Artur Más
sigue con su discurso independentista, como si fuera el “bálsamo de fiera bras”
de todos los problemas de Cataluña, vendiendo “humo” –tras del cual se esconde
su mala gestión en plena crisis-, echando la culpa de sus problemas a la
vecindad española –raíz y causa de la ruina catalana, de la opresión y
subyugación del pueblo catalán, según el falaz discurso catalanista-.
Así apelando a
la irracionalidad, raíz de toda emotividad, por la que se ensalza “lo propio” y
se rechaza “lo otro” –considerado ajeno, perturbador, y hasta enemigo-,
consigue generar un séquito emocionado por la épica histórica que le vienen
contando; y que le hace trascender de la prosa del día a día a la poesía de un
futuro utópico.
Entre tanto, ni una palabra de
cómo van a mejorar la situación económica de la sanidad catalana, del
mantenimiento de los servicios públicos catalanes, comprometidos económicamente
por la mala gestión autonómica –de la que echan la culpa, sin el menor rubor,
al Gobierno central-,ni tampoco cómo se van a bajar los niveles de desempleo de
Cataluña, el pago de los peajes en las autovías, y todas cuantas cosas
interesan sobremanera a la clase media y trabajadora de catalana – o deberían
interesar.
Sin
embargo la estrategia política, aún arriesgada, está demostrando que ha calado
en una sociedad vencida, acosada de problemas, en la que las dificultades del
día a día han crecido –como lo han hecho en el conjunto de España-, por efectos
de la crisis económica y de una desastrosa gobernanza que ha llegado tarde y
mal al afrontamiento de los problemas reales de la sociedad.
Así
mientras en el resto de España se trata de hacer pagar la crisis a las clases
trabajadoras y medias, evitando cualquier atisbo de apuesta seria por parte de
la clase política y del gran capital. En Cataluña, se sacan de la manga la
historia del independentismo irredento para generar una falsa ilusión
colectiva. Pero entre tanto, ni en uno ni en otro lugar se está acometiendo la
crisis con auténtica justicia, con recortes en la estructura
político-administrativa (con reducción de ayuntamientos, eliminación de
diputaciones provinciales y cabildos, reconduciendo la autonomía insolidaria y
disgregadora por una autonomía administrativa competitiva). Y sobre todo, se
echa en falta, en estos momentos una auténtica visión de Estado una política
que una a los pueblos y tierras de España en una empresa común, sin la cual la
disolución parece servida por aventureros oportunistas.
España,
la actual España, necesita el esfuerzo de todos para salir de la crisis. No
puede presentarse en los foros internacionales, ni ante sus desleales socios
europeos dividida, reducida y esquilmada por una deriva equivocada de sus
Gobiernos, pues eso generará mayor desconfianza en nuestro pueblo, no creerán
en nuestra empresa colectiva –en la que parece no apostamos ni nosotros
mismos-, y desde luego, olvidémonos del crédito extranjero ante un presente
difuso y un futuro confuso. Todo ello, nos lleva a un indeseable naufragio
colectivo, del que posiblemente no se salvará ni Más, ni Cataluña; pues a fin
de cuentas, como dicen los pescadores con gran realismo: “lo que está en el cesto es pescado, el resto son peces en el mar.”
Al
propio tiempo que no son nada ejemplarizantes, como tampoco efectivos, los “viajes
de Estado” del presidente autonómico catalán –que tratando de emular ya su
dignidad estatal- gira a países extranjeros, como el último fiasco del viaje a
Rusia en el que el país receptor no le reconoció dignidad de jefe de Estado –pese
a las apariencias-, en el que no sólo hizo el ridículo sino que dilapidó el dinero de
los catalanes en momentos en que les falta. Mientras que si ese viaje se
hubiera hecho coordinado con el servicio exterior del Estado hubiera tenido
otra efectividad. De ahí, que se trate de una mera operación matemática de
sumar en vez de dividir, tanto en política interior como exterior.
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