En el mismo día en que se ha llevado a cabo
una edición más del “Toro de la Vega” en Tordesillas, en que una multitud
enardecida acomete a un toro profiriéndole vejaciones, daños y finalmente la
muerte con una lanzada –generadora de una cruel agonía al animal-, hemos de
replantearnos el sentido y la inhumanidad de este tipo de atavismos colectivos
de violencia que se justifican en una poco fundada tradición, pues la tradición
merece ser conservada en su aspecto noble y de evolución social, no en los
instintos violentos nada edificantes.
Y de igual forma, habríamos de confrontar y
dialogar como sociedad sobre la conveniencia moral de mantener las corridas de
toros, también denominada “fiesta nacional”, en la que unas personas se juegan
la vida ante un toro, en una especie de juego macabro desigual, que responde a
reglas humanas para diversión de un público entregado a la irracionalidad de
una pasión taurina, que rememora en su interior la violencia que conserva todo
ser humano, y que so pretexto de tradición cultural y de un pretendido arte, se
defiende para mantener un menguante negocio, y unas vanas tradiciones ibéricas
de pretéritas épocas históricas del oscurantismo, el analfabetismo y el hambre de
las clases populares, que se divertían con una ociosa nobleza en este tipo de
espectáculos sanguinarios, que llegaron a nuestro siglo XX algo más
disimulados, en forma de espectáculos de masas, que distraían al pueblo inculto
y hambriento de su languidecer diario en una existencia monótona y paupérrima.
Pero ya entrados en el S.XXI este atavismo
histórico de violencia con los animales, no tiene cabida en los nuevos valores
sociales, y sobre todo el que en un espectáculo público se sigan jugando la
vida seres humanos para deleite y diversión de la masa, como medio de vida
propio, no parece adecuado a una conciencia mínimamente formada, pues los
valores en juego (la vida humana, y la vida animal) son superiores al medio de
diversión en que se debaten. Además que una vida humana no se debe exponer de
esa manera por el mero hecho de entretener o divertir al público, y aún menos
asumir esa modalidad de trabajo temeraria como medio de vida.
Así pues, de igual modo que en Cataluña se ha
debatido y aprobado la suspensión de las corridas de toros, habría de
extenderse el debate en el resto del Estado español. Pero se habría de ir aún
más allá, pues el nacionalismo catalán –en su planteamiento de politizar la
cuestión, ha ido a acabar con la denominada “fiesta nacional” española, o sea,
con las corridas de toros, permitiendo otros atropellos análogos como los “bous
al carrer”, o los “bous a la mar”-, prohibiendo este tipo de espectáculos
dañinos y crueles para los animales y temerarios para las personas que exponen
su vida y su integridad física en los mismos.
Algo así como se han prohibido las peleas de
perros, o las de gallos –salvo en Canarias, apoyados también en un mal
entendido tradicionalismo regional-.
De tal manera que la sociedad española, acabe
entrando definitivamente en la postmodernidad del s. XXI, de forma civilizada
con normalidad de costumbres con el entorno europeo occidental en que nos
desenvolvemos, y de respeto a la naturaleza creada, tanto arbórea, como animal,
armonizando nuestro comportamiento moral a una ética ecológica de respeto y
convivencia con toda la naturaleza.
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