Tras la marcha de Lula da Silva de la máxima magistratura brasileña, las urnas le han sido nuevamente fieles, dando como resultado el triunfo de Dilma Rouseff, delfina de Lula, que él mismo apoyó, y que refleja una biografía que le ha llevado desde la guerrilla frente al gobierno dictatorial (1964-1985) hasta la misma presidencia del país sudamericano.
La situación de Brasil que, bajo el mandato de Lula, se ha venido conformando como una de las economías emergentes después de la China e India, siendo uno de los países más poblados del subcontinente sudamericano, representa todo un ejemplo de madurez social, política y económica, que ha posibilitado el resultado comentado.
A la llegada al poder de Lula con su partido de los trabajadores, de orientación izquierdista, este viejo luchador sindical tuvo claro que su preferencia política pasaba por sacar de la pobreza y la incultura a una importante parte de la población de Brasil, y realmente, con sus luces y sus sombras, lo ha conseguido en gran medida, posicionando a su país como una de las economías emergentes más importantes del mundo.
Lejos queda ya la confrontación sociopolítica que se dio en Sudamérica en los años sesenta, en plena guerra fría, con el miedo al comunismo de EEUU –que no estaba dispuesto a repetir nuevas experiencias revolucionarias como la cubana, en lo que consideraba su “espacio vital”-, que propició el apoyo del desleal e interesado vecino del norte a terratenientes y militares golpistas, que implantaron sucesivos regímenes reaccionarios en forma de dictaduras militares que tanto sufrimiento llevó a sus habitantes durante décadas, perpetuando un estancamiento social de los estratos más bajos de la sociedad –que eran los mayoritarios- frente a las minorías oligárquicas que detentaban el poder de forma impúdica con el apoyo yankee.
Por lo que la llegada de Lula con sus planteamientos políticos de izquierdas, sólo fueron posibles en un entorno de normalización de la situación política internacional, y de pérdida del miedo estadounidense a la proliferación de movimientos de izquierda en Sudamérica.
Pero al mismo tiempo, su carácter pragmático, no dogmático, propició dentro del propio país una interacción de los diferentes sectores sociales, que lejos de colisionar, se pusieron a “remar en la misma dirección” de crecimiento económico progresivo del país, y de una consecuente acción social, que ha logrado así el actual “milagro brasileño”.
Por consiguiente, Lula puede ser además ejemplo para otros países sudamericanos, de un gobernante de izquierdas, que armoniza bien las fuerzas económicas y sociales en acción, y consigue aunar esfuerzos por el bien del país. Sin tener que recurrir a tópicos filocomunistas, como el castrismo, populistas nacionalistas como la denominada doctrina boliviariana de Chaves, el indigianismo Morales, o el caciquismo populista del peronismo argentino. Todos los cuales, tienen sumidos a sus respectivos países en un permanente atraso económico y social, autoimponiéndose un extraño no alineamiento aislacionista, más o menos acusado, según el caso.
Entre tanto, el mérito de Lula ha sido no caer en ese tipo de estrambote para pago de su propio “mito personal”, sino que con sus convicciones de amplia carga social, ha sido capaz de articular una política de Estado integradora de los diferentes sectores del país, generando estabilidad, confianza y progreso, aunque como en toda acción de gobierno haya también errores. Pero no por ello hemos de obviar el gran mérito que a Lula le corresponde en la realidad actual brasileña.
Hasta tal punto, esto es así, y se siente en el país, que incluso su electorado ha hecho caso a su recomendación a favor de la candidata que finalmente ha ganado, pero también se dice que está preparando su regreso a la vida pública activa, tras este periodo de la presidenta Rouseff, de la que se espera inicialmente una continuidad de la política de Lula.
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