Dicen que una de las peores cosas que le puede pasar a un músico en pleno concierto es que pierda las partituras. Y justo eso, es lo que parece que le está sucediendo al presidente Rajoy, en medio de la tempestad político-económica que tiene todos los visos de degenerar también en conflicto social.
Decimos esto porque muchos de los
que votaron hace unos meses al PP, e incluso de su militancia y base social,
empieza a no reconocer en Rajoy y en su Gobierno sus dignos representantes,
pues no reconocen en su acción de gobierno sus compromisos electorales que les
llevó a votarles. Esa alternativa diáfana a la que venía representando el
Gobierno socialista de Rodríguez Zapatero –que también se desinfló, al aplicar
medidas que no compartía ni su partido, ni su base electoral, por lo que fue reprobado
tan ampliamente en las urnas-.
Tras las primeras medidas
iniciales tomadas por el Gobierno de Rajoy que prometían un acotamiento y control de la crisis, al
evidenciarse que no se lograban sus propósitos, con la presión de la UE, el
acoso de los mercados, y el descontento de la calle, emprendió un errático
camino con medidas contrarias a sus promesas electorales (subida de impuestos
en el IRPF e IVA –ambos con claro castigo a las clases medias y trabajadoras-,
sin que por ello haya tocado la tributación al gran capital), su persistencia
contumaz aunque ambigua en los rescates a la banca; con el hundimiento más que
simbólico de uno de los reductos financieros controlados por el PP central en
el caso Bankia, que hizo que se elevaran los recelos de la UE sobre la
situación financiera española.
A partir de lo cual, con las
contradicciones sobre el rescate y el no rescate, sólo de la banda, también del
país, sí pero no; y vuelta a empezar. No ha hecho más que mostrar ambigüedad,
pérdida de sentido en el rumbo adecuado para salir de la crisis. De ahí lo del “banco
malo”, que al principio se negaba hasta el hartazgo por parte de los
responsables económicos del Gobierno, para actualmente instaurarlo.
Entre tanto, nuevo “palo” a los
empleados públicos, a los que tanto Beteta como el mismo Montoro no defendieron
a estos adecuadamente, sino que dieron señales equívocas sobre su eficacia y
laboriosidad para sembrar en la opinión pública la pertinencia de despidos
masivos y reducción de retribuciones en el sector, acrecentando el rechazo
público del Gobierno.
Pero en las escasas hipótesis de
reducción y ajuste de las Administraciones, en que prometieron para finales de
julio un reajuste de la Administración Local en nuestro país, no sólo no tuvo
el respaldo de su propio partido, sino que los barones autonómicos y alcaldes
populares le vetaron la medida.
Y por si todo esto fuera poco, en
el proceso de aplacamiento –que no retirada- de ETA en su nueva estrategia
política de toma de las instituciones vascas, se vuelven también sobre sus
propios pasos, y continúan la política de Zapatero –que tanto criticaron- de
acercamiento de presos etarras al país vasco, hasta el extremo de facilitar la
concesión del tercer grado y libertad al cruel carcelero del ex militante del
PP ex funcionario de prisiones Ortega Lara, que representa una auténtica “bofetada
sin manos” a las víctimas del terrorismo.
Además de ser incapaces de acabar
con los privilegios tributarios del País Vasco y Navarra, que ya ha
reivindicado para sí Cataluña, y el afrontamiento de una anticipada
confrontación electoral vasca que todo
hace pronosticar que ganarán las fuerzas políticas nacionalistas –separatistas (BILDU
incluido).
Ante todo este marasmo de
problemas económicos, políticos y sociales que comprometen a España como
Estado, lo último que se requiere es un Gobierno débil, contra las cuerdas,
acongojado, y sobre todo sin proyecto de Estado ni guión de salida de ambas
crisis. Pues, por más que lo lamentemos, eso es lo que actualmente transmite el
Gobierno de Rajoy, del que ya se habla en un diario nacional, que en breve va a
hacer relevos ministeriales, señalando claramente la salida de Montoro del
Gabinete. (¿?)
Mal síntoma para acometer el “Otoño
caliente” que se presenta con varias Autonomías en “quiebra técnica” y con
anunciada respuesta social, y que unido a la sintomatología de debilidad y
desorientación, antes comentada, todo parece apuntar a la conveniencia de
convocar un “Gobierno de Concentración” que dote de fortaleza la acción
política necesaria para acometer las reformas de Estado pendientes que den
estabilidad política, social y económica al mismo, con la consiguiente reforma
constitucional que cierre el nefasto mapa de gobernanza territorial en
permanente disputa y descoordinación con el Gobierno del Estado. De lo
contrario, nos espera un “abismo” de incierto pronóstico.
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