domingo, 20 de septiembre de 2015

LAS FIESTAS TAURINAS: ¿UN ATAVISMO SOCIAL DESFASADO E INDOLENTE?


           Los festejos taurinos, en sus distintas modalidades, están recibiendo cada vez más el reproche social de extensos sectores de la población española que no ve estos acontecimientos como festejos por la crueldad que se inflige a los animales, en un sufrimiento sádico por diversión –por consiguiente innecesario, y por ello inmoral-, a los que se tortura impunemente hasta la muerte.
            Sin embargo, aún persisten grupos en nuestra sociedad que interpretan estos fenómenos como hechos culturales de nuestro colectivo social, con amplio fundamento tradicional. Aspecto, en el que aunque se pudiera reconocer en teoría tales afirmaciones, no podríamos compartir que por ello mismo se justificara su práctica actual, como tampoco se permite ya el antiguamente denominado “crimen de honor”, entre otras costumbres atávicas que el proceso de civilización ha ido rechazando como compatibles con la nueva sensibilidad social del progreso de los pueblos y la humanización de nuestra sociedad.

            Así resulta grotesco que una población pueda encontrar diversión en el despeño de una cabra desde el campanario de una iglesia, como en el acuchillamiento por múltiples lanzadas del “toro de la Vega”, o el correr con reses en un muelle junto al mar para provocar su caída y subsiguiente ahogamiento, o el antorchar con fuego los cuernos de los astados y correrlos por las calles produciéndoles quemaduras y todo tipo de barbaridades, y ello sin contar con la decapitación de gansos en cucañas veraniegas, y otras tantas salvajadas, que no tienen ningún tipo de justificación ética en pleno siglo XXI.
            Si bien, singular es la cuestión de la fiesta taurina, las típicas y tradicionales “corridas de toros” que tuvieron gran arraigo en la población española en otro tiempo, dado que en la actualidad se aprecia una decadencia en la que llegó a ser denominada “fiesta nacional”, donde el hombre y el toro se juegan la vida en torneo desigual, para diversión de un público que paga sustanciosas cantidades de dinero por asistir a este tipo de espectáculos (que mercantilizado mueve mucho dinero, incluidos los réditos tributarios que ingresan las arcas públicas).
            Sobre el espectáculo taurino se ha construido una particular subcultura (una estética, una jerga, un estilo de vivir la fiesta –recreándola con tertulias, y envolviéndola en las ferias locales-, con su colorido y particular animación, si bien cualquiera de esos valores quedan claramente subordinados al superior valor de la vida humana, e incluso de la vida animal). Tal es así, que en tal festejo se pone en riesgo seriamente la vida de los toreros intervinientes, al punto de haber cosechado muchas víctimas mortales en el curso de su historia, lo que éticamente no se justifica ni como medio de ganarse la vida, ni mucho menos como forma de diversión o festejo.
            Pero además, considerando el caso de la víctima fija del festejo: el toro de lidia, hay que considerar que su vida habría de merecer el respeto humano –como lo merece toda vida animal-, que sólo justificaría su sacrificio por necesidad (o sea, para consumo humano, como ocurre con otros animales que se sacrifican), pero en ese caso (que no es la mera diversión), el sacrificio se hace actualmente en los mataderos autorizados utilizando medios incruentos para evitar el sufrimiento del animal, pues ha resultado demostrado que los animales sufren (se estresan y padecen el dolor que se les inflige con punzadas, golpes, y no digamos nada con la pica a caballo que le hace desangrarse para perder fuerza y ser más manejable para la diversión).
            Además en las corridas de toros no sólo sufre el toro, también lo hacen los caballos de los picadores cuando se les hace evolucionar con los ojos vendados ante el griterío del coso taurino, cargados con unas pesadas y duras telas –que son su salvavidas de las envestidas de los toros, pues en la mayoría de los casos evitan las cornadas de los astados, pero en modo alguno lo hacen con el traumatismo habitual que reciben de las embestidas día tras día en su abdomen-.
            Por consiguiente, creemos que va siendo hora que alguien vaya poniendo sensatez y humanidad en esta serie de cuestiones, y se abandonen estas tradiciones, que por antiguas no son en sí mismas constructivas, sino atávicas y moralmente abyectas.

            

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