La caída del muro opresor en Berlín por las
autoridades comunistas de la Alemania del Este, al dictado del Kremlin, en el
año 1961 para asegurarse la estancia de la población en el territorio de unos
países totalitarios, donde no había lugar al ejercicio del menor derecho
personal, y en consecuencia los ciudadanos de esos países regresaban a ser
súbditos o menos que súbditos, en una especie de semiesclavitud moderna
impuesta por estos Estados Totalitarios.
La instauración del muro de Berlín suponía la
constatación de las políticas opresoras del comunismo raíz leninista y estalinista,
como también lo fue el de raíz maoísta, o los otros sucedáneos periféricos de
comunismo liberticida y criminal.
La evolución de estos regímenes dictatoriales
a regímenes policiales sobre la propia población interior, donde no se permitía
la menor crítica ni iniciativa distinta de la “verdad o guión oficial”, llevó a
la gestación de una sociedad endogámica, cerrada, asfixiante para la mayoría de
la ciudadanía, y con ello a un fracaso social en todos sus aspectos, también
políticos y no menos económicos, que fue por donde empezó a romperse la férrea cohesión
del “telón de acero” instaurado por Stalin tras la II Guerra Mundial sobre los
países de su órbita, que conformaron el Pacto de Varsovia en respuesta a la
OTAN en la denominada Guerra Fría, que mantuvo la tensión internacional hasta
la auténtica y real caída de estos regímenes dictatoriales de porte comunista.
En consecuencia, el recuerdo de la caída del
muro de Berlín, que fue la fase final de los estertores del comunismo
leninista-estalinista, y la recuperación de la libertad de la Europa del Este,
incluida la desmembración de la propia URSS con el nacimiento de nuevos Estados
surgidos de la descomposición del “Imperio soviético”, nos debe recordar la
gran tragedia que vivieron generaciones de personas en el Este de Europa, y los
errores liberticidas de estos regímenes, para que nunca más se reproduzcan.
En concreto, esa diabólica obra de separación
de Berlín, se llegó a cobrar más de cien víctimas directas que perdieron la
vida intentando cruzar el muro y alcanzar el denominado “mundo libre” para
buscarse la vida con la dignidad a la que toda persona humana tiene derecho, y
que se le negaba en el Este comunista.
Al propio tiempo este hecho, desencadenó la
caída definitiva de los regímenes comunistas de la Europa del Este, con el
tránsito democrático –más o menos amplio- de los distintos países de la antigua
órbita soviética, y sobre todo, en el plano internacional se perdió la
bipolaridad del mundo entre el este comunista y el oeste capitalista, para
avanzar a un mundo globalizado, que con sus ventajas respecto al comunismo
caído, sin embargo no ha alcanzado la prometida perfección del autoproclamado
mundo libre, que al no tener el contrapeso comunista ha radicalizado sus propias
tesis capitalistas, apartándose progresivamente de las tesis socialdemócratas y
socialcristianas que dieron origen a la Comunidad Económica Europea (actual UE)
generando los denominados “Estados Sociales” o del bienestar, que han ido
perdiendo entidad con el avance del neoliberalismo económico globalizador,
desregularizado que está dando lugar a cíclicas crisis por procesos financieros
especulativos desbridados de cualquier control gubernamental, que está poniendo
en riesgo la estabilidad de las economías y los sistemas sociales europeos que
se dieron cita como respuesta política de estabilidad y concordia tras la II
Guerra Mundial, que actualmente están siendo las víctimas de la globalización
que vino tras la caída del muro y de los regímenes comunistas.
Necesitamos frenos, y el comunismo, pese a sus lacras, era una idea reguladora, que frenaba, ponía bridas a este estado globalizado, que no es menos policial ni controlador que aquel, aunque de forma más sutil y difusa.
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