El artículo 14 de la Constitución
española, de la que tanto han alardeado nuestros “hombres públicos” dice
que “Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda
prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión,
opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social.” Sin embargo, la
realidad diaria es tozuda en contradecir tan solemne como justa afirmación
constitucional, que la deja en “papel
mojado”.
Y
si no que le pregunten a algunos jueces o exjueces –por haber sido
defenestrados- tras intentar hacer justicia con algunos de los “grandes de
España” –dicho esto, no en términos estrictos, sino analógicos, y extensibles a
la oligarquía política, financiera y aún aristocrática del país-. Así les fue a
Gómez de Liaño, Garzón, y en la actualidad al juez Silva, amén de otros gestos
no menos arteros, que han conllevado el apartamiento de otros jueces de causas
e investigaciones significativas en las que se traslucían altos intereses
políticos, o económicos.
De
donde se podría inferir que la normalidad democrática y judicial es para los
ciudadanos normales, de ordinario, no siendo el caso de aquellos que tienen
unas características extraordinarias de poder político o económico.
Así
hemos asistido al bochornoso espectáculo, durante años –y bajo un gobierno
socialista, no especialmente cambiado por su relevo-, de una economía especulativamente dislocada,
entregada a la codicia del beneficio “caiga quien caiga”, de unas finanzas
desbridadas, sin control de los órganos reguladores (Banco de España, Comisión
Nacional del Mercado de Valores) ni del Gobierno, que ha conllevado la quiebra
técnica de numerosas entidades de crédito (especialmente Cajas de Ahorros y
pequeños bancos) parasitados hasta la extenuación por grupos de influencia que
los interferían, o incluso se hicieron con su gestión, con un elevadísimo costo
de rescate –que computa como deuda pública-, sin que hasta este momento apenas
nadie se verifique como responsable de nada. ¡Ni siquiera en el terreno
político…!. Por más bazofia que emerge a través de la prensa libre, que en
cualquier país realmente democrático y de derecho, conllevaría el ostracismo
político de un importante contingente de nuestra clase política dirigente, y el
incuestionable encausamiento de los responsables directos (órganos gestores) e
indirectos (órganos reguladores) hasta depurar las posibles responsabilidades
legales que les pudiera conllevar.
Sin
embargo, la realidad nos muestra que políticamente no hay ninguna medida de
inmediato efecto ejemplarizante, en este ámbito, y en el ámbito judicial apenas
hay progresos (iniciando una maraña procesal interminable, para que todo se “evapore
en la noche de los tiempos”), y en contradicción, al juez que dispuso la
prisión provisional para uno de estos presuntos responsables – de forma acertada
o desacertada, según interpretación jurídica- se encuentra sujeto a expediente
disciplinario con elevadísima posibilidad de expulsión de la carrera judicial.
En
otro orden de cosas, que afectan al análisis de lo comentado, nos encontramos
con el caso Noos, y la simple imputación de la Infanta Cristina por el juez
Castro, ante lo que el Fiscal (ministerio público, cuya misión fundamental es
la persecución del delito, ejercitando la acusación pública y la investigación)
resulta que muestra una aparente actitud defensiva hacia la Infanta, que en
algún momento llega a superar la de su propia defensa, y además superando a
ésta llega a polemizar con el juez instructor de forma burda e inadecuada en
pleno proceso. Y ello por el simple hecho de pedirle explicaciones a la Infanta
sobre aparentes irregularidades del “negocio familiar” (pues tal aparenta) o de
su esposo, en que ella apenas figuraría. Lo cual, además de generar una negra
sombra de sospecha de interferencias en la acción de la justicia, ha llevado a
hacer enrojecedoras piruetas procesales como la famosa “desimputación” antes de
declarar, para volverla a imputar. ¡Y eso, que siempre se ha dicho que
preguntar no ofende!. Además de las gratuitas críticas que le están cayendo al
juez Castro por parte de sectores de prensa y políticos “cortesanos”, pese al
extraordinario trabajo y explicación de más de doscientos folios del juez
instructor.
Y
todo ello, so pretexto que la Infanta no entendía, no sabía, creía ciegamente a
su esposo (a quien por cierto, de forma indirecta, dejan a “los pies de los
caballos”). Pero al mismo tiempo, el discurso forense e incluso de cierta
prensa, cambia radicalmente cuando se trata de valorar la actuación de
entidades financieras en el caso de las “preferentes” a jubilados, ancianos, y
personas indocumentadas y de escasa instrucción financiera y general, a las que
atribuyen conocimiento pleno de lo que estaban contratando, pues sabían lo que
hacían.
Consecuentemente,
tras estas sencillas reflexiones, comprendan que a uno le cueste creer
verdaderamente en que la legalidad constitucional se verifique plenamente en
nuestro país. ¿Quién cree que somos todos iguales ante la ley?. ¡Grave síntoma
en una sociedad moderna que se considera democrática, libre y homologable
internacionalmente!. Como también es preocupante para el mantenimiento de la
legitimidad institucional.
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