La
aparición pública del Partido VOX promovido por significados disidentes del PP,
entre los que se encuentran Santiago Abascal, Ortega Lara –de forma explícita-
y Vidal Cuadras –de forma implícita-, junto con importantes líderes de las
asociaciones de víctimas del terrorismo, y el conocido político liberal de la
UCD, Ignacio Camuñas, están ahormando esta formación política con la intención
de recoger a un considerable sector de la derecha sociológica española
descontentos con el actual gobierno de Rajoy.
Ciertamente no es frecuente que haya
desmembración de un partido cuando ostenta el poder, y mucho menos cuando lo
ejerce con mayoría absoluta, como actualmente es el caso del PP, pero errores
políticos de bulto en la agenda política del presidente Rajoy están llevando a
un general descontento, entre la población –motivado por los recortes sociales
ante la crisis económica, y el sesgo ideológico con el que se ha acometido su
afrontamiento por el gobierno de Rajoy-, y en especial entre los votantes del
PP en temas tan sensibles como el aborto, la política antiterrorista, la
cuestión territorial del Estado (unidad de España), e incluso también los casos
de corrupción con particular referencia a los casos Gurtel, Bárcenas y Bankia.
Por ello, no es de extrañar que ante
tanta tensión y elasticidad de las costuras acaben en indeseadas rupturas, pues
en democracia se trata de aunar voluntades para hacer efectiva una determinada
política sobre la base una previa ideología, por lo que la unión hace la
fuerza, en lo que se refiere al logro electoral. Si bien, tal unión aunque no
pueda pretenderse la identidad, sí al menos ha de hacer planteamientos
compatibles con su confesa ideología que es la que le ha llevado a conseguir el
apoyo electoral de la ciudadanía, a la que no se puede, ni se debe engañar, y
menos aún a la propia militancia –por satisfecha que se encuentre en el reparto
del “botín electoral”-, pues cualquier persona para sentirse tal y ejercer su
legítima ciudadanía ha de construir su propio discurso vital, y conformar un
guion existencial conforme a ello, que no puede abandonar ante las primeras
dificultades, como parece haberlo hecho el PP.
Algo que sabe muy bien Aznar, cuyo
principal mérito político, a mi entender, fue el poder unificar y lograr un
discurso ideológico coherente con sus consecuentes políticas que sirviera para
la derecha y el centro derecha del espectro político nacional, lo que le supuso
el logro de la victoria electoral frente a un PSOE instalado en el poder cerca
de una quincena de años, con un líder como Felipe González, que pese a su
declive político había ejercido un liderazgo casi carismático en la España de
los ochenta.
Por tanto, cualquier desmembración
supone restar votos (el camino inverso al que se ha de seguir si se quiere
ganar las elecciones en España, que tradicionalmente se han ganado por el
centro), y en la situación actual, ni el PP con una mayoría absoluta en fase
descendente –según las encuestas-, no parece que le sobre tanta fuerza como
parece estar dispuesto a dilapidar la torpeza política de Rajoy y los sucesos de
corrupción que ensombrecen el proyecto político que representa.
Así un partido de derechas en España
(y el PP lo es), podría suponer fácilmente que ciertas políticas que abordan
sus pilares ideológicos son inabordables, pues como mínimo se iban a
malinterpretar. Tal ha sido la asunción de la excarcelación de presos de ETA en
lo que aparenta un guion pactado (entre bambalinas) como supuesta política de
Estado, que supondría la asunción del supuesto proceso de paz iniciado por el
Gobierno socialista de ZP; y por consiguiente, el tener que desdecirse de gran
parte de la crítica política con que la oposición del PP entonces espetó al
Gobierno de Zapatero, y hacer “malabarismos políticos” para no disgustar a las
víctimas del terrorismo y a numerosos sectores de sus votantes naturales, a los
que hoy por hoy, no han parecido convencer, dados los abandonos de Maria San
Gil, Ortega Lara y Santiago Abascal, entre otros.
Si todo esto fuera poco, la unidad
de España cuestionada, tanto en Cataluña, como en el País Vasco, con escasa y
débil respuesta gubernamental; además la cuestión lingüística asumida
ambiguamente según la disposición de los barones autóctonos sobre el tema, que
hacen incoherente la defensa estatal de la lengua española que se hace desde el
PP nacional.
Por otra parte, la cuestión del
aborto es otra de las cuestiones en que el PP pretendía mostrarse como garante
del tradicional orden moral, aparentando asumir las proyectivas de la jerarquía
eclesiástica, para conformar a su electorado católico más tradicionalista y a
los movimientos próvida, que pronto se han visto defraudados cuando tras dos
años de legislatura el Ministro de Justicia presenta un proyecto más
restrictivo de ley de aborto que la vigente ley socialista, que nuevamente “rompe
las costuras” internas tejidas por el PP con su base electoral, y pone de
manifiesto las contradicciones internas entre grupos ideológicos distintos que
apenas llegan a converger en la política económica neoliberal de desregulación,
privatización de servicios públicos, y sumisión al ídolo del mercado.
Con esos mimbres se han ido
generando internas desafecciones, y ello ha motivado la emergencia de nuevas
alternativas –sobre sensibilidades no bien atendidas- que pueden generar la
fragmentación del voto de la derecha y del centro derecha, que tendrían que
alertar a sus dirigentes sobre la pérdida de poder, y sobre todo la potencial
pérdida de un extraordinario logro histórico de reunificación política de la
derecha sociológica.
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