Este nuevo
doce de octubre, día de la fiesta nacional española, llega en pleno conflicto
secesionista catalán –como del anunciado vasco-, en el que se celebró un
referéndum ilegal, que según el gobierno español nunca se celebraría, y unas
elecciones plebiscitarias, que en ambigua lectura se han querido sólo ver como
autonómicas, en el que las fuerzas políticas catalanistas ganan en escaños del
parlamento catalán, aunque pierden en porcentaje de voto, planteando una
auténtica crisis de Estado, aunque el gobierno del Estado desde Madrid no
quiera verla.
El secesionismo catalán ha ido
creciendo de forma importante en la última década, sin que desde el gobierno
del Estado –necesitado de los votos nacionalistas para la gobernabilidad
española- se hiciera una lectura realista de los motivos que han ido llevando
progresivamente a numerosos sectores de la sociedad catalana a albergar la idea
de la independencia catalana y la consiguiente ruptura española.
Tal crecimiento del sentimiento
nacionalista catalán y vasco se ha simultaneado con un progresivo decrecimiento
del sentimiento nacional español, a veces disimulado desde el mismo poder del
Estado para no desagradar a los nacionalismos disolventes, sin tomar en
consideración la radical incompatibilidad que se iba fraguando entre ambas
posiciones, teniendo en cuenta que la única posibilidad de coexistencia
nacionalista territorial dentro del mismo Estado es la de un “nacionalismo
cooperativo” que exponiendo su diversidad cultural voluntariamente, de tal
forma, se incorpora al mosaico total del Estado-Nación que es la España
contemporánea. Sin embargo, esa opción –presente sólo al principio del proceso
autonómico- no ha sido la definitivamente escogida por las elites políticas
catalanas y vascas, ya que han optado por un “nacionalismo competitivo” (más
propio de la burguesía autóctona), al punto de acabar en una deriva
secesionista (tradicionalmente de posiciones de extrema izquierda antisistema,
que sin embargo, a día de hoy han abrazado casi un tercio de los catalanes –teniendo
en cuenta el absentismo habido en las últimas elecciones- aliándose contra
natura la derecha y la izquierda catalanista en una aventura secesionista).
Ante esta situación, es obvio que la
crisis política española está servida, en la forma de mayor gravedad pues
afecta al núcleo del Estado, a su integridad, a su existencia y continuidad
como tal, para lo cual un Ente Autonómico del Estado ha sido desleal con el
resto del Estado saltándose la legalidad constitucional vigente, arengando a la
sociedad catalana a una meta para cuyo logro no parecen reparar en límites
legales o condicionamientos de realismo político. ¡Todo emoción…!, ¡todo
utopía!.
En este contexto llegamos a la
celebración de la Fiesta Nacional, que en este país por resabios ideológicos,
gestados en la dictadura franquista, ha sido confundida por algunos sectores de
izquierdas como un remedo de las victoriosas paradas militares franquistas (de
vencedores sobre vencidos), al tiempo que el simbolismo patrio fue exaltado
inadecuadamente por grupos filofascistas de extrema derecha que sustentaban el
régimen de Franco, de ahí la reacción de una izquierda vencida y humillada de
rechazar cualquier tipo de simbolismo patriótico que recordara a la dictadura.
Pero como en otras muchas cuestiones
de la vida, en el término medio está la virtud, en presentar un nacionalismo
español cooperativo, integrativo en su diversidad cultural, que de fundamento –como
lo ha venido dando en los últimos siglos- a la Nación española con su identidad
y sus símbolos que le son propios, como reflejo de la patria común de todos los
españoles, empresa común que viene desempeñando una histórica labor secular de
ingente alcance cultural, que en la actualidad puede jugar un extraordinario
papel geoestratégico de puente entre Europa y Centro y Sudamérica, y en el área
económica entre la UE y Mercosur.
Nación que además, ha sabido leer de
sus éxitos y fracasos históricos, habiéndose constituido en una democracia
moderna, un Estado social y de derecho, sobre unos principios constitucionales
que recogen los derechos humanos y sociales reconocidos por las Cartas
constitucionales de los países más avanzados social, política y económicamente
de nuestro entorno.
Un Estado en el que todos los
territorios de España juntos, vienen a conjugarse para la mejor defensa de sus
intereses en la UE y en un mundo cada vez más globalizado, donde las alianzas
son necesarias para el progreso de los pueblos, en vez del aislacionismo
esencialista de determinados atavismos étnicos. Que además requiere su unión
para su participación en alianzas de defensa que garanticen la paz y el
progreso de las naciones en un contexto internacional casi siempre convulso por
intereses geoestratégicos y económicos dispares.
Un Estado que hacia el interior ha
de velar por el cumplimiento de los principios constitucionales –garantía de
convivencia pacífica entre los españoles-, lo que supone la necesidad de un
estatus de ciudadanía idéntico en todos los territorios del Estado que
garantice la igualdad de los ciudadanos.
Por todo ello, resulta
extremadamente necesario hacer pedagogía política en España sobre nuestro
proyecto común, nuestra identidad desde la diversidad de los pueblos y culturas
de España, para recuperar el sentimiento común que nos une, nos sostiene como
Nación y nos identifica ante el resto del mundo, al tiempo que hace de nuestro
país una sociedad libre, justa y avanzada cultural y científicamente, algo que
es mucho más que una “marca” mercantil. Y eso hay que celebrarlo, hay que dedicarle
espacios públicos para su acercamiento e identificación social que gane el
sentimiento de la ciudadanía, que nazca de la sociedad y en ella se
desenvuelva, mostrando los símbolos del Estado que dan consistencia y
existencia al mismo. Tal demostración es necesaria de ordinario, pero
especialmente un día en el que se festeje nuestra consistencia común, nuestra
entidad pública nacional ante el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario