Llegó el día anunciado por el gobierno catalán para
la celebración de elecciones autonómicas, aunque el secesionismo catalanista lo
planteó como plebiscito encubierto, y tras una escalada emocional ha votado más
del 70% del censo, con el triunfo por escaños de los partidos secesionistas, en
tanto en cómputo de voto individual el secesionismo apenas pasa el 47%, frente
a algo más del 52% del voto constitucionalista.
Una
innecesaria tensión social que no logra sus objetivos políticos, en términos de
legalidad internacional (dado que como plebiscito no logró la mayoría del voto
de los ciudadanos catalanes), por tanto, con ese resultado aún escaso no parece
razonable lanzar la operación secesionista pues se aleja de los parámetros
convencionales de reconocimiento de una voluntad decidida de independencia, lo
que hace improbable cualquier eco de apoyo internacional de la aventura
catalana en su actual confección, por lo que no se explica la falta de entereza
política y altura de miras de los líderes secesionistas catalanes ocultando su
falta de triunfo plebiscitario y apostando por mantener la aventura
separatista, lo cual contrasta con la actitud de los líderes secesionistas
escoceses ante el referéndum del pasado año sobre la independencia escocesa, que
ante unos resultados análogos (55% de voto en contra) reconocieron la negativa
del pueblo escocés a seguir el proyecto cesesionista.
Pero al
propio tiempo, como unas elecciones autonómicas –que es lo que formalmente
eran-, la conformación de un gobierno con 62 escaños a la coalición Juntos por
el Sí (de CDC y ERC) –que por sí sola no logra la mayoría absoluta (68
escaños)- supone un notable retroceso de ambas fuerzas políticas que se ven en
la obligación de recurrir al apoyo de la CUP (que ha logrado 10 escaños) que le
impone de entrada unas condiciones de gobierno extremas: rechazando a Más como
presidente y proponiendo la desobediencia civil catalana ya, lo cual radicaliza
la política hasta niveles prácticos de insoportabilidad de los hipotéticos
socios de gobierno, pues CDC tradicionalmente es una opción política de
derechas catalanista en tanto que ERC lo es de izquierdas y la CUP de
posiciones anarco-comunistas, cuyo común denominador sólo parece ser la fuga de
España.
Por
otra parte, Arthur Más ha cavado su fosa política, pues con su derrotero
secesionista como única propuesta pública en el ejecutivo de la Generalidad ha
fracturado la vieja coalición de CIU (CDC y UDC), caído en votos – muchos de
los cuales parece que han recalado en las aguas de C´s, como voto útil moderado
de centro derecha, que junto con la fuga de votos del PP, parecen explicar el
súbito ascenso de la formación de Rivera-.
Pero
también cabe leer de los resultados el descalabro del PP catalán, que con su
política de confrontación centro – periferia ha colaborado a tensionar
inadecuadamente la convivencia y la política catalana, en vez de buscar
acercamientos en forma de diálogo, paciencia y soluciones ingeniosas (como las
que se dieron en la época de la transición política española, que determinaron
los logros de la misma), sobre todo ante la constatación de que un importante
sector de la ciudadanía catalana no se encuentra a gusto en los actuales
términos en que se está derivando la relación de gobierno territorial.
Acaso
esa haya de ser la gran lección de las urnas, en el sentido que pese al
abultado apoyo de las tesis independentistas, aún no son suficientes, dado que
hay una mayoría de catalanes que quieren seguir siendo españoles, y por
consiguiente no hay una justificación que legitime democrática y moralmente
ninguna aventura secesionista a día de hoy; pero ello no debe plantearse en
términos de derrota (que tampoco lo es, dado el alto índice de apoyo
secesionista), sino en términos de un replanteamiento de la cuestión, de buscar
fórmulas convergentes que refuercen los niveles de autonomía política e
identidad cultural y nacional, pero que también generen profundos lazos
cooperativos de integración, pues la vertebración cooperativa entre Cataluña y
el resto de España favorece a ambas, en una Europa Unida a la que concurrir
juntos para tener mayor influencia en las decisiones de la misma.
En este
punto, parece que se hace necesario retomar puentes de contacto, diálogo, con
el posible relevo de los interlocutores que se descalificaron e ignoraron
mutuamente, para poder avanzar con nuevos actores en el camino de un encuentro,
que posiblemente haya de llevar a la reforma del Título VIII de la
Constitución, e incluso como apunta el PSOE –que pese a las dificultades se ha
mantenido en Cataluña- a través de fórmulas federalistas que faciliten una
mejor amortiguación en las fricciones del poder político periférico y el poder
político central, propias del lance político ordinario. Todo ello antes que el inmovilismo
arrogante y frentista que hace más secesionistas catalanes que el propio
discurso de los líderes separatistas, y si alguien tiene alguna duda sólo basta
repasar los resultados electorales de la última década.
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