Asistimos a tiempos convulsos, incluso en lo
sanitario, pues el gravísimo problema del virus ébola está generando una
dramática y cuantiosa cifra de víctimas en el mundo, al tiempo que se extiende
sin precedentes, ante el reconocimiento del fracaso mundial del control de la
crisis, que supone la extensión de la sensación de fracaso y peligro a las
sociedades en que han aparecido casos de importación.
Tal es el caso de la actual crisis que
estamos pasando en España por el contagio de la auxiliar de enfermería que
cuidó a los dos enfermos de ébola repatriados, que se debate por sobrevivir a
los letales efectos de la enfermedad, mientras se evidencian fallos en la
operatoria preventiva seguida, y acaso en los mismos protocolos de seguridad
sanitarios sobre esta mortal enfermedad.
Más allá de interrogarse sobre la oportunidad
o pertenencia de la repatriación de los españoles afectados, que también
debería de racionalizarse en base a hipótesis de mejoras terapéuticas
aplicables (al parecer inexistentes), que acabaron fatalmente falleciendo;
habría que reconsiderar la praxis seguida por los equipos sanitarios que les
atendieron, su preparación concreta respecto de esta enfermedad, y su escaso entrenamiento
relativo a la incorporación de las medidas de defensa y protección básicas para
evitar el contagio que finalmente se ha dado.
Además de que haya habido un error humano en la
propia enfermera afectada, no parece que ello sea suficiente para contemplar la
impúdica carrera de exculpación e
inculpación empleada por algunos responsables político-sanitarios,
especialmente referido a las desafortunadas declaraciones del Consejero de
Sanidad de Madrid, que como mínimo debería de elogiar la actitud de servicio y
entrega de los profesionales sanitarios que intervinieron en el operativo
especial, y en particular de la auxiliar de enfermería. Amén de considerar que la seguridad plena en
este tipo de actividades de riesgo no existe.
Pero lo que ha ido trascendiendo sobre el
aparente descontrol de los sanitarios que estuvieron en el operativo, que a
diferencia de los miembros de Defensa que intervinieron – y que fueron
controlados en los días posteriores-, estos parece ser que quedaron sujetos a
su discrecionalidad personal para autoevaluarse la temperatura, incorporándose
a una habitualidad vida social que aparenta ahora hasta temeraria. E incluso
cuando, como se dice en el caso de la auxiliar de enfermería, que conectó con
su hospital para comunicar los primeros síntomas se le remite a su médico de
familia (como de ordinario se tratara de un simple catarro), e incluso se le
envía una ambulancia convencional –que tras atenderle y desplazarle al hospital
de Alcorcón, no a uno de referencia preparado ad hoc, continuó el servicio
trasladando varios pacientes más, sin que se adoptaran medidas cautelares de
prevención-. Como tampoco parece
responder claramente al rigor protocolario de esta letal enfermedad la asistencia
que se le dio en urgencias hospitalarias, en un primer momento; hasta el
detalle que el propio médico de urgencias se enteró del positivo de ébola de la
enferma por la prensa, antes que por el conducto oficial.
En este “curso de aparentes despropósitos”,
resulta que lo que hubiera sido un mero descuido, o un fallo de programación o
práctica de medidas de seguridad, se revela como una cadena de fallos,
descuidos, o desaciertos, que suponen que lo que públicamente se presentaba con
alta seguridad resulta ser mucho más
vulnerable y potencialmente peligroso, por la menor garantía de seguridad ante
este tipo de actuaciones; pero además, la relajación, quizá la excesiva
confianza, nos lleva a que lo que podría ser un solo caso, derivado de un
lamentable y trágico error, fallo o inevitable consecuencia, se convierta en
más de una decena de potenciales casos, que se encuentran (ahora sí) en
observación hospitalaria y aislamiento (que es hoy por hoy la herramienta más
segura para controlar y acabar con los brotes de tan mortal patología), y que
deseamos no se confirmen más casos.
Por su parte, el gobierno ha acabado por reaccionar, ante
los fallos iniciales del tratamiento de la crisis, con la generación de un
gabinete interministerial de crisis dependiente de la Vicepresidencia del
Gobierno, que ponga orden en esta crisis, en la que se mostró superada por los
acontecimientos la Ministra de Sanidad.
Dentro de la tragedia personal de los afectados, es lamentable contemplar
cómo decae un Sistema Sanitario Público que hasta bien poco era modelo mundial,
y que viene a resentirse de una excesiva politización de su gestión, y el posicionamiento por alternativas
privatizadoras del Sistema.
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