Asistimos a una nueva escalada de
la violencia en Oriente Medio con una reedición del conflicto judeo-palestino,
que permanece latente de forma crónica y periódicamente emerge con un nuevo
estallido bélico que trae desgracia, sufrimiento y muerte en la Región,
especialmente entre los palestinos, a los que Israel castiga de forma
inmisericorde ante las no menos belicosas provocaciones de Hamas.
Resulta desgarrador para
cualquier conciencia humana contemplar las imágenes de televisión y prensa que
nos ofrece el dolor y la muerte de los más débiles (civiles, niños y ancianos),
junto con las bajas del combate. Sin embargo, por la cronicidad del conflicto,
ateniéndonos a lo sucedido en múltiples ocasiones anteriores, parece que
asistimos a la reproducción de la misma historia de odio mutuo, que en un
momento determinado se provoca (bien con asentamientos de colonos judíos, bien
con atentados de palestinos a ciudadanos israelíes, lanzamiento de misiles o proyectiles
de uno a otro lado, etc.), y como consecuencia de ello, se inicia una dura
respuesta –que en el caso israelí es a todas luces desproporcionada e injusta
al tomar como objetivos núcleos civiles, con las consiguientes víctimas
inocentes, algo que deslegitima cualquier justificación a la autodefensa a la
que como Estado tiene derecho frente a cualquier agresión externa-. Finalmente,
cuando el resultado victimario sea de escándalo la conciencia internacional
presionará para que acaben negociando una nueva tregua y acaso un nuevo proceso
de paz. ¡Y vuelta a empezar…!.
Las sensibilidades entre las
poblaciones de la zona (judía y palestina) están a flor de piel, y cualquier
incidente hace estallar un nuevo conflicto. Por ello, parece necesario que
tanto unos como otros destierren a los grupos fundamentalistas que practican la
violencia –incluso amparándose en la acción divina-, como el auténtico
combustible de ese interminable odio que alienta este permanente conflicto.
Inicialmente, del lado israelí –que
es una de las pocas democracias homologables de Oriente Medio- con el
desarrollo económico y social del Estado de Israel, parece más fácil el poder
llevar a cabo esa labor, pero en el lado palestino –que está inmerso en un
subdesarrollo grave y preocupante, junto con el gueto en que han sido ubicados
con el muro que construyó el Estado judío a raíz de las entifadas de años
pasados- no parece que sea fácil, dado que la situación de pobreza y
aislamiento social, junto con el hacinamiento de algunos de sus territorios,
facilitan que emerja un islamismo intransigente como irrealista, que alienta
una beligerancia que prende fácil en un tejido social de desesperación. Tal ha
sido el caso de la emergencia de Hamas frente a la antigua OLP, que a su vez a
fragmentado el liderazgo político palestino, radicalizando a parte de su
población, lo que alienta el conflicto de forma peligrosa, ante lo que Israel
se siente en permanente amenaza y responde como gato acorralado de forma
desproporcionada.
Por consiguiente, si no se
quieren repetir episodios bélicos en la zona, lo primero que tienen que hacer
ambas partes es llegar a convenir un acuerdo de paz y garantizar su cumplimiento
por parte de su población, algo que no parece garantizado mientras Hamás siga
ostentando el poder político y militar que ha alcanzado entre los palestinos –fruto
de su frustración ante el desarrollo del litigio con Israel- pero que ha
ayudado bien poco a estabilizar una duradera paz en la zona, pues mientras
desde sectores de Hamás se inciten provocaciones frente a Israel, este verá
propicia la ocasión para arrasar con una situación que verifica como peligrosa
para la seguridad de su país. ¿Qué país admitiría que le lanzaran misiles desde
territorios vecinos, con alcances superiores a 100 kms?. Otra cosa, es el grado
de la respuesta bélica, la desproporción y las consecuencias en víctimas
inocentes.
Consecuentemente, como no vemos
que los palestinos estén en condiciones de controlar a Hamás, ni de asumir los
tratados de paz que reconocían la autoridad palestina, nos tememos que la
inestabilidad en la zona seguirá siendo la constante, con una violencia latente
que periódicamente detonará en conflictos más o menos abiertos. ¡Tal es la
desgracia a la que nos vamos acostumbrando!.
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