El final de Hugo Chavez, como el de cualquier otra
persona, no puede dejar de lamentarse, por cuanto supone de punto final a su
existencia, al menos en este mundo. Si bien, acaso sea el momento de hacer un
balance de biográfico de tal existencia. Siendo el balance de Hugo Chavez
cuanto menos complejo, y probablemente sujeto a polémica, por su controvertida
figura, que no daba lugar a equívoco, que como en este tipo de casos, genera
profundas devociones al tiempo que profundas antipatías.
De entrada no se puede soslayar que se trató de un
militar golpista, que en el golpe de Estado que llevó a cabo y que acabó en
fracaso, con él en la cárcel, y con cerca de seiscientos muertos. Algo que no
puede dejarse de lado, pues por muchas razones que esgrimiera para alzarse en
armas, hay un claro quebrantamiento de la legalidad constitucional, junto con
una profunda deslealtad al juramento de fidelidad prestado en el estamento
militar al que pertenecía, como depositario de las armas y con misión de
defensa, no de acceso ilegítimo al poder.
Sin embargo, en esas vueltas que la historia da, con
un rápido indulto alcanzó la libertad, y aprendiendo del error se dedicó a
poner de manifiesto las incoherencias del sistema político venezolano -por
entonces, uno de los más corruptos de Sudamérica-, posicionándose en una
defensa populista antisistema, que le llevó finalmente al poder por las urnas
en las que se instaló, ¡y de qué manera…!, pues generó un régimen político
según sus intereses, basado en una ideología populista anticapitalista, que
aunque reivindicó una dignidad nacional frente a la explotación del vecino del
Norte, lo hizo a un alto precio, cual fue el liberticidio que acabó implantando
en el país.
Así generó un régimen basado en una simbología
popular –que supo explotar con ahínco y acaso devoción- sobre la base del
recuerdo permanente de la figura del libertador nacional Simón Bolívar, de modo
que adjetivó a la República de Venezuela como “bolivariana”, en lo que
resultó un exitoso pretexto para aglutinar
a las masas populares en un particular patrioterismo –acaso de disparate para
la ortodoxia política-, pero que le reportó un gran apoyo popular, como lo
fueron también medidas expropiatorias de empresas extranjeras, y sobre todo
“poner pié en pared” ante los abusos económicos del capitalismo internacional.
Pero tal deriva, según le iba generando enemistades
internacionales del primer mundo, le iban acercando al tercer mundo,
especialmente a Cuba e incluso al mundo árabe, especialmente este último
representaba una extraña entente cordial con peligrosos compañeros de viaje del
terrorismo internacional (yihadistas, etarras, etc.), que le fueron presentando
como alguien poco de fiar en las actuales relaciones internacionales del
denominado mundo libre, que lo vincularon cada vez más con los hermanos Castro
en Cuba, con el Ecuador de Correa, con la Bolivia de Morales, e incluso con la
Argentina de los Kitchner, pues representaba bien la queja, el clamor de las
sociedades sudamericanas esquilmadas por el capitalismo central, como la
prolongación colonial periférica del antiguo Imperio Colonial del siglo XIX y
principio del XX.
En ese punto, sólo en ese punto, vino a asumir un
peculiar liderazgo en Sudamérica, en el que se encontraba cómodo. Mientras se
granjeaba la desconfianza de gran parte del poder mundial, especialmente de
EEUU.
Respecto de España, hay que reconocer que más allá
de cierta impertinencia personal antiprotocolaria (recordemos el incidente en
una Cumbre Iberoamericana con el Rey Juan Carlos, que fue el inicio del declive
de estos encuentros), sin embargo jugó sus cartas, con sus habituales “una de
cal, y otra de arena”, según sus particulares intereses, que pusieron de
relieve que no era amigo leal de la Nación española, especialmente por la
peculiar acogida que los fugados de ETA tenían bajo su amparo.
En el ámbito de la política interior, prometió más
de lo que hizo, al punto de ser un “habitual bocazas” con sus “prédicas
televisivas” –entre el esperpento más histriónico y la más elemental tomadura
de pelo-. Persiguió a la oposición, le cercenó derechos constitucionales –con
su particular constitución bolivariana-, cerró cualquier tipo de prensa libre
que le criticara, y no estuvo exento de denuncias de fraude electoral
(recordemos que también promovió incidentes con observadores electorales
internacionales, como el caso de la expulsión del eurodiputado español Luís
Herrero, etc.).
En cuanto al rédito de su mandato para su pueblo –que
en definitiva es cómo se ha de valorar a los mandatarios de los Estados- no
parece que sea muy positivo, pues hubo un retroceso económico en su conjunto en
Venezuela, junto con restricciones de libertades públicas y distorsiones
antidemocráticas en la participación política, y con ello Chavez implantó su
régimen con un stablishment político cuyo futuro está por determinar, y que
ahora –desaparecido el caudillo populista- pugnará con la oposición democrática
al régimen para mantener el poder. La cuestión es si se tratará de una pugna
legítima, democrática e igualitaria, o si será una pugna desigual mediante un
ejercicio bastardo de poder. En esto se abre un incierto futuro a Venezuela,
con un horizonte electoral incierto a corto plazo, y una evolución imprevisible
del régimen chavista –desaparecido Chavez-.
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