El mundo está
asistiendo a un incremento de la violencia brutal, tribal y hasta supersticiosa
de un islamismo radical, frente al cual el mundo civilizado no puede permanecer
impávido, so pena de ser victimizado por los nuevos bárbaros del S.XXI.
La violencia,
la brutalidad y el cainismo ha sido una constante en la historia humana, que por
desgracia desencadena espirales violentas, la mayoría de las veces de forma
irracional en un odio a lo diferente, y en otras ocasiones en una especie de
ira vengativa inacabable. Aunque creíamos que lo habíamos visto todo. Incluso
en el S.XX se llegó a creer en el progreso y el bien de la humanidad, pero tal
pensamiento se desvaneció después de las dos guerras mundiales más crueles que
vivió la humanidad, en que toda la maquinaria técnica y del progreso se puso al
servicio de la destrucción criminal del hombre por el hombre.
De nuevo, el
resentimiento ha sido fecundado por intereses diabólicos y está alcanzando
niveles de bestia que se escapa de las manos y que morderá a los propios que le
han dado de comer y la han utilizado en sus perversos intereses geoestratégicos
de algunas zonas del planeta. Para ello, so pretexto de la defensa de una
determinada cultura y un determinado pueblo oprimido (precisamente por aquellos
que han alimentado a la bestia), y hasta usando impúdicamente el nombre de
Dios, se han lanzado en una guerra sin cuartel, que ha pasado de la difusión
del peligroso y sangriento terrorismo internacional de Al Qaeda a la proclamación
unilateral de un Estado Islámico, que evocando los califatos medievales,
pretende erigirse en un nuevo califato a la conquista de territorios perdidos
que pasan por la cuna de la civilización mesopotámica (destruyendo países
actuales como Irán, Irak, Siria –que ya tenían sus propios demonios internos-)
para seguir contra el tradicional enemigo hebreo, pasando por el norte de África
y llegando hasta la antigua Al Andalus.
Tal hecho, que
en otro momento podría tomarse como mera bravata fanática, en la actualidad hay
que empezar a tomárselo en serio, especialmente por parte de Occidente, si no
se quiere que la desestabilización política, económica y social se extienda. Baste
contemplar la situación de violencia interna y falta de estabilidad de no pocos
de los países norteafricanos de la cuenca mediterránea (desde Egipto, Libia, Túnez,
Argelia y hasta Marruecos), sin contar con los problemas tradicionales en
Israel, Siria, Irak, Irán, El Líbano, Afganistán, Pakistán, etc., y su efecto
contagio cada vez mayor. Frente a la aparente calma de algunas de las monarquías
árabes del Golfo Pérsico, de donde se dice que parte el soporte financiero de
esta creciente bestia belicosa.
Tras la
proclamación del Califato Islámico Independiente en el norte de Irak y parte de
Siria, estamos asistiendo a una escalada cuantitativa y cualitativa de la
violencia real y potencial, en una zona estratégica del planeta (por las
reservas petrolíferas), donde hay cronicidad de conflictos que acabarán reactivándose,
donde el proceder de estas fuerzas beligerantes –contra toda la legalidad
internacional, y por supuesto, sin el menor respeto a los derechos humanos- están
masacrando a civiles por razones étnicas y religiosas, forzando conversiones
religiosas, esclavizando a mujeres y niños, tomando por la fuerza y destruyendo
poblaciones civiles. Ante lo cual, el mundo no puede dar la espalda.
Ya se tiene
sobrada experiencia histórica que la “prudencia-cobarde” suele ser la peor de
las respuestas, pues la bestia se crece y el daño se multiplica. Por lo que
Occidente y Oriente (el mundo civilizado) ha de frenar este despropósito, no
podemos dejar a EEUU solo para que le saque las castañas del fuego al mundo,
Europa ha de colaborar, junto con China, Japón, Australia, y demás países
decentes. Incluso el propio ámbito cultural y étnico del que ha surgido esta
reacción violenta debería estar interesada en aislarles y rechazarles, pues les
hacen un flaco favor el que se les llegue a confundir con ellos por extensión
de etnia o religión. Islam no es fanatismo, aunque haya gente que se haya
fanatizado, como ha sucedido en otras religiones y en otros tiempos.
Por
consiguiente, por razones humanitarias, de defensa de los derechos humanos, y
por un mundo más libre y justo, la ONU debería promover una acción conjunta
para frenar estos actos de barbarie y pretensiones belicistas y/o terroristas.
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