El proyecto
de la UE se pone a prueba con la crisis griega, que más allá de una crisis
económica, pone de manifiesto una profunda crisis del modelo político de una
Europa unida, que no va más allá de las palabras y las buenas intenciones.
Además se pone de relieve que el
proyecto de UE –como federación política de Estados- no tiene un calado real,
más allá de los intereses económicos del gran capital europeo y políticos de
los grandes Estados de Europa, pues generado en base a tales intereses y
estructurado sobre una burocracia central, se ha despreocupado de la realidad
de vida de la ciudadanía europea, que ha ido viendo encarecer su coste de la
vida, así como el endeudamiento público y privado en una riada crediticia que ha
acabado por horadar el bienestar de la ciudadanía europea, so pretexto de
ayudas y mejoras que sólo han primado a las altas rentas, con el progresivo
deterioro de la clase media europea, todo ello dentro de unas marcadas
diferencias económicas y sociales entre los países del norte y del sur europeo,
sin que los plutócratas europeos hayan hecho nada real por nivelar esas
profundas diferencias que tensionan cada vez más los débiles hilos con que se
ha tejido este constructo político y económico continental que no acaba de “levantar
el vuelo” y cuyo descrédito cada vez es mayor en la propia opinión pública
europea.
Por otra parte, la UE no parece
haber sido capaz de abstraerse o precaverse de la gran ola globalizadora
mundial, que el gran capital internacional ha tejido arteramente para el
control de la economía mundial y la alocada competencia económica de países
distintos y distantes entre los que no puede haber escala comparativa, para así
obligar a bajas salariales, pérdidas de derechos sociales consolidados,
precarización del trabajo, limitación de la negociación colectiva, de la
normativa de salud laboral, etc., so pretexto de lograr una alocada
competitividad que está desmoronando los cimientos del orden socio-económico
europeo, antes conocido y reconocido como de los “Estados del bienestar” que
propiciaron la paz y el progreso europeo tras las guerras mundiales, y que
ahora se aboca a una profunda crisis económica, social y política con el caso
griego y el nefasto modelo neoliberal sobre el que se ha montado la estructura
económica de la UE.
En consecuencia, parece obvio que el
tratamiento de la crisis griega –que deviene de la crisis económica
internacional, que venimos padeciendo- debería haber sido tratado con más
cautela y solidaridad en el seno de la UE, en vez de mantener a toda costa el
orden económico socioliberal que impuesto de tal modo ha buscado
prioritariamente satisfacer a los intereses de los bancos y Estados acreedores de
Grecia, en vez de promover soluciones solidarias de mutualización de esa deuda,
como en el resto de los países deudores de la UE (Italia, Francia, España,
Irlanda y Portugal), que en este tiempo, y de esa forma de solución global
habrían superado los estragos de la crisis económica, en la que gran parte de
los actores económicos y políticos que reclaman el lícito cumplimiento de las
obligaciones de pago económicas, han sido actores activos en la gestación de la
propia crisis (por acción u omisión, de la primera forma promoviendo un
generalizado endeudamiento, asumiendo como válido el sistema de ausencia de
políticas de vivienda social en pro de la producción masiva de viviendas y su
venta a crédito hipotecario de la banca con los elevadísimos costes de
adquisición de vivienda y reducción de renta disponible para el consumo, junto
con el exponencial riesgo asumido por gran parte de la banca –como se ha visto-
y el consiguiente incremento de la deuda pública; y por omisión, porque
deberían de haber puesto coto a tal “orgía económica”, no haberse dejado
influir por los actores económicos y haber cortado esa tendencia con la
activación de políticas efectivas de vivienda social, y desarrollo de controles
económicos y financieros que o no existieron o no funcionaron).
Sin embargo, frente a esas
propuestas imaginativas, solidarias, integradoras, se ha ido a la directa
exigencia del cumplimiento legal de las obligaciones contraídas, aún a
sabiendas de su escasa viabilidad, o incluso del sufrimiento social que ello
suponía, acompañado de anuncios temerosos sobre el futuro caos que se ceñía
sobre todos si no se cumplían las recetas económicas de los “gurús financieros”,
que por otra parte se han evidenciado escasas en la solución del problema y de
altísimo coste político y social, al punto de poner a sociedades enteras “de rodillas” ante sus acreedores, que como
en el caso de Grecia han dicho ¡basta ya…!.
Claro que ante esta salida de Grecia
por vía del impago –a la que se ha visto forzada por mor de los duros
requisitos de pago impuestos por la UE- la reacción inmediata es la de cierre
del crédito al país heleno con el más que probable colapso económico y social
de este, que acabará por abandonar el euro y la propia UE, con la repercusión
negativa que ello supondrá en el resto de los Estados de la UE, especialmente
los que están luchando por salir a flote (España, Italia, Portugal, Irlanda y
Francia), así como por parte de los que han sido acreedores de la deuda griega,
entre ellos España (con un agujero estimado en unos 30.000 millones de euros,
de nuevo un caso análogo al del agujero de las Cajas de Ahorro, que generarán
importantes distorsiones en la precaria economía nacional).
De ahí, que nos preguntemos si no
hubiera sido mejor otra alternativa más solidaria con Grecia –que indirectamente
también lo es con la propia UE-, habiendo salido con soluciones de
mutualización de deuda pública por parte de la UE, que habría mejor resultado a
la salida de este problema evitándose el marasmo subsiguiente en el entorno de
la UE.
Nuevo capítulo, pues que pone de
relieve el artificioso constructo de la UE cuyo estado presente y futuro se va
a resentir ostensiblemente por desprestigio de bloque real, y por desafección
de la propia ciudadanía europea, que aprecia que a la hora de la verdad, de la
necesidad ante una grave crisis se muestra un mecanismo ineficaz, pese a lo
costoso que resulta en cargos políticos y burocracia que no han estado a la
altura de las circunstancias.
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