Los nacionalismos secesionistas constituyen
una “quinta columna corrosiva” en los Estados que los padecen, y en último
término en la propia UE, cuyo proyecto se desvirtúa por aventuras de este tipo
que tiende a la disgregación de los Estados miembros de la UE, cuya finalidad
era la de generar un proyecto europeo unido, fuerte y solidario, tras las
trágicas experiencias bélicas de las dos guerras mundiales que se libraron en
suelo europeo en la primera mitad del S. XX, cuyo detonante –aparte de las
rivalidades de las potencias europeas- vino también de la mano de los
nacionalismos emergentes que rompieron el frágil equilibrio en el viejo
continente.
Por consiguiente, en el ánimo de los padres
fundadores de la CEE (actual UE) en el Tratado de Roma estaba la idea de una
Europa unida que rompiera definitivamente con sus viejos demonios de
nacionalismos particularistas, y generara un ámbito de cooperación política,
económica y social que diera como fruto el progreso económico, el bienestar
social y la fortaleza y la paz derivadas de una política de cooperación.
Atrás parecían quedar los viejos fantasmas de
los Estados europeos, las viejas rencillas, y rivalidades que dieron lugar a
los dos conflictos bélicos más crueles y trágicos de la historia de la
humanidad. Así se pretendía superar el localismo chauvinista, que tanto influyó
en las disensiones internas del S.XX, cuya relegación dio paso a nuevos Estados
europeos, con una nueva configuración moderna y constitucional, de base
predominantemente democrática. Atrás quedaban las viejas Taifas, las ciudades o
regiones Estado, de diversos lugares de la geografía europea, sus diferencias
étnicas, lingüísticas y hasta religiosas, parecían ceder en beneficio de un
proyecto común superior, en el que lo importante era la norma constitucional
que generaba un régimen democrático, donde se pasaba de súbdito a ciudadano con
igualdad de derechos ante la ley, sin que cupiera albergar ningún tipo de
diferenciación o menoscabo social o político por razón de diferencias étnicas,
lingüísticas o religiosas. ¡Tal fue el gran logro de los Estados modernos!,
siendo culminado con el proyecto de unión europea.
Sin embargo, pese al notorio progreso de la
unidad estatal y europea, han vuelto a aflorar los viejos nacionalismos –que apelando
al sentimiento localista o regional, a la lengua, a las tradiciones, pretenden
para sí fueros especiales propios del medievo, para finalmente acabar
reivindicando una entidad política propia independiente, por vía de la
secesión, enmascarada en procesos democráticos-. Representando un notable paso
atrás en la configuración europea, y poniendo en riesgo la estabilidad
política, social y económica de los países afectados, e indirectamente de la
propia UE.
Tal ha sido el caso de Escocia, como también
lo es el de Cataluña, y otros 50 supuestos en el ámbito europeo, que amenazan
con hacer emerger particularismos románticos, pero a la par insolidarios en la
construcción nacional de sus Estados y de la UE.
Durante décadas han estado latentes en franca
minoría, en sus respectivos Estados, pero con la actual crisis económica y
política de la propia construcción europea, de la falta de liderazgo y claro
rumbo político, y aún de políticas solidarias en el seno de la UE, han calado
en amplios sectores de ciudadanía de su zona de influencia, que han comprado el
producto falaz de que independientes se gobernarían mejor que en la actual
configuración estatal que tienen. El problema es que los gobernantes de algunos
de los Estados afectados, no han estado al nivel de las circunstancias para
reforzar los aspectos unitivos de sus propios Estados, dando lugar a que
creciera en su interior un proyecto estatal alternativo en fuga y no
cooperativo con el resto del Estado, que en España ha sido flagrante en las
autonomías catalana, vasca y gallega con la existencia y aún gobierno de sus
respectivas fuerzas nacionalistas (auténticas quinta columna), ante un gobierno
central bisoño, confiado, que no dudó en ceder competencias hasta la
extenuación y la misma inviabilidad económica, política y administrativa.
En el caso escocés el propio premier inglés,
David Cameron, cayó en la trampa de asumir el referéndum –que pírricamente ha
ganado, pero que no le asegura una tranquila estabilidad política-, pues es
erróneo el planteamiento de la invocación del principio de libre
autodeterminación de los pueblos, aceptado por la ONU en el contexto de la
descolonización africana y asiática, pero no aplicable en otros contextos de
Estados soberanos, especialmente regidos por sistemas constitucionales, donde
la soberanía reside en el pueblo (en todo el pueblo, no sólo en el de la región
que pretende independizarse), y ante una cuestión como la de plantear una
independencia de un territorio estatal, estamos ante una cuestión de Estado que
requiere soluciones propias, que competen a todo el cuerpo electoral. De ahí el
error político de Cameron, asumir un referéndum en tales condiciones, pese a
que en el Reino Unido no exista una Constitución escrita.
En el caso español el tema jurídicamente es
claro, lo regula la vigente Constitución, de donde el referéndum habría de ser
de todos los españoles. De lo contrario se conculca la máxima ley del Estado, y
aún podría conculcarse el Código Penal. Luego la solución parece clara desde el
punto de vista jurídico, pese a que se está subvirtiendo el planteamiento desde
el propio gobierno autonómico catalán. Pero debería de darse una solución
política, que llevara a un permanente diálogo que evitara esta confrontación, y
sobre todo el recurso coercitivo para el cumplimiento de la legalidad vigente,
pues se ha hecho un planteamiento por parte del nacionalismo catalán que es
meramente voluntarista de forma unilateral, sin respetar la Constitución
vigente que también tiene que acatar el propio nacionalismo catalán, con el
pretexto de un planteamiento falaz del derecho a decidir de los catalanes, sin
reparar que esa decisión de los catalanes no sólo les afecta a ellos, sino
también al resto de España, por lo que –al igual que en una comunidad de vecinos,
que se pretendiera modificar el título constitutivo para separar una planta del
resto del edificio, habrían de votar todos los comuneros, y decidirlo por
unanimidad, en el ámbito político del Estado, afecta a todos los españoles, y
de plantearse un referéndum habría de ser de todos los españoles-.
Además estas aventuras, que no garantizan
ningún éxito ni mejora, sino que vienen prodigadas por aventureros de fortuna
(para generarse su propio poder independiente en el establishment político nacionalista),
o soñadores románticos que van contracorriente en un mundo globalizado, donde
la unión hace la fuerza, ponen en riesgo la estabilidad y el bienestar social
de los ciudadanos de los países afectados, y aún el proyecto de la UE con
repercusión en toda la ciudadanía de la unión, que verá debilitada su acción,
fragmentados los Estados miembros en un mosaico ingobernable de pueblos,
naciones y lenguas, con un contradictorio movimiento entre la fragmentación,
por un lado en sus respectivos Estados, y la pretendida unión en el ámbito
continental, que devendrá en una moderna Babel de fracaso más que probable.
No hay comentarios:
Publicar un comentario