, pasando por los
que tratan de exonerar al maquinista de responsabilidad, como si no hubiera los
casi dos centenares de víctimas del accidente, apelando quizá a un humanismo
mal entendido. Aunque podamos entender humanamente, el estado catatónico del
maquinista ante la realidad de la catástrofe.
Con todo, creemos que con tanto “parloteo”
se ha desvirtuado en general la cuestión nuclear del asunto, que habría de
arrancar de un análisis previo, técnico, riguroso y sereno, que responda a la
pregunta básica: ¿si es razonable y aconsejable permitir la circulación sobre
los 200 km/h de un convoy ferroviario con más de doscientas personas, sin
implantar todas las medidas de seguridad redundantes sobre la conducción?. Y a
tenor de los hechos ocurridos, así como a la implantación de la alta velocidad
ferroviaria (los AVE), la respuesta va de suyo, en el sentido de instalar todos
los mecanismos técnicos existentes para evitar cualquier desgracia como la
ocurrida, pues a esas velocidades los errores tienen consecuencias fatales,
según hemos podido constatar.
La alta velocidad española (AVE)
se dispuso con trenes de gran velocidad y seguridad, en unas infraestructuras
propias prefiguradas para circular a tan gran velocidad. Lo que ocurre es que,
entre el modelo de AVE y el de ferrocarril habitual, se ha puesto en
funcionamiento un “sistema híbrido” (con trenes adaptados, tramos de vía
mixtos, pero que no siempre y en todo momento y lugar, tienen implantadas las
medidas de seguridad redundantes de circulación, como en el sistema AVE).
Siendo este sistema mixto o híbrido el que se ha ido implantando como sucedáneo
de la alta velocidad ferroviaria, posibilitando una notable mejora en
comunicación ferroviaria, pero al tiempo se revela como mejorable en cuanto a
la plena implantación de la seguridad redundante, según se desprende del
presente accidente.
Y esa debería de ser la conclusión
de los responsables de Renfe, tras el trágico accidente de Santiago.
Porque además, el revelado hecho
del despiste del maquinista –que es humano, aunque impropio de un profesional,
que además ha viajado infinidad de veces por el mismo tramo ferroviario, que
tiene a su cargo la vida de más de doscientas personas-, pone de manifiesto la
necesidad urgente de la implantación de tales medidas técnicas de seguridad de
conducción redundante, así como la conveniencia de llevar un conductor
ayudante, pues nadie está libre de un desmallo, de un mareo, o cualquier
trastorno, etc. Además de reducir la rutina de la conducción semiautomática en
maquinas de avanzada tecnología y trayectos rectos que permiten el alcance de
altas velocidades, condiciones en que un despiste puede tener consecuencias
fatales.
Pero el colmo de lo revelado,
viene de las cajas negras del tren que han evidenciado que el maquinista iba
hablando por el teléfono móvil corporativo de Renfe, al parecer con la sala de
control de la que recibía instrucciones de ruta, en plena evolución a 190
kms/h, y revisando papeles de ruta a la vez. Justo en este momento, es cuando
podemos entender mejor el aludido despiste del maquinista, que ocultó al juez
el más que significativo hecho de la llamada telefónica, por más que Renfe diga
que tienen restricciones de uso de dichos teléfonos condicionadas a la
seguridad de la conducción.
Si como parece, el control de
circulación de Renfe comunicó por teléfono móvil al maquinista del Alvia
siniestrado, ¿debería este de coger el teléfono o postergarlo a la llegada a la
posterior estación?, ¿y si se trataba de una comunicación de urgente
necesidad?. Por tanto, no es difícil suponer que a esa velocidad, conduciendo
el tren, hablando por teléfono, y al parecer consultando mapas o papeles, el
despiste sobre la conducción fuera la consecuencia de irreparables efectos.
Y si a eso añadimos, que además
la cabina cuenta también con otro teléfono (en este caso serían dos), parece
claro que o sobran estos, o falta otro conductor ayudante, además de las
mencionadas medidas electrónicas de seguridad redundantes.
Por tanto, todo apunta a algo más
que un despiste en tan aciago accidente, que jamás debería repetirse.
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