Llegada la
final de la Copa del Rey de fútbol, nuevamente asistimos a una monumental
pitada del himno nacional en presencia del mismo Jefe del Estado. El escenario
se repite, casualmente en Barcelona en un encuentro de la final de copa entre
el FC Barcelona y el At. de Bilbao.
La pitada, que alcanzó los 119
decibelios, impidió la audición del himno y representó una gran falta de
respeto, como mínimo, y de civismo, en tanto que el himno como la bandera y el
escudo nacional son símbolos del Estado que es la base actual de nuestra
convivencia cívica en el interior, así como signos de identidad común hacia el
exterior.
Sin embargo hechos como el
comentado, representan una grave patología política y social de nuestro país,
pues no es normal que la propia ciudadanía de cualquier Estado (que en
definitiva es un proyecto común de convivencia) pite, abuchee, denoste y falte
al respeto de sus propios símbolos nacionales, que son los que otorgan
identidad común a nuestro Estado, que hizo gran historia siendo grande entre
los grandes, conformando el antiguo Imperio español en otros tiempos, y que sin
embargo, fruto de la propia decadencia interna ha llevado a nuestra comunidad
estatal a un progresivo deterioro y pérdida de fortaleza, por nuestros “propios
demonios internos” (divisiones regionalistas, rivalidades nacionalistas
secesionistas, etc.), que no han tenido un adecuado tratamiento político, sino
que por el contrario han sido el caldo de cultivo de las diferencias más torpes
y lacerantes, que lastran el futuro del Estado, el despegue económico y
desdibujan la realidad interna española.
Por tanto, compartimos la nota de
protesta gubernamental sobre este reiterado incidente, y apuntamos que más allá
de las barajadas medidas coercitivas, parece muy necesario emprender una nueva
pedagogía política de civismo y ciudadanía para todos los escolares del Estado,
poniéndole límites a las acciones de deslealtad política de los nacionalismos
secesionistas, y haciendo cumplir la ley en toda su extensión. Pues cuando esto
sucede de forma reiterada, parece claro que algo se ha hecho mal en la política
española, pues tal hecho es un síntoma de patología social, de peligrosas
fisuras en nuestra convivencia.
Al propio tiempo, en el orden
deportivo parecería necesario adoptar algunas medidas cautelares, ante estos
reiterados hechos, que más allá de las multas gubernativas correspondientes
supusieran la exclusión como sedes de este tipo de eventos deportivos durante
varios años.
Pues este espectáculo lamentable y
triste supone una falta de respeto a nuestro proyecto comunitario, nuestro
proyecto de Estado-Nación, el incumplimiento de la legalidad vigente, la falta
de respeto a lo que representa la Nación española y a todos aquellos que dieron
su vida por hacer realidad nuestro Estado que hace posible nuestra propia
convivencia interior (servicios públicos, seguridad, justicia, educación,
sanidad, servicios sociales, etc.), la igualdad de todos los españoles ante la
ley, y la defensa de nuestra comunidad estatal en el exterior (defensa y
servicio exterior). Algo con lo que no se debe jugar, ni permitir que lo hagan
desde el mimetismo colectivo. Y ello, pese al respeto a las minorías, que
merece cualquier ideología y discurso, expresado con respeto, sin imposición y
democráticamente testado. Pero lo ocurrido ayer en Barcelona, ¡nunca más…!. El
Estado tiene la obligación de impedirlo, anticipándose a ello.
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