Celebramos que tal día como hoy, el 10 de diciembre de 1948 la Declaración Universal de los Derechos Humanos fue adoptada y proclamada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en su Resolución 217 A, como respuesta a los horrores de la Segunda Guerra Mundial y como intento de sentar las bases del nuevo orden internacional que surgía tras el armisticio.
De tal forma que a partir de ese momento los sucesivos intentos en que históricamente se trató de implantar los derechos humanos como síntesis básica ineludible e inalienable de garantía jurídica esencial de la dignidad humana, concretada en cada ser de la especie humana, se plasmaban en un texto jurídico de alcance internacional, manteniéndose como uno de los objetivos de Naciones Unidas, aunque en la práctica –aún hoy día- se siguen conculcando estos derechos elementales del ser humano en muchos lugares del orbe.
Por ello, resulta necesario que nos planteemos como seres humanos un compromiso personal y social por la defensa de los derechos humanos y su implantación en todos los lugares de la Tierra, pues siguen existiendo casos flagrantes de conculcación sistemática de derechos humanos, por parte de algunos Gobiernos liberticidas que mantienen un ejercicio tiránico del poder, baste citar a título de ejemplo la crueldad e injusticia infligida a Daw Aung San Suu Kyi, líder birmana a favor de la democracia, o la padecida por el ciudadano chino Liu Xiaobo –galardonado con el premio nobel que su país le impidió recoger-, o el caso del médico indio Binayak Sen condenado a cadena perpetua por haber denunciado la violencia en el centro de la India. Son solo ejemplos de personas que se han jugado la vida por la libertad propia y de los suyos, que nos deben de recordar a otros tantos héroes anónimos que como ellos sufren la injusticia, la violencia y el horror en sus vidas sin que puedan acogerse a los derechos que tienen como personas a vivir con dignidad en libertad.
Todo ello nos hace que, especialmente hoy, les recordemos, mantengamos encendida la llama de su pacífica protesta, y seamos conscientes que los derechos humanos aún no han conseguido implantarse pese a los siglos que lleva la humanidad, y que aún conflictos armados victimizan a los más débiles, como está ocurriendo en Siria, donde el ejército sigue reprimiendo y matando a ciudadanos desarmados por el mero hecho de protestar contra el régimen tiránico que les gobierna. O incluso las denuncias de Amnistía Internacional sobre la actuación de la policía de la República Dominicana que señalan que sobre el 15% de los homicidios del país los cometen miembros de la policía empleando procedimientos agresivos que le han generado la desconfianza de la mayoría de la población. O los desalojos forzosos de viviendas humildes promovidos por las autoridades locales en Dey Krahorm (Camboya) en que cientos de familias fueron desalojados por la fuerza y se quedaron sin hogar.
Esta breve referencia, conlleva también la inclusión de diferentes tipos de derechos, que se han venido reconociendo como “derechos humanos”, fruto del propio desarrollo de su concepto y de la evolución social de nuestra civilización. Así podemos hablar de una división de los derechos humanos en tres generaciones, que fue concebida por primera vez por Karel Vasak en 1979. Cada una se asocia a uno de los grandes valores proclamados en la Revolución francesa: libertad, igualdad, fraternidad.
Los derechos de primera generación son los derechos civiles y políticos, vinculados con el principio de libertad. Generalmente se consideran derechos de defensa o negativos, que exigen de los poderes públicos su inhibición y no injerencia en la esfera privada.
Por su parte, los derechos de segunda generación son los derechos económicos, sociales y culturales, que están vinculados con el principio de igualdad. Exigen para su realización efectiva de la intervención de los poderes públicos, a través de prestaciones y servicios públicos.
Existe cierta contradicción entre los derechos contra el Estado (primera generación) y los derechos sobre el Estado (segunda generación). Los defensores de los derechos civiles y políticos califican frecuentemente a los derechos económicos, sociales y culturales como falsos derechos, ya que el Estado no puede satisfacerlos más que imponiendo a otros su realización, lo que para éstos supondría una violación de derechos de primera generación.
Finalmente, la tercera generación de derechos, surgida en la doctrina en la década de los ochenta del siglo pasado, se vincula con la solidaridad. Los unifica su incidencia en la vida de todos, a escala universal, por lo que precisan para su realización una serie de esfuerzos y cooperaciones en un nivel planetario. Normalmente se incluyen en ella derechos heterogéneos como el derecho a la paz, a la calidad de vida o las garantías frente a la manipulación genética, aunque diferentes juristas asocian estos derechos a otras generaciones: por ejemplo, mientras que para Vallespín Pérez la protección contra la manipulación genética sería un derecho de cuarta generación, para Roberto González Álvarez es una manifestación, ante nuevas amenazas, de derechos de primera generación como el derecho a la vida, la libertad y la integridad física.
Por todo lo indicado, hemos de concluir con una invitación a que este recuerdo anual trascienda a una consideración diaria de la existencia de estos derechos, que sean exigidos con más determinación por la Comunidad Internacional, llegando a plantear la exclusión de la ONU a aquellos países que no sean celosos vigilantes del cumplimiento de los derechos humanos en su seno, pues de esa forma acabaríamos con esta lacra y con la hipocresía de que se incorporen al sistema internacional países que permiten la injusticia en su forma más crasa, por vulnerar o permitir que se vulneren los derechos más elementales del ser humano.
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