sábado, 1 de junio de 2013

EL DIFICIL GIRO ECLESIAL DEL PAPA FRANCISCO


Los creyentes creemos en la acción el Espíritu Santo, en tanto que asiste a su Iglesia, y siendo así, el hecho de la elección del Papa Francisco en el momento actual que vive la Iglesia resultaría providencial para la necesaria regeneración que tiene que hacer la Iglesia (según el diseño conciliar del Vaticano II, que se dejó en suspenso con los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI). Pero no perdamos de vista que un cambio pontifical no es suficiente para un cambio eclesial.
El Papa Francisco ha sorprendido a propios y extraños porque se distancia “años luz” de la idea del poder temporal de la Iglesia, y por ello, de los Pontificados preconcliares con lo que representaban de ostentación de dignidad y poder (en clara contradicción evangélica), y aún con los pontificados evolucionados postconciliares (más sencillos, pero que aún retenían esa aura pontifical de primado y vicario de Cristo que seguía dándoles cierto halo casi sobrenatural).
Sin embargo, Francisco ha puesto en la realidad a la cristiandad cuando se ha mostrado como un sencillo cura de pueblo (al estilo de Juan XXIII), de vida austera, de cercanía a sus parroquianos, en definitiva ha enfatizado la labor pastoral sobre la de gobierno, o la teológica; exhortando al sacerdocio –incluida la jerarquía- a practicar la pastoral y la “cura de almas”. Y en tal sentido ha querido manifestar su distanciamiento con las dignidades pontificales temporales, lo que nos llevaría a pensar que si el propio Papa relega la pompa vaticana, y todo lo que conlleva de poder temporal, de principado medieval, y sobre todo de “atrincheramiento doctrinal”, el resto de la Curia y de la Iglesia (pasando por la jerarquía) habría de hacer lo mismo.
Pero no nos engañemos, la condición humana es mezquina y por ello pecadora –en el sentido de apartarse del plan de Dios, revelado en el Evangelio de Cristo-, y por ello no parece que lo vaya a tener fácil este simpático Papa que se ha ganado al gran público con sus sencillos gestos, coherentes con el mensaje evangélico, pues la estructura curial como toda estructura de poder e influencia se resistirá –como lo ha venido haciendo- a cambios que supongan su pérdida de influencia.
Igualmente, la mayoría de la jerarquía eclesial (cardenales, arzobispos y obispos) ha sido elegida a lo largo del prolongado pontificado de Juan Pablo II con un acusado perfil conservador, dado que el Papa polaco (proveniente de un país de “catolicismo de catacumbas”, ante las injustas persecuciones comunistas, receló de las aperturas del Concilio Vaticano II y tuteló un corto desarrollo del mismo), además prescindió de las órdenes religiosas para el gobierno eclesial y se apoyó en el sector conservador del laicado (Opus Dei,  Neocatecumenales, y Comunión y Liberación, básicamente); por ello, el perfil del episcopado nombrado por Juan Pablo II fue esencialmente conservador –que entendieron el mensaje con mayor énfasis del supuesto giro conservador del pontífice-. Por su parte, el profesor Ratzinger (ulterior Benedicto XVI) continuó el “statu quo” vaticano que se había instaurado en más de dos décadas de su predecesor.
Por consiguiente, es de prever que las mayores resistencias y reservas intelectuales que haya de padecer el Papa Francisco (por más que en la Iglesia todo el mundo apele a la obediencia) es de suponer que vengan de la Curia romana y de la jerarquía episcopal (o sea, del stablishment de poder eclesial), que con la llegada del nuevo Papa no cesan –como ocurriría en cualquier sistema político, al cambiar el máximo representante gubernamental, cambia toda la estructura de poder-, pues en la Iglesia los ascensos conllevan un derecho de titularidad vitalicia (como si de una cátedra se tratara, o de un oficio funcionarial, estable, fijo, e inamovible) que se extiende hasta la edad de jubilación establecida (75 años).
Así ya puede decir el Papa de Roma lo que quiera (salvo en las cuestiones de la controvertida infalibilidad ex cátedra), que luego todo eso habrá de pasar por el tamiz de la jerarquía autóctona, incluidas las Conferencias Episcopales (nuevo reducto de poder de algunos jerarcas que parecen no haber entendido el sentido de diaconía –servicio- de sus puestos supuestamente vocacionales).

En conclusión, lamentablemente –salvo que se den circunstancias extraordinarias, o más propiamente providenciales- que nadie espere grandes cambios eclesiásticos por la propia iniciativa del nuevo Pontífice, más allá de una nueva estética y comportamiento personal que cuestione otros comportamientos y progresivamente vaya horadando estos.

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