La existencia colonial del Peñón
de Gibraltar, en manos británicas, en pleno desarrollo de la Unión Europea es un desorden
geopolítico, y sigue siendo foco de conflictos bilaterales, pese a la
normalidad de las relaciones diplomáticas entre España y el Reino Unido.
Al tiempo que el Reino Unido
concedía la independencia a su colonia en extremo Oriente, Hong Kong, debería
de haber dado el mismo trato al Peñón de Gibraltar, pues tal hecho es
anacrónico en el interior de una Confederación de Estados como la UE, con
participación como socios de las dos partes históricamente existentes del
conflicto gibraltareño.
De manera, que es de esas
cuestiones que de vez en cuando se reactivan, ante las dificultades que entraña
un enclave geopolítico y fiscal, en el mismo Estrecho de Gibraltar, con las
consiguientes dificultades de coexistencia con la vecindad española, en franca
competencia desleal (por la ausencia de sistema impositivo de rigor), por la
pretendida extensión territorial del escaso territorio del enclave, y la
emergencia de una élite burguesa que pretende un status privilegiado de
ciudadanía británica, junto con exención impositiva, y un acceso peculiar al
gobierno político-económico de la ciudad, del que pretenden hacer una nueva
Mónaco.
Por su parte España, en los
momentos de mayor euforia europeísta, ha obrado con una ingenuidad
internacional digna de mejor empeño, pues años atrás llegó a facilitar la vida
de los habitantes del Peñón, y los propósitos británicos de perpetuar el
enclave soberano al sur de España, que por su parte no han tenido la debida
correspondencia británica, ya que a la relajación del control de la verja
gibraltareña, y práctica normalización de la situación, se ha contestado por
parte británica con una arrogante escalada de oprobios unilaterales, como su
pretensión de querer extender las aguas territoriales con apresamiento de
pesqueros españoles en la zona, la reparación
a miles de kilómetros de las Islas británicas de submarinos nucleares
con el riesgo propio para el territorio español y sus habitantes, la acogida y
protección de contrabandistas, y sobre todo de narcotraficantes en aguas del
estrecho, que con sus planeadoras cargadas de droga cruzan los 14 kms que separan
las orillas africana de la europea, y que en ocasiones, perseguidas por fuerzas
policiales españolas se internan en aguas del Peñón y se cobijan en su interior
sin la subsiguiente persecución, detención y castigo. Y sobre todo, porque el
Peñón de Gibraltar es uno de esos “santuarios” internacionales para el dinero
negro, sin gravámenes tributarios, que
facilitan el refugio de capitales y la labor de los evasores al fisco español.
Circunstancias que no pueden ser vistas como amistosas, ni mucho menos, por
parte de España, que ha facilitado las cosas, sin la esperada y deseada
correspondencia británica.
Pero el último episodio de las
autoridades gibraltareñas ha sido una auténtica felonía para el sector pesquero
español de su vecindad, pues con el hundimiento en sus aguas de grandes bloques
de cemento, impiden y dificultan seriamente la pesca de arrastre, lo que España
no podía admitir sin respuesta. Y tal respuesta ha sido el incremento de los
controles policiales en la verja gibraltareña, aplicando con celo la normativa
europea de fronteras, con el consiguiente perjuicio por las grandes demoras que
se han generado en tales controles fronterizos. ¡Es lo menos…!.
Otras acciones deberían de ser la
acometida para impedir que capitales españoles vayan a refugiarse en territorio
gibraltareño para eludir sus obligaciones fiscales, como también las medidas de
restricción del espacio aéreo en el aeropuerto, y otras tantas, entre las que
resultarían un nuevo cierre de la verja, conforme se estipuló en el Tratado de
Utrecht, que es el que Gran Bretaña aduce para justificar legalmente su
presencia en el Peñón de Gibraltar.
Todo ello, respondería a una
posición de realismo político internacional del Gobierno español ante la
indolencia y arrogancia de la “pérfida Albión”, que por las buenas no sólo no
ha adoptado una actitud convergente de solución del conflicto, que incluso
podría tener soluciones diversas en la acometida de la soberanía de la roca,
sino que ha consentido la escalada de acciones inamistosas de rivalidad y conflictividad
con España.
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