Los atentados de terroristas yihadistas en
Francia (con 20 víctimas mortales), como el posterior incidente de Bélgica, han
traído de nuevo a la actualidad una trágica realidad terrorista que viene
azotando al mundo, en una nueva versión de la violencia terrorista, que tiene
el perfil del islamismo radical, y que desde hace años mantiene una latente
amenaza contra Occidente, dando lugar a trágicos y mortíferos atentados como el
derribo del avión de la Pam AM en Escocia (1988 – víctimas: 190 muertos), el
ataque del 11-M a las Torres Gemelas en Nueva York y al Pentágono (2001 –
víctimas mortales: 2.984), las explosiones de los trenes en Madrid (2004-
víctimas: 190 muertos y 1857 heridos), y los del transporte público de Londres
(2005- victimas: 50 muertos y 700 heridos).
Todos
estos actos terroristas tienen el común denominador de ser realizados por
seguidores de movimientos islamistas radicales, en el contexto de lo que consideran
una guerra santa contra Occidente, recurriendo a postulados políticos y
religiosos sobre la guerra santa (“yihad”) para la conquista y supuesta
conversión de lo que estiman el “mundo infiel”, para el logro de una especie de
“totalitarismo político-religioso”, o cuanto menos para infligir un daño en los
países occidentales que consideran enemigos de sus postulados fanáticos,
totalitarios, inhumanos y criminales.
Ante
esta lamentable y amenazante situación, Occidente no puede ni debe mirar para
otro lado, sino que ha de hacer frente a esta ofensiva terrorista, tratándole
como tal en territorio Occidental –pues así se presenta-, pero no debe dejar de
atender a sus raíces en los focos emergentes del islamismo radical, que si en
su día fueron los talibanes afganos y sectores radicales pakistaníes con Al
Qaeda como causante de fondo, actualmente asistimos a unos conflictos armados
entre facciones político-militares diversas en regiones de Oriente Medio, aprovechando el desmoronamiento de Irak y la
guerra civil siria, que ha dado lugar a que se concentre una fuerza insurgente
interregional que ha proclamado el denominado “Estado Islámico” (pretensión
teocrática de un Estado totalitario, remedo de los califatos medievales
islámicos, con pretensión imperialista de conquista y reconstrucción de lo que
en su tiempo fue el Califato de los Omeyas con alcance sobre la zona del Golfo
Pérsico, todo Oriente Medio, Norte de África e incluso algunos apuntan a España
–antigua Al Andalus-).
Siendo
así que el “Estado Islámico” ha superado a Al Qaeda en fuerza militar, medios
logísticos de preparación de terrorismo internacional, soporte territorial y
aporte financiero, que el mundo Occidental no debe dejar pasar, para atajar el
crecimiento y la emergencia de este nuevo Estado Terrorista en un lugar tan inestable
como estratégico para la estabilidad mundial, además de ser un peligroso
facilitador de la acción del terrorismo islámico de exportación sobre
Occidente, dado que es el actual polo de atracción de jóvenes islamistas de
todo el mundo, decididos a inmolarse en el martirio de la violencia y el terror
de estos grupos criminales que están haciendo un auténtico genocidio sobre
comunidades cristianas de su zona de conquista (asesinando sin piedad a toda
persona que no se adhiera a ellos con conversión previa y forzada al islam).
Pero
por si esto fuera poco, resulta que existen otros grupos de análoga factoría y
franquiciado islámico radical en Nigeria, norte de Mali, Camerún, sur de
Argelia (zona del Sahel) que están llevando el terror, la violencia y la muerte
a gran parte de Centroáfrica, donde resulta significativa la acción del grupo
criminal Boko Haram que ha arrasado aldeas matando a sus habitantes,
secuestrado masivamente a varios centenares de chicas jóvenes, utilizando a
niñas de hasta 10 años para autoinmolarse cargadas de explosivos arrastrando
con ellas a toda persona próxima que alcancen con la detonación, hecho que la
pasada semana repitieron en varias ocasiones en Nigeria, y que en las últimas
horas han causado 4 muertes y 50 heridos en un atentado en una estación de
autobuses de Postiskum (Nigeria), o los 7 muertos causados en sendos atentados
a dos mercados populares de la zona, o incluso la masacre de la escuela
secundaria cometida el pasado noviembre con un total de 48 víctimas mortales.
Siendo el total de víctimas mortales de Boko Haram en Nigeria de unas 3000
personas. Si bien hay que reseñar que este mismo fin de semana el mismo grupo
terrorista ha secuestrado a 80 personas (50 de ellas niños, de edades
comprendidas entre 10 y 15 años) en una acción en una incursión en Camerún.
Tal
grado de despropósito y depravación moral hace inhumano cualquier tipo de
actuación de estos grupos armados, que no tiene ni justificación racional ante
los hombres, y menos aún moral ante Dios, lo que refleja el grado de fanatismo,
irracionalidad demencial y odio que han albergado y transmitido estos grupos,
en una modalidad terrorista y de acción política denostable, con la que están
dando injusta e inadecuada respuesta a una probable relación de injusticia, en
cuya argumentación no queremos entrar, no sólo por irracional, sino por no
dialogar con el mal y la perversión que siega vidas masivamente sin la menor
piedad humana sobre ellas y sus familias.
