Por fin, ganó la selección española de fútbol la Eurocopa por
segunda vez, acontecimiento que se junta en el recuerdo próximo con el triunfo
del Mundial de Fútbol, en una benéfica racha que hace historia del deporte
patrio. De nuevo el alborozo popular recorrió de forma mayoritaria la sociedad española,
introduciendo a algunos en trance paroxístico, y a la mayoría en una forma
peculiar de “éxtasis colectivo” que nos ha transportado agradablemente de
nuestra dura realidad.
Los medios de comunicación han dedicado amplia atención al
evento, los jugadores y técnicos del seleccionado español han sido recibidos
como auténticos héroes, ante los que no se ha reparado en todo tipo de agasajos
–apropiados en muchos casos, como gesto de reconocimiento público y gratitud,
aunque no tanto en otros ámbitos, como los retributivos, y sobre todo la
mitología generada en torno a una épica a la que nuestra sociedad da un
extraordinario valor, a todas luces exagerado-.
De forma que el país vive 24 horas desbordado por el jaleo
mediático, que desborda con mucho, la natural alegría por el éxito obtenido por
nuestro seleccionado nacional de fútbol; al punto que en términos meramente
racionales podría considerarse esta respuesta social como excesiva –como contracorriente,
puede estimarse el presente artículo, aunque no lo pretende, sino reflexionar
sobre un extraño fenómeno de masas digno de estudio sociológico-.
De entrada habría que afirmar que lo emotivo –por su base
irracional- es de difícil valoración racional. Si bien, no nos apartamos a
buscar razones en forma de causas que expliquen este extraño fenómeno de
desbordamiento colectivo tras un éxito deportivo, que se desarrolla en su
propio ámbito, pero que trasciende a toda la vida social desbordándose como
auténtico fenómeno de masas.
Acaso la explicación, en una sociedad cada vez más
secularizada, venga de la mano de la frecuente atribución de “nueva
religiosidad” al deporte moderno, con sus ritos, hábitos sociales que articulan
el fenómeno deportivo, que al propio tiempo tiene una función de “argamasa
social” al unir a colectivos sociales en una pretensión colectiva, que aunque
aproveche el ámbito deportivo refleja valores colectivos, ansias de superación,
de victoria a través del esfuerzo y la confrontación con otros colectivos.
Espacio en el que se vierten frustraciones personales, sociales, como
aspiraciones colectivas de triunfo que resultan reforzantes de la unidad del
colectivo. Aspecto, que con una buena lectura social, y adecuado encauzamiento,
también cumple una adecuada labor extradeportiva sobre la identidad y cohesión
grupal.
Si nos atenemos al simbolismo de atribución de religiosidad laica, encontramos referencias análogas al ámbito puramente religioso, como pueden ser los ritos, símbolos idéntitarios, indumentarias, mitos, sacrificios y nuevos templos; ante los que se presentan nuestros esfuerzos, nuestras esperanzas, evadiéndonos de nuestra propia realidad en la esperanza del triunfo ansiado, que hace los deleites de sus seguidores, ante lo que no se cuestiona ni el nivel de esfuerzo, ni el gasto –muchas veces muy desproporcionado-, no en vano muchos clubes de la liga profesional española se encuentran en una situación económica insostenible. Incluso muchas veces, llega a justificarse hasta lo injustificable, en un ámbito sectario que obnubila el normal discernimiento entre el bien y el mal; con especial significación en la generación de grupos fanáticos, agresivos y violentos que suelen ser tolerados, acogidos, cuando no fomentados por algunos de los clubes para reforzar los lazos de identidad aún prestándose a la inmoralidad e ilegalidad del uso de la violencia verbal –que es generalizada-, e incluso física –que aún cuando esporádica no es excepcional-.
En esa vertiente neo-religiosa se generan mitos a los que se
adora, idolatra –que entran en el juego del comercio de masas del consumismo
social- se imita su forma de vestir, sus gustos y apetencias, propiciando la
despersonalización del hincha, tratando de evadirse de una vida vulgar o gris.
De igual modo, este tipo de feligrés se sume regularmente en un estado
emocional y pasional colectivo que le lleva a vivir pasiones, ilusiones,
alegrías, pero también tristezas, decepciones ante las que suele descargar su
ira sobre otros buscando culpabilidades, en un ámbito existencial que no siendo
propio, participa y asume para bien y para mal.
Sin embargo, todo ello no es óbice para poder asumir el
deporte –como otros ámbitos de la vida- de forma libre, personalmente
enriquecedora, siempre que no se confundan los planos personal y social de su
vivencia, para evitar un sobredimensionamiento existencial de esta particular
forma de ocio –también negocio para unos cuantos-, y sobre todo que nos evada
no sólo de nuestra realidad, sino también nos distraiga de nuestras
responsabilidades personales y sociales, desmitificando el fenómeno y a sus
componentes, aunque se les reconozca el valor de sus logros pero en sus justos
términos.
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