Juan
Rosell, el presidente de la patronal española, ha hecho hoy unas singulares
declaraciones en las que muestra su escepticismo sobre las elevadas cifras de
paro del país, y desde el “ingenio” de ingeniero de mejor causa, ha hecho una
singular propuesta para fomentar el ahorro de las Administraciones Públicas,
sobre la hipótesis de que sobran unos 400.000 funcionarios, propone que se les
mande a casa con el percibo de un subsidio para ahorrar en luz, teléfono y
material de oficina.
Naturalmente, la respuesta sindical
no se ha hecho esperar, reprobando tan genuina como descabellada propuesta y
pidiéndole su rectificación.
No está mal que personajes públicos
hagan declaraciones públicas, emitan sus opiniones, y cual arbitristas
decimonónicos propongan soluciones a los “males de España”. Pero lo que no
parece de recibo son las propuestas que son auténticas simplezas, por su falta
de coherencia y de auténtica maduración, y que no hacen sino subirse al “carro demagógico”
en su deambular por una hedionda vida pública española.
Propuestas como la de Rosell lejos
de afrontar problemas, los agravan por lo que supone de encizañar más el “patio
público” hispano, donde los errores, golfadas, e incluso delitos de unos –que
les han llegado a encumbrar-, hunden a los demás en la mayor de las miserias,
sin remisión ni compasión alguna, sino en razones de la más primaria de las
codicias y del egoísmo que sólo se ve a sí mismo, y le sobran los demás.
El Sr. Rosell habría de manifestar
más respeto a las Instituciones Públicas –en concreto a las que gestionan el
empleo y el desempleo, dando mayor crédito a las cifras oficiales-, debía de
tener más respeto por la pobre gente que está en situación de abandono social y
pobreza fruto del desempleo –en un tejido económico empresarial, al que
representa, incapaz de consolidarse, generar empleo y repartir riqueza-, y
sobre todo debería de valorarse mejor a sí mismo antes de dar consejos al
sector público, del estilo del que se le ha ocurrido.
Rosell y algunos de sus colegas de
patronal habrían de asumir de una vez para siempre, que este país no puede
seguir la senda de la insolidaridad, dentro de un ambiente generalizado de
hipocresía empresarial, de la doble contabilidad, de la economía sumergida, de
los altísimos índices de paro, que es lo que realmente hace inviable nuestra
economía, pero sobre todo, hace inviable nuestro propio sistema de Estado
Social de Derecho. Un país con ¼ de la población activa en paro es un fracaso
colectivo, por injusto e inviable. Ante lo que la solución no va por la vía de
la exclusión –según la genialidad de Rosell-, sino de la inclusión –por
imperativos de justicia social-.
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