En este
trigésimo tercer aniversario del fallido golpe de Estado, recordamos una
efemérides de un lamentable acontecimiento –entre los lamentables de nuestra
historia nacional- que jamás debió ocurrir, si bien es el resultado mal
gestionado de presiones políticas, económicas y del terrorismo etarra que
atenazaba dramáticamente la vida española.
Fue un trágico suceso, que afortunadamente
acabó resolviéndose de la mejor manera posible, sin víctimas, lo que facilitó
una complicada solución interna en un estamento militar –que tras ser objetivo
del terrorismo etarra, y aún con pervivencias franquistas, supo resolver
internamente un deshonroso lance en su propio seno- que de esa manera se
incorporó definitivamente a la nueva etapa democrática.
No es el momento de entrar en los detalles,
causas y participantes en aquella operación, ni siquiera en su tragicómico
desenlace, sintetizado por el teniente coronel Tejero cuando supuestamente se
le postulaba el General Armada para presidir un gobierno de concentración,
cuando le dijo que para eso no hacía falta tomar militarmente el Congreso de
los Diputados. ¡Y era una gran verdad!.
De ahí las especulaciones literarias y
periodísticas sobre el golpe, sus entretelas, sus autores y copartícipes, aún
sus encubridores, y sus diversas variables, a día de hoy no aclaradas del todo,
pese al transcurso del tiempo –que posibilita la prescripción de los tipos
delictivos, y en que algunos de sus afectados más o menos directos ya
fallecieron-.
Tal parece que algunos de los implicados,
posteriormente condenados y finalmente indultados, no compartían el mismo guión
golpista, lo que da pie a pensar también en los apaños de última hora, o en
sumarse a una intervención que no se comparte plenamente para seguidamente
reconducirla al propio interés; lo que dio lugar al estrambótico final de la
operación militar de fuerza tomando el Congreso.
A día de hoy, se van comprendiendo mejor las
circunstancias y hasta detalles que se han ido revelando, con el tiempo, que
aparentemente eran contradictorios, pero encajan en esa idea de acumulación de
proyectos de golpe, de intencionalidad y alcance del mismo (simple golpe de timón
ante lo que parecía estar escapando de las manos del poder fáctico, desahogo de
un sector del ejército victimizado excesivamente por ETA sin una respuesta que
fuera contundente –según exigían no pocos militares y sectores influyentes de
la época; no se olvide que pocos años después nació el GAL y el Batallón Vasco
Español-; o marcha atrás de la democracia y vuelta al autoritarismo franquista
bajo tutela del ejército y poderes fácticos de la época). Al parecer no existía
un consenso en el planteamiento y alcance y así se puso de manifiesto en el discurrir
de los acontecimientos. Y tras ellos un pacto de escrupuloso silencio y una “omertad”
corporativa bajo el escudo de un honor mal entendido, impropia de un país
democrático y libre como se dice que es España.
Pero sobre todo, por higiene democrática, a
estas alturas de la historia, transcurridas más de tres décadas, la ciudadanía
tiene derecho a conocer los detalles, proyectos, intervinientes directos e
indirectos, y la toma de posición de importantes agentes de poder político,
financiero y militar. Pues hay quien cuenta la historia a su manera, y existen
historias muy contradictorias respecto de determinadas y señaladas
personalidades en los aciagos hechos del golpe, ante lo que la historia demanda
ya la verdad, para conocer a los auténticos héroes y villanos de los
acontecimientos de tal día como hoy de hace treinta y tres años, que hubieran
podido cambiar notablemente el curso de la historia de España y la de no pocos
españoles.
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