El Fondo Monetario Internacional,
el mismo que no vio venir la crisis económica, se atreve a recomendar a España
una reducción salarial del 10% para facilitar la salida de la crisis, y el
Vicepresidente de la Comisión Europea, Olli Rehn, se hace eco y se suma a la
petición.
Pero resulta que ni Christine
Lagarde, presidenta del FMI, ni Olli Rehn son dignos de crédito, al no predicar
con el ejemplo propio, pues la una se ha subido el sueldo este año un 11%, y el
segundo cobra al mes 23.000€ más dietas. En fin, como vulgarmente se dice: “con
buena herramienta bien se trabaja”.
Así es fácil dar este tipo de
consejos, especialmente si no se tiene gran empacho ético en considerar la
situación económica y social de muchos ciudadanos atrapados por los perniciosos
efectos de una crisis, que no han creado, pero que padecen con especial
gravedad, por pérdida de sus empleos, reducciones de sueldos ya llevadas a
cabo, y caída de los niveles de renta y de vida en la mayoría de las sociedades
europeas, especialmente en la española.
Olvidan la Sra. Lagarde y el Sr.
Rehn, o quizá ignoran que en España se ha destruido gran parte del tejido
productivo, quedando el restante expuesto a las dificultades de la crisis
económica, habiendo sufrido expedientes de regulación de empleo y reducciones
salariales, junto con pérdida de derechos sociales ya adquiridos, tanto en el
sector privado como en el público. Aunque lo que queda por abordar es la
reforma drástica y auténtica de las instituciones para reducir la carga
político-burocrática de nuestro caótico Estado autonómico –que también ignoran
Lagarde y Rehn-. La solución, la siguen viendo en una reducción de los costes
laborales (especialmente en las retribuciones salariales), pese a que eso
conllevaría una recaída del consumo y un subsiguiente enfriamiento de una
economía aún débil y recesiva.
Lo habitual en estas
circunstancias hubiera sido una devaluación monetaria, que realmente haría
justicia a la situación, pero debido a la “fiebre europeísta” que nos invadió
en los ochenta, en que queríamos homologarnos con todo lo que aparentara
democrático, fuimos tan incautos como bisoños, que cedimos soberanía nacional a
la UE al consentir que con la creación del “euro” como moneda europea la
política monetaria la tuviera la propia UE, en vez del gobierno español, lo que
impide que siendo la voluntad española –y su interés- la devaluación de la
moneda, no coincida con otros intereses germánicos en liza. De tal manera, que
la salida en la práctica devaluadora se trasladaría virtualmente a una
reducción salarial, y así serían los trabajadores perceptores de las rentas del
trabajo los que seguirían pagando la crisis económica, de la que se escaparían
arteramente los capitales.
A todo esto, habría que
preguntarse ¿a quién representan la Sra. Lagarde –en el FMI-, y el Sr. Rehn –en
la UE?. Teóricamente ambos tienen una extracción política en sus respectivos
nombramientos públicos, y por consiguiente no están al margen total de las
urnas, si bien el sistema político-burocrático europeo y el financiero mundial,
está lo suficientemente desvirtuado como enmascarado, como para responder
directamente ante la ciudadanía, dado que en la práctica responden ante los
poderes fácticos internacionales, especialmente los económicos de gran calado,
en cuya línea van los “envenenados” consejos de estos burócratas del statu quo
internacional que se ha creado al amparo del gran capital internacional, y de
espaldas a la auténtica participación ciudadana en la gestión de las grandes
cuestiones comunes que nos afectan.
Siendo así que se pone de
manifiesto el gran escalón existente entre la clase política dirigente, que
accede a altos cargos de la burocracia internacional, con sueldos de altos
directivos de multinacionales, a “años luz” de la retribución media de los
trabajadores y en particular, españoles; que se ponen en evidencia ante
recomendaciones tan aviesas como interesadas, del estilo de la comentada, mientras
que a ellos no les afecta nada, al estar por encima del bien y del mal, en ese
particular “Olimpo de los dioses” que se han creado en nombre y a costa de todos
los europeos, a los que dicen representar, pero a la vista está que no tienen
en cuenta en sus problemas, pues ni muestran solidaridad con sus supuestos
representados reduciéndose sus propias retribuciones (ya que por el contrario,
se las han subido), ni son retribuciones homologables si quiera por
aproximación a las cuantías de los ciudadanos, ni mucho menos han tenido la
cautela siquiera simulatoria de haber recomendado otro tipo de recetas. Algo
que nos recuerda al “despotismo ilustrado”, que parecía haberse superado en los
sistemas democráticos occidentales actuales.
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