Adolfo Suárez González está batiendo su
último combate en este mundo, lo que nos lleva a tenerle presente en estos
momentos de su despedida, desde el recuerdo emocionado, por ser una de las
personas claves en la transición política que rindió un extraordinario servicio
a su País.
Hay que recordar que Suárez era un hombre
joven que venía del interior del propio régimen franquista, en el que había
emergido de la mano de otro importante personaje del mismo, Fernando Herrero
Tejedor, que siendo gobernador civil de Ávila lo reclutara para servir juntos
en sucesivos destinos políticos de los años sesenta. Alineándose así en la
corriente reformista del propio régimen franquista que era consciente que tras
Franco no se podía perpetuar el franquismo –con una España políticamente
dividida tras la guerra civil, y en un entorno internacional en el que no se
admitía la concurrencia de ningún país que no fuera homologable
democráticamente, especialmente en la ansiada CEE de entonces-.
Consecuentemente, en ese grupo del régimen,
junto con otros demócratas del interior y del exilio, hubo de poner sus
objetivos el nuevo monarca, que también emergía del mismo régimen, aunque tenía
que homologarse según los parámetros políticos democráticos y del
tradicionalismo monárquico según su propia legitimidad histórica que le
correspondía al Conde de Barcelona en su exilio portugués. Toda una gigantesca
operación de ingeniería política que se hubo de urdir en ese reducido ámbito
para poder hacer un proceso moderno de transición política que no fracasase
entre el inmovilismo del mismo régimen franquista –que no facilitaría la labor-
y el ansia participativa de políticos ajenos a aquel con los que había que
contar para normalizar la situación político-institucional del país. Siendo
claves las figuras del Rey Juan Carlos, que asumió como propia tal necesidad de
evolución política, el propio Adolfo Suárez, y sobre todo Torcuato Fernández
Miranda, preceptor del Rey y figura clave del diseño político-constitucional de
la transición.
Ni que decir tiene, que Suárez no era de las
figuras destacadas de la pretransición que hubieran hecho albergar cualquier
sugerencia que fuera este el que liderara el delicado proceso político, pues en
la elección de presidente del gobierno de entonces, se le presentaba al Jefe
del Estado una terna y este elegía entre los propuestos, llegando a ser
propuesto Suárez en esa terna y elegido por el Rey, tras un gobierno
inmovilista de Arias Navarro (que estaba en el sector más conservador del
régimen, compatible con la monarquía) en el que Suárez figuraba casualmente como
Ministro Secretario General del Movimiento (equivalencia del máximo comisariado
político del “partido único” en el Consejo de Ministros), lo que hacía pensar
en la idoneidad de su nombramiento para relevar a Arias, que dio con el titular
de un importante medio de prensa: “¡Error, inmenso error!”. Así se percibió en
los primeros momentos.
Posteriormente se supo que Suárez estaba en
el grupo de los reformistas del régimen, siendo hombre capaz, astuto y dado a
transacciones y acuerdos, que no había luchado en la guerra civil –dada su
juventud-, que le hacía la persona idónea para convencer a los propios y
ajenos, y sobre todo de seguir el guión trazado por Fernández Miranda junto al
Rey.
Fueron años sumamente difíciles, en los que
se dio el inédito hecho de que un régimen político se hizo voluntariamente el
harakiri con la aprobación de la Ley de la Reforma Política, que fue aprobada
mayoritariamente por las Cortes franquistas, a propuesta de Suárez, que daba
paso al inicio de un proceso constituyente con convocatoria de Cortes generales
a tal fin, dando pie a la progresiva legalización de todos los partidos políticos
(incluidos los comunistas que generaron grave tensión en el régimen, con
dimisión del ministro de marina, y cierto “ruido de sables”, ya que algunos
militares acusaban a Suárez de haberles engañado con la Ley de la Reforma
Política).
En tanto, mientras reformaba todo un régimen
político y lo guiaba de la dictadura a la democracia, creaba su propio partido
político (UCD), que aglutinó importantes figuras políticas del momento, en
torno a la carismática figura política de Suárez, al que la ciudadanía confió
la gobernación del país durante dos legislaturas. Pero las incongruencias
internas de UCD, los personalismos de algunos de sus barones, aprovechando el
desgaste político enorme que Suárez estaba padeciendo al liderar el fenómeno de
la transición, con las propias tensiones entre los inmovilistas y los
rupturistas del antiguo régimen, unido a una canalla acción terrorista de ETA,
y a un considerable repunte de la crisis económica de mediados de los setenta, con
una oposición socialista ávida de poder, llevó a Suárez a presentar su dimisión
como jefe de gobierno.
Tal hecho no estuvo exento del abandono que
padeció Suárez por parte de los poderes fácticos del país (ejército aún
ideológizado, castigado por una fuerte ofensiva terrorista, y la banca ante un
elevado índice inflacionista que llegó a rondar el 25% en algunos momentos, que
obligaba a llevar a cabo duros e impopulares ajustes económicos, según se
plasmó en los Pactos de la Moncloa cuyo artífice fue Enrique Fuentes Quintana,
en el equipo económico del gobierno, junto con Fernando Abril Martorell), que
acabó –como se sabe- en el torpe golpe de Estado del 23-F, justo cuando se
votaba al relevo de Suárez en el gobierno, Leopoldo Calvo Sotelo.
Después en la despedida, el Rey le condecoró
ascendiéndole a la aristocracia con el rango de Duque, y durante algunos años
intentó volver a la política activa con una reedición de su proyecto centrista,
pues Adolfo Suárez, que era un hombre de gran olfato político sabía que la
mayoría social del país estaba en el centro político, donde estaba el gran
caladero de votos que otorgaba una desahogada mayoría para gobernar, dado que
la gran clase media española se ubicaba políticamente en posiciones políticas
moderadas de gestión y estabilidad del sistema político-económico que
posibilitara trabajo e incremento de los niveles de vida de la misma, para lo
cual tenía claro que había de distanciarse del conservadurismo políticamente
tradicionalista y socialmente vinculado a una derecha tradicional, así como de
las posiciones de izquierda convulsa, revolucionaria, entre cuyos extremos se
tensaría la convivencia, tampoco aceptaba el libre mercado absoluto (actual
dogma del neoliberalismo), pues consideraba que los mercados como la economía
eran imperfectos y sus perniciosos efectos habían se estar sometidos a
corrección política para evitar que dañara el interés general. Así postuló la
economía social de mercado, que en posiciones centristas (democristianas o
socialdemócratas –que a ambas ideologías acogió en UCD-) suponía uno de los
postulados más elementales de la posición política para evitar la generación de
grupos sociales marginados. Sin embargo, su vuelta a la política activa, tras
el descalabro de la UCD y en plena efervescencia socialista en el poder, no
tuvo la acogida electoral que Suárez hubiera merecido, lo que le llevó a
retirarse definitivamente y vivir de forma privada y discreta, una vida que no
estuvo exenta de sufrimiento por la tragedia que le acompañó en las
enfermedades familiares.
Todo un caballero, en lo privado y en lo
público, algo que no ha abundado desgraciadamente en nuestro país, ante las
oleadas de corrupción política que han acompañado a uno y otro color. Y sobre
todo, una persona que aunque ahora se sumen al duelo público muchos,
probablemente no le hagan la justicia que en vida mereció, ante el ulterior
abandono que progresivamente fue padeciendo de la propia clase dirigente.
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