El artero adelanto electoral en la autonomía
andaluza por parte de la presidenta de su Susana Díaz, so pretexto de mejorar
la gobernabilidad, que por cierto tenía concertada con IU, la ha abocado a un
exiguo triunfo por mayoría simple, reportándole 47 escaños (conservando los que
tenía en la anterior legislatura) pero lejos de la mayoría absoluta que se
sitúa en los 55, con un desplome del PP que obtuvo 33 escaños (de 50 que tuvo
la anterior legislatura), con la concurrencia de las nuevas fuerzas
políticas Podemos con 15 escaños y
Ciudadanos con 9, quedando IU con 5 escaños (de los 12 que tenía
anteriormente), que le obliga a consensuar acuerdos para poder gobernar, bien
en coalición, bien en solitario.
Dado
que el sistema es parlamentario, no gana las elecciones la fuerza más votada –de
no sacar mayoría absoluta-, pues en tal caso se ha de construir una mayoría
estable de gobierno sumando escaños obtenidos hasta el logro de una mayoría
absoluta por acuerdo político, que haga estable la gobernabilidad, o bien por
el contrario, mediante el apoyo, o no oposición en la investidura por mayoría
simple, que supone necesariamente una mayoría inestable de gobierno, en todo
momento sometida al férreo control de la mayoría en contra de la Cámara, que se
tiene que poner de acuerdo para generar un alternativa de gobierno, no siempre
posible. O finalmente, si esas circunstancias no se da, habría que ir a una
nueva convocatoria de elecciones para dirimir un resultado que propicie el una
mayoría de gobierno necesaria.
Por
consiguiente, de entrada nos parece que Susana Díaz erró en el cálculo de sus
posibilidades de triunfo electoral con mayoría suficiente de gobierno, y el
adelanto que procuró al resto de las elecciones locales y autónomias, la ha
situado en una complicada encrucijada, ya que de los posibles apoyos (descartando
al PP cuyo apoyo, en principio sería “contra natura”, y a IU despechada por el
estratégico adelanto electoral, además de dolida por su espectacular caída de
representación –que tampoco alcanzaría por sí sola el apoyo suficiente para la
ansiada mayoría absoluta-) se reduce a Podemos y a Ciudadanos, que fueron
denostados en campaña como competencia electoral por el PSOE, para el que los
primeros consideran parte de su denunciada “casta política” del sistema
bipartidista, planteamiento análogo en lo que contra el bipartidismo tiene
también Ciudadanos. Pero sobre todo, porque ambos partidos imponen serios
condicionantes al PSOE de lucha anticorrupción –que centraron en los dos
símbólicos dirigentes socialistas andaluces: Chaves y Griñán, pendientes de
investigación judicial por el Tribunal Supremo, con exigencia de abandono de
sus respectivos aforamientos y de cargos públicos, que tan duro se le hizo a
Susana Díaz que se “crió políticamente” con ellos, a los que también políticamente
heredó-.
Además,
en el momento actual, en plena campaña electoral, como probablemente después
por la siguiente convocatoria de las elecciones generales, cualquier movimiento
de apoyo se puede interpretar políticamente como condescendencias incoherentes
contra el bipartidismo y su “casta política” que denuncian Podemos y
Ciudadanos, por lo que el arreglo estratégicamente es difícil, sin pagar un
precio político en las urnas.
Sin
embargo, la situación genera en Andalucía un “Tiberio” de magnitud, por cuanto
la falta de gobierno lleva a la mayor autonomía española a una situación de
transición, de interinidad que no es buena para el interés general de los
andaluces, pero en esto Susana Díaz no puede eximir su propia responsabilidad
al ser el origen del problema generado, y mucho menos trasladarlo a otros
partidos, que no hacen sino mantener con coherencia sus postulados públicamente
defendidos. Pues mal empezarían, si a las primeras de cambio empezaran a
excusarse y a hacer lo contrario a lo prometido, como nos tienen acostumbrados
a hacer el PP y el PSOE, por más que digan que hicieron lo que tenían que
hacer. Ese argumento no se fundamenta si es contrario a lo mantenido para la
obtención del voto y subsiguiente representación, pues en tal caso, lo honesto
es volver a convocar elecciones.
Pero
al mismo tiempo, lo que está revelando esta crisis política andaluza es la
falta de auténtico liderazgo de Susana Díaz, a quien ya se le presentaba como
la nueva “lideresa socialista del país”, e incluso sus patrocinadores y “palmeros”
políticos no han parado de darle coba y presentarla como el auténtico relevo al
frente del PSOE, cuando con sólo revisar su biografía se evidencia que es
producto y diseño político interno que poco a poco ha ido progresando por la
vía interna a las instituciones autonómicas accediendo al ejecutivo andaluz,
donde finalmente ha sido la “delfín” de Griñán al que heredó políticamente. En
virtud, de lo cual, dada la notable influencia del socialismo andaluz en el
PSOE, “de oca a oca, y tiro porque me toca…”: la posicionaron en pugna con el
Secretario General socialista en Ferraz, Pedro Sánchez. Sin embargo, ha bastado
la primera oportunidad para verificar que no tiene madera de liderazgo
político, como se está viendo en el manejo de la crisis que tiene actualmente
encima.
Además,
cabría recordarle tanto al PSOE de Susana Díaz y al PP de Rajoy, sobre sus
respectivas pretensiones de gobierno del partido más votado, que tal medida –no
prevista actualmente así en la ley- es contraria al planteamiento del sistema
parlamentario por el que se rigen nuestras elecciones en los diferentes niveles
representativos (Cortes, Asambleas legislativas autonómicas, Diputaciones
Provinciales y Ayuntamientos), pues se eligen diputados, senadores, diputados
autonómicos o provinciales y ediles. Los ciudadanos no eligen la conformación
de los diferentes gobiernos de forma directa, sino indirecta, ya que el número
de los diputados o ediles elegidos votan la confianza para la conformación de
un gobierno (nacional, autonómico, provincial o local), y para ello se ha de
contar con la mayoría de los electos, especialmente hacia una mayoría absoluta
de gobierno estable. La razón de este sistema viene dada para contemplar –en el
caso de inexistencia de mayorías absolutas- la conformación de consensos
mayoritarios que cuenten con la mayor participación posible por diversa que
sea.
Por
consiguiente, hay que ser coherentes con las reglas del juego, tanto cuando se
obtiene mayoría absoluta, como cuando no se logra y se necesita la negociación
y el consenso para conformar mayorías y gobernar, tal es así el mandato dado
por los ciudadanos en las urnas cuando sucede este reparto de escaños en
diversas fuerzas políticas, y ello no tiene por qué ser ni mejor ni peor que
las mayorías estables de gobierno (que vemos actualmente, en nuestro país que
han traído consigo cierto grado de descontrol de la acción del gobierno que ha
venido a facilitar en cierto modo la corrupción política).
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