La noticia que la Policía desalojó el viernes por la noche a la veintena de personas que se habían encerrado en la madrileña Catedral de la Almudena para protestar contra los desahucios y reivindicar el derecho a la vivienda se extendió como la pólvora, por lo simbólico del hecho, pues a personas desahuciadas de sus casas, por razón de pobreza, no sólo no son acogidas por su Iglesia, sino que también los desaloja con auxilio policial.
Siempre
se ha entendido que para que la Policía intervenga en un templo eclesiástico
tiene que contar con la aprobación de la autoridad eclesiástica, por lo que
cabe preguntarse –ya que no trascendió- ¿quién dio autorización a la policía, o
quién pidió la intervención policial para echar de la Catedral de Madrid a una
veintena de pobres desgraciados?. El hecho es perfectamente legal, pero es
incoherente, anticaritativo, antipastoral y roza una fina línea que
probablemente lo hace inmoral.
Ese
grupo de gente, según se ha sabido acompañados de un sacerdote de la Cañada
Real, trataba de llamar la atención de la ciudadanía, de las autoridades sobre
lo injusto de su situación desahuciados por impago hipotecario, derivado del
desempleo y de la falta de sueldo para poder mantener a sus familias. Luego el
factor humano en primera línea está presente, ante una injusticia social, que
los ha marginado a la pobreza, de la que por cierto dijo Jesucristo que sería
el Reino de los Cielos, y en su desesperación acuden a la Iglesia –que se les
ha proclamado como madre-, pero que les responde como una “mala madrastra”
echándolos con recurso policial, por la
fuerza. Algo que Cristo sólo hizo con los mercaderes del Templo, pero jamás con
los pobres, a los que designó como privilegiados, con carácter de asistencia
preferente. Y miren por dónde, la jerarquía eclesiástica española, no sólo no
los acoge, sino que los echa a cajas destempladas, y además se esconde, no da
la cara, ni pide perdón, ni mucho menos trata de remediar el impropio repudio
realizado.
Probablemente sea cierto que este
grupo invasor, se mostrara así desde el principio en la Catedral, para hacer lo
que no se suele hacer allí, y de ahí la intervención policial. Posiblemente no
pidieran la acogida y mediación de la comunidad cristiana madrileña, y de sus
representantes ante las instancias oficiales. Pero así las cosas, ¿el Cardenal
Rouco ofreció su samaritana mediación?,
¿se llegó a interesar por esta pobre y desesperanzada gente?, ¿les ofreció
realojamiento en otros locales eclesiásticos, mientras se buscaba la solución
más justa o adecuada posible?. Posiblemente si lo hubiera hecho, no habría
tenido lugar la intervención policial.
Por fortuna, no toda la Iglesia se
muestra así de autista, distante, de “duro corazón”. También existe una Iglesia
cercana, fraternal, auxiliadora, pues Iglesia es todo el Pueblo de Dios en el
cual hay patentes y permanentes brotes de su evangelio, de la caridad tanto
institucional como personal. Esa es la auténtica Iglesia en la que se sigue
manifestando el Espíritu de Dios, pues por sus obras les conoceréis.
Y entre estas buenas gentes que siguen
haciendo de su vida misión hacia el prójimo, también existe abundantes
clérigos, religiosos e incluso jerarquía eclesiástica, que en el presente caso,
estamos seguros que hubieran actuado de modo distinto, aunque de momento sólo
se ha hecho eco del incidente Mons.
Agrelo, franciscano arzobispo de Tánger, quien ha afirmado rotundamente que
“los desahuciados caben todos y caben
siempre en la catedral”, indicando seguidamente que “La catedral es signo de la comunidad de los
fieles, que son el verdadero templo de Dios, y es imagen del Cuerpo místico de
Cristo, cuyos miembros se unen mediante un único vínculo de caridad”. Según lo publicado por Religión Digital (www.religiondigital.es).
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