Este fin de semana, en la última cumbre de estadistas europeos, Merkel y Sarkozy marcaron las líneas a seguir para la reconstrucción o refundación de la UE según su particular concepto e interés económico y político, no quedando apenas margen sino para la adhesión o para la exclusión, opción esta última adoptada por el Reino Unido, que dentro de su euroescepticismo concluido autoexcluyéndose de esa UE según el proyecto franco-alemán.
Esta audaz decisión británica, para muchos probablemente equivocada, además de sus explicaciones sobre la defensa de la economía de la City londinense, en la que la mayoría de su actividad va referida a las transacciones financieras internacionales que se realizan en Londres, y que naturalmente, Gran Bretaña quiere preservar a toda costa. Pero sobre todo, y por encima de todo, late el peculiar y profundo sentimiento británico sobre su libertad y la defensa de su soberanía, de manera que no están dispuestos a hacer cesiones de la misma a terceros y menos al eje franco-alemán con el que tienen larga historia de desencuentros, pese a etapas de intereses comunes. Lo que expresan en términos coloquiales diciendo que “nadie ha de decidir su desayuno”, en referencia a esas necesarias cesiones de soberanía que se pretenden al avanzar en el proyecto europeo de Merkozy.
También favorece su decisión el no haberse incluido en el euro, por lo que su apartado sobre el nuevo desarrollo europeo resulta menos controvertido que si estuviera inmerso en la zona euro, como sucedería con otros países en dificultades, que no ven una clara determinación solidaria de los socios poderosos, sino más bien recelos de estos sobre aquellos, además de la imposición de unas condiciones draconianas de intervención económica que les deja en una situación fáctica de protectorado de la Unión Europea, especialmente de sus mandatarios máximos, ejercido por el eje franco-alemán.
Claro esos planteamientos de límite constitucional de los gastos estatales, con el consiguiente mandato general de equilibrio presupuestario, en una situación de grave crisis económica como la actual, puede tener también efectos secundarios no deseados, por la mordaza económica a la que hay que someter a los trabajadores de esos países de la UE, con un previsible decaimiento de la actividad económica, paro, pérdida de protección social, etc. Todo por el coactivo mandato del equilibrio presupuestario, que de no producirse conllevaría gravosas multas de cuantioso importe, como castigo añadido a la desgracia de los ya desgraciados.
Entre tanto, nada dispuesto sobre el pago de deuda soberana de los países de la UE con bonos europeos para evitar la presión de los especuladores en los mercados financieros, que como si se tratara de un plan previamente diseñado, se han concitado en atacar especulativamente a las economías de los países más débiles, habiendo vuelto a subir los diferenciales de riesgo de la deuda italiana y española, como si nada se hubiera acordado en el seno de la UE ni en estos países.
Por tanto, mientras no haya una clara determinación en salir al rescate de forma combinada, en acciones solidarias, con una clara atribución del Banco Central Europeo de banco regulador, y una determinante intervención con bonos europeos, reajuste del sistema bancario europeo –saneándolo de la crisis-, y vuelta del circulante monetario a los mercados bancarios para reanimar una economía que languidece por falta de crédito desde hace ya meses, no serán efectivas las medidas para frenar esta actuación.
Pero todo esto, nos pone de manifiesto varias situaciones preocupantes del actual “constructo europeo”, tales como la falta de unidad y solidaridad que ha primado los intereses nacionales de algunos países influyentes sobre el total de la UE, y sobre todo la falta de un liderazgo político dentro de la UE, algo que se echa en falta de forma rotunda. Y sin embargo no es una cuestión baladí, pues tiene sentido ahondar en el proyecto de la UE si realmente hay un liderazgo político europeo capaz de aunar, embarcar y ensamblar a todos los países de la Unión en un proyecto económico y político común, que convenza, beneficie y entusiasme. Algo que hoy día no se atisba en el planteamiento del eje franco-alemán, cuyo proyecto de Europa está claramente subordinado a los intereses franco-alemanes, que según el diseño que se trasluce no son los intereses de todos los países de la UE.
Acaso por ello, y mientras se mantenga esta situación, quizá Italia, Grecia, Portugal, Irlanda, España, y también Reino Unido podrían ponerse de acuerdo en un planteamiento que les interese, que posiblemente pase más por la idea de volver al Mercado Común de la (CEE), que a la idea de la UE de Merkozy (desvirtuando la que se pactó en Maastricht). Algo que los políticos de los países candidatos a “protectorado franco-alemán” deberían ir planteándose antes de caer en un neocolonialismo centroeuropeo, que puede condicionar seria e injustamente el desarrollo de estos países, que hipotecados hasta las “trancas” no levantarán cabeza en las próximas décadas.
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