Pero
es obvio, que representan una grave amenaza (actualmente en fase creciente)
para Occidente, su cultura, su convivencia y para la paz mundial. De hecho, el
vacío actual y la deriva de frustraciones que están viviendo algunas sociedades
del mundo árabe, que no han alcanzado apenas ningún grado de vida democrática,
y siguen manteniendo amplias diferencias sociales (entre las capas más ricas –elites
políticas y económicas- y las más pobres de estos países), tras décadas de
experiencias de gobiernos propios tras el proceso descolonizador y de
protectorado, que generaron la ilusión en el mundo islámico de la llegada de
nuevas oportunidades, con gobiernos propios (incluso muchos de ellos de porte
republicano, con cierta orientación socialista, tras el rumbo trazado por el
presidente egipcio Nasser, y su no alineación en los bloques de las grandes
potencias) que dieron cierto aire de apertura secular a una modernidad en el mundo
árabe, que se fue perdiendo conforme desaparecieron algunos de estos líderes,
que como Nasser albergaron la idea de un panarabismo. Todo ello, con el tiempo
se fue tornando en una serie de regímenes dictatoriales y corruptos de clanes
familiares y allegados (Argelia, Tunez, Egipto, Siria, etc.). En tales
circunstancias, algunos líderes políticos y sociales han visto en la religión
una buena “argamasa” para unir a unas poblaciones divididas, desengañadas de la
política de las últimas décadas, y arrastrados por el código moral de
austeridad y bondad supuesta de toda religión, se han embarcado en una salida
política-teocrática que porta un particular imperialismo (pues contiene su
peculiar “nacionalismo islámico”) totalitaria y excluyente, en la que se mezcla
lo político, cultural, y religioso, en una peligrosa amalgama que deriva en no
poca contenido irracional, de fácil venta para masas de analfabetos,
desesperados, cabreados, etc., por donde se canalizan muchas frustraciones
sociales y personales. ¡Tal es el peligroso sendero por el que se encaminan…!.
Además
a todo lo anterior, hemos de añadirle que geoestratégicamente España juega un
delicado papel de frontera europea, con unos linderos extensos en el sur peninsular
en la otra ribera del Mediterráneo (más Melilla, Ceuta y en parte, Islas
Canarias). A todo lo cual, hay que añadirle que en España el 3,6% de la
población actual es musulmana (1.732.000 personas, de las cuales, 1.163.000 son
extranjeros, y 568.000 son españoles). Por consiguiente, nuestro país juega un
importante papel, no sólo en la lógica acción de control de toda amenaza
interior como exterior, propio de las obligaciones de todo Estado, sino que
también tiene la obligación de articular políticas de integración que faciliten
la convivencia y el entendimiento entre la comunidad musulmana española y las
demás comunidades religiosas y sociales que conviven en territorio español.
Algo que resulta urgente, para evitar agravios y malentendidos, pero también
para mostrar que se puede vivir en paz con el libre ejercicio de sus costumbres
culturales, lengua y creencias religiosas, exigiendo y obteniendo el mutuo
respeto.
Pero
sobre todo, es muy importante verificar, y convendría subrayarlo como
conclusión del presente escrito, que el islam no es la causa de la violencia,
aunque en estos casos se acojan al mismo quienes la ejercen –no sería realista
reconocerlo-, si bien desde el mismo islam se rechaza este tipo de acciones y las
interpretaciones religiosas que llevan a extremos de violencia e inhumanidad
como las anteriormente referidas. Así se han condenado los últimos atentados
islamistas en Francia por parte de líderes islámicos de diversos países
occidentales (Francia, Canadá, Reino Unido, etc.), en concreto en España las
dos grandes comunidades islámicas (UCIDE y FEERI), a través de sus líderes,
Ryai Tatary y Mounir Benjelloun condenaron los atentados, si bien de forma
escueta. Echándose en falta una condena más nítida, con mayor difusión y
contundencia, así como alguna referencia a las víctimas de diferente credo
(cristianos) masacrados por dicho motivo.
En
el interior de España es fundamental la actitud de las comunidades islámicas de
rechazo rotundo y de cercanía a las comunidades victimizadas, pues ese gesto
podría abrir no pocos canales de acercamiento entre el islam y Occidente, pero
también entre el islam y el cristianismo, cuyas históricas relaciones han sido
como mínimo turbulentas, y que en la actual disposición de las comunidades
diversas en Occidente de respeto, podría abundarse en abrir vías de acercamiento,
encuentro y mutuo respeto para su exportación a los lugares en conflicto de
forma que se erradique la violencia y llegue la paz por la vía del respeto a
los derechos humanos en todos los rincones del mundo.
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