Las noticias que llegan del país
norteafricano revelan la trágica situación por la que está pasando aquella
sociedad, pues la represión oficial de las manifestaciones de los islamistas
por el golpe militar que derrocó por la fuerza al presidente Mursi, da cifras
de 150 muertos y cientos de heridos, en lo que puede ser un mal presagio de
confrontación civil en Egipto.
Aunque esta sea la actualidad, lo
cierto es que la sociedad egipcia está profundamente dividida entre un sector
de población que quiere una democracia homologable con las occidentales, para
intentar en libertad civil y política el anhelado progreso, y por otra parte,
sectores islamistas que confían su futuro como pueblo a una especie de islamización
de la vida egipcia, con lo que ello supone en la práctica de una incidencia
teocrática en la forma y modos de vida egipcios, que vendrían condicionados por
la puesta en vigor de la ley islámica.
Ambos sectores representan, casi
por igual, a los dos grandes sectores en que se ha dividido irremisiblemente la
sociedad egipcia, en lo que parece ser una auténtica fractura social de difícil
composición. Junto a lo cual, hay que añadir el grupo oficialista del
naserismo, que tras la independencia del país, gestó su régimen de gobierno
sobre la carismática personalidad del presidente Naser, hasta su muerte, en que
se configuró una suerte de elite político-económica entre su entorno que dio lugar a los mandatos de
sus seguidores hasta el último y largo periodo de Mubarak, que amparados en las
fuerzas armadas se han mantenido en el poder, con serias acusaciones de
corrupción, fruto de lo cual ha sido la actual situación egipcia, que presenta
un país en ruina económica, con un grave problema de generalizada pobreza y desesperanza,
en lo que supone un excelente “caldo de cultivo” para los “hermanos musulmanes”
que se postulan como la solución a tan trágica y desesperanzada situación.
Tal es el caso, que los “hermanos
musulmanes” han venido asumiendo en estos últimos años una acción de apoyo
social, con generación de extensas redes clientelares entre los desheredados de
esa sociedad, que le ha reportado una oportuna siembra ideológica de porte
político-religioso, con los consiguientes réditos electorales que llevaron a
Mursi a la presidencia del país, el cual no sólo no ha logrado mejorar la
situación de su pueblo, sino que empeñado en su proceso de disimulada
islamización política, sólo ha contentando a sus más fieles seguidores, en
tanto generó amplios rechazos en el sector social contrario a sus postulados
políticos, que veían su acción política como una involución en la débil
democracia egipcia, y sobre todo por el miedo a la pérdida de derechos civiles
ante el avance político de una teocracia en marcha.
En ese punto, el clamor de ese
sector más prooccidental, más liberal de la sociedad egipcia fue aprovechado
por los militares –que siguen considerándose como los guardianes de la
normalidad constitucional y de la vida político-social de Egipto, y que
vigilaban con recelo la evolución de Mursi- para dar el golpe de Estado que
derrocó a Mursi y sus radicales islámicos, que tanta euforia suscitó también en
las calles egipcias por parte del sector más progresista de la sociedad
egipcia, y que pronto repusieron un gobierno con reconocidas personalidades
como el premio Nobel de la Paz Mohamed El Baradai, que en estas circunstancias
ha presentado ya su dimisión ante el Jefe del Estado interino Adli Mansur.
Junto con tales sucesos, se ha
declarado el “estado de emergencia” en el país, que limita los derechos y
libertades públicas, sometidas a la restauración de la normalidad en el orden
público; hecho que no es ajeno a la vida egipcia, pues Mubarak mantuvo esa
situación de emergencia con la excusa del terrorismo, desde 1981 hasta 2012.
Pero más allá de la crítica
situación que está atravesando Egipto en el momento actual, lo cierto es que se
revela que este país, no ha logrado conjugar un proyecto de desarrollo y
convivencia nacional armónica y justa, dada la progresiva pauperización de la
sociedad egipcia, del mantenimiento de una dictadura de facto, con una
apariencia democrática débil, lo que ha generado una división social gravísima
para la coexistencia pacífica del país, sobre todo por el aprovechamiento
político de esa situación de injusticia y pobreza por parte del islamismo
radical, cuya violenta utopía medieval está desestabilizando países enteros,
aprovechando la pobreza e ignorancia de sociedades esquilmadas por dictaduras
cleptocráticas que han malogrado con carácter general el proceso de
independencia nacional al que accedieron tras la II Guerra Mundial, y para lo
que tales sociedades no han estado del todo preparadas.
Con todo, la reacción de los “hermanos
musulmanes” echándose a la calle en protesta lógica por su irregular desalojo
del poder, al que accedieron democráticamente, no ha de resultar extraño, como
tampoco es extraña la dura represión del ejército –que así ha tenido que “jugarse
a una carta”, la del terror, el restablecimiento del orden civil por la fuerza-,
pero que pone al país al límite de un enfrentamiento civil, especialmente si el
ejército no acaba de controlar definitivamente la insurrección de un núcleo tan
numeroso y desesperado de la población, que por vía del martirio de las
víctimas, acabarán legitimando moralmente el derrocado régimen de Mursi, lo cual
es un peligro por la grave desestabilización de una zona geopolítica tan
inflamable como estratégica en el ámbito internacional.
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