La reimplantación de las tasas judiciales ha traído una nueva polémica en el ámbito de la política, lo cual no deja de ser extraño dado el discurso ideológico de unos y otros partidos sobre el particular, desde los que consideran que la gratuidad de los servicios públicos ha de ser total, pues para ello ya se pagan impuestos; a los que consideran que en determinados servicios públicos –cuando no en la mayoría de ellos- el ciudadano que los utiliza ha de contribuir al pago del mismo, aunque sea testimonialmente para un uso más racional de los mismos, con conciencia del gasto que ello supone.
Sin embargo, la polémica que ha generado en
el ámbito de la propia Administración de Justicia resulta menos comprensible,
ya que la queja pública manifestada por colectivos de jueces, fiscales,
secretarios y funcionarios de la justicia en nuestro país, no parece sostenerse
mucho, en cuanto a su fundamento y sobre todo legitimidad, dada la
circunstancia que dichos colectivos son de funcionarios de diversa clase y
categoría de la propia Administración de Justicia. Los mismos que se quejan de
la falta de recursos públicos, justo cuando mayor número de juzgados se han
creado, mayores infraestructuras traducidas en sedes judiciales, y la consiguiente
logística para su adecuado funcionamiento.
Esos mismos funcionarios que en otro momento
reclamaron más medios, y se les ha ido facilitando de forma abundante –acaso no
de forma plena-, habrían de entender que toda esa implantación ha generado un
importante gasto público y hay que hacerle frente, en medio de una crisis
económica –que también padecen como empleados públicos-. Por consiguiente,
deberían de aceptar esta vieja vía de ingresos, que no es desconocida a nuestra
Administración de Justicia, para coadyuvar a su sostenimiento, y para reducir
la litigiosidad de escaso fundamento. Todo lo cual, habría de ir en mejora de
la prestación del servicio.
Desde la perspectiva del ciudadano común que
padece a su nivel los rigores de la crisis ( por paro, reducción salarial,
traslados, ERE´S, que ha visto gravadas las tasas de la educación no
obligatoria, así como el pago de diversos servicios de la sanidad pública, más
otros que se vienen anunciando), no acaba de comprender la queja del colectivo
funcionarial de la Adminsitración de Justicia. Salvo que le moleste hacerse
cargo de un nuevo trámite de cobro de las tasas públicas por el uso del
servicio, lo que lleva una burocracia aparejada. Pero forma parte del trabajo.
Apelaciones a la merma de la tutela judicial
efectiva reconocida en la Constitución, como motivo para no cobrarlas, parece
que tampoco tiene solidez jurídica. Ya que el reconocimiento de ese Derecho no
implica la gratuidad del mismo. También se reconoce el derecho a la vivienda y
no se nos facilita gratis.
Cuestión diferente es la protesta de la
abogacía, pues con el restablecimiento de las tasas judiciales es previsible
que se reduzca la litigiosidad y con ella la potencialidad de facturación de
los abogados por litigiosidad judicial; si bien, por experiencia se sabe que
cuando se confía en que el derecho ampara una determinada posición, no se
excluye por precio el litigio, además de las múltiples actividades del abogado
en cuestiones extrajudiciales que le permiten minutar sus derechos. Aunque
también la abogacía ha de reconocer que las retribuciones públicas que perciben
por atender el turno de oficio en los Tribunales, que van con cargo a los presupuestos
públicos, tienen que ser atendidos por vía de ingresos públicos para su
viabilidad, como el resto de los servicios públicos; por lo cual, no resulta
descabellado utilizar esta nueva vía de ingresos. Y si son sinceros, lo habrán
de reconocer también.
Por último volviendo al terreno del análisis
político, desde perspectivas ideológicas, podríamos asumir la gratuidad del
servicio judicial, como la de la sanidad pública, o la educación pública. Pero
eso supone, un replanteamiento contable que concierne a las cuentas del Estado,
que habrán de ver incrementados sus ingresos. Así pués, nos gustaría conocer
esas alternativas contables, pues ¿de dónde se piensa obtener ingresos para
mantener la plena gratuidad de todos los servicios públicos?, ¿se incrementarán
los impuestos?, ¿cuáles?; o ¿se reducirán otras partidas públicas como
carreteras, ayudas sociales, cultura, etc.?. Por consiguiente, el discurso no
es gratuidad sí o no. Sino ¿de donde se saca el dinero?, ¿a costa de qué tipo
de sacrificio alternativo?. Así de sencillo y claro.
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