Es
cierto que la situación del país heleno es dramática, pues están prácticamente
en quiebra, como estaban hace un par de años, no habiendo surtido el efecto
deseado las ayudas financieras, sino más bien han lastrado con sus intereses y
el alto índice de la deuda, las pocas posibilidades de remontar que tenía el
país, que mantiene unos graves índices económicos como el alto porcentaje de la
deuda, que ronda el 170% del PIB, y con un desempleo del 26% (esto último parecido
a España). Naturalmente en tal situación el sufrimiento social es tremendo,
apenas se puede vivir en esas condiciones, con una “losa” económica que no hay
quien la levante, un futuro incierto y un presente desalentador.
Por
consiguiente, experimentados varios ensayos políticos de salida de este estado
de crisis, habiendo fracasado las experiencias, todo apunta a la alternativa
que pasa por cambiar el sistema. Postulado harto complicado y de gran
dificultad, que entraña un grave riesgo de mayor hundimiento y miseria
económica y social, si sale mal. Pero la realidad socio-económica griega parece
ser tan desalentadora que cualquier alternativa va a ser intentada, por radical
que sea el cambio, como radicales han de ser las medidas en tal estado.
Así
en esta situación, no parece que nadie deba asombrarse, en justa lógica, de la
apuesta del electorado griego por Syriza, que plantea como alternativa la
renegociación de la deuda (lo que conllevaría tratar una importante quita, y
una espera o aplazamiento dependiente de la atención prioritaria del gasto
básico del Estado incluido el social, para evitar el alto grado de sufrimiento
social que padece el pueblo griego por los duros recortes sociales aplicados,
que se han mostrado ineficaces y lo han llegado a hartar). Luego, calificar de
populismo a las posiciones de supervivencia, nos parece poco menos que cierta
impertinencia e insensibilidad social, además de falta de rigor en la
apreciación. Ya que no todo lo que apoya el pueblo tiene por qué tildarse de
populista, sino aquello que arbitraria y caprichosamente le interese, que no
parece ser el caso, pues hay razones éticas y de justicia social que avalarían
la adopción de medidas drásticas de “quita y espera” de la deuda.
En
ese estado de cosas, suena hipócrita el torrente de descalificaciones y
advertencias apocalípticas de parte de la propia UE, que se torna en cínica en
el caso del ejecutivo alemán, que en defensa de su banca (gran acreedora de la
deuda griega) advierte con “males infernales” el incumplimiento de los acuerdos
suscritos sobre la deuda, olvidando que la propia Alemania tras la II Guerra
Mundial fue agraciada con el Plan Marshall en unas condiciones que ellos no le
han aplicado a los griegos, con una bonificación en torno al 50% del dinero
aportado. Además, que Alemania debería recordar también lo que las durísimas
condiciones de económicas de indemnizaciones de guerra impuestas por el Pacto
de Versalles tras la I Guerra Mundial determinó de pobreza y violencia
socio-política en la propia Alemania que gestó su venganza nazi en la II Guerra
Mundial.
Por
otra parte, somos conscientes de la mala noticia que representa una quita de
deuda griega para el capitalismo internacional, junto al pernicioso efecto
contagio que pudiera darse en otros países en estado análogo, como el nuestro.
Por tanto, resulta lógico que los actores capitalistas se expresen en términos
muy negativos sobre esta cuestión, y en su nombre los mercados y la banca,
faltaría más, pues son parte interesada. Pero lo que no es lógico es que otros
gobiernos –especialmente los afectados por deuda- les hagan el juego haciéndose
eco de previsiones agoreras sobre el destino griego: fuera del euro, quebrado,
y en estado de pobreza generalizada, poco menos que abocados al averno.
Ha
de ser el pueblo griego, junto con sus representantes políticos los que deben
de “poner pie en pared” en lo que resulta soportable para la dignidad humana en
unas condiciones aceptables de vida normal del siglo XXI, para que el nivel no
baje de esa condición socio-humanitaria, y a partir de ahí, a trabajar por
levantar el país, pagando a los acreedores hasta lo que resulte posible, el
resto o se aplaza o se condona, en un plazo razonable de años, empezando por la
condonación de los intereses de la deuda. Que dicho sea de paso, en nuestro
país, al decir de los técnicos en la materia supone el pago de 100 millones de
euros diarios. El impago de esos rendimientos (intereses) de la deuda no nos
parece que sea ningún robo, ni suponga gran quebranto a los acreedores
internacionales que recuperen el dinero invertido (o sea el principal), si eso
ayuda a que los griegos salgan adelante. Pues la alternativa real es la
quiebra, que no sería la primera ni la última de un Estado, y que naturalmente
conlleva el impago de la deuda pública, con el consiguiente descrédito y falta
de apoyo financiero internacional, de forma que en un tiempo estimable, el país
ha de vivir con sus propios recursos internos, lo cual no deja de ser un grave problema
de retroceso económico y social. Aunque de todo ello se sale, y a veces más
rápido que con una “losa tan grande” que demora los plazos de amortización
mucho en el tiempo, y en consecuencia el sufrimiento social.
Pero
el devenir, repetimos habrá de estar en manos del “pueblo soberano” que es el
que, tanto en Grecia, como en los demás países de la UE han de tomar el rumbo
de sus destinos políticos y económicos y dejar de ser unos neoesclavos
subyugados al capitalismo internacional. De tal forma que será el vencedor de
los comicios –probablemente Syriza- el que tenga que administrar estos
difíciles tiempos, pero que si lo hace convenientemente, puede ganar la
partida, al tiempo que ganar las simpatías de las ciudadanías de países en
análoga situación como Portugal, Irlanda, España, Italia e incluso Francia, que
podría ser determinante para un cambio drástico del rumbo de la actual política
neoliberal europea, retornando al espíritu de los padres fundadores de la CEE.
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