“¡Oh tempora, oh mores!”. Desde el recuerdo del acceso del PSOE al Gobierno de España, hace
treinta años, contemplamos el actual desmoronamiento del principal partido de
la oposición, que durante tantos años fue hegemónico en el poder político central,
autonómico y local, escuálida sombra de lo que fue.
Precisamente en una semana en que los
socialistas de nuestro país están haciendo la “mala digestión” de las últimas
elecciones vascas y gallegas, en la primera de las cuales perdieron el
gobierno, y en las segundas tuvieron un auténtico abandono del electorado, con
crisis interna subsiguiente por la ausencia de un mínimo liderazgo de la
Dirección socialista gallega. Todo lo cual, se carga en la “cuenta” de
Rubalcaba como fracaso del liderazgo que la Dirección socialista nacional tiene,
pese a su reciente elección en el Congreso de Sevilla, que no parece aguantar
si quiera el transcurso del año, pues la cita electoral catalana puede ser
determinante en una crisis interna del socialismo español, que se encuentra
desnortado y a la deriva, tras el destrozo sufrido por el “zapaterismo” –del que
formaba parte destacada el propio Rubalcaba-.
Rubalcaba
en su proverbial habilidad para manejar bien los resortes del Congreso y ganarlo a favor del stablisment socialista, el
mismo que aupó a Zapatero a la secretaría general del partido, y posteriormente
a la presidencia del gobierno de España, y que tan nefastos resultados ha
traído en tales ámbitos, pues si desde el Gobierno negó una “crisis de caballo”,
desde el partido, con su insustancialidad dio lugar a una indeseable fisura
interna cainista entre el aparato guerrista que había gobernado el partido
décadas, y los arribistas de nueva hornada que se autosignificaban como “zapateristas”,
que han durado lo que el propio Zapatero, salvo algún astuto recolocado, al
albur de la continuidad de Rubalcaba.
Pero el problema es que la actual formulación
de la marca socialista hispana no vende en un electorado escamado de las
ambigüedades, del lenguaje posibilista, del todo vale para seguir en el poder,
y sobre todo en medio del cabreo de la crisis que fue incapaz de atisbar el
Gobierno socialista en que estaba el mismo Rubalcaba, junto a Zapatero, por más
que se quiera ahora desmarcar de su recuerdo. Y en el ámbito interno, las
sucesivas pérdidas de poder están haciendo saltar las “cuentas pendientes” en
un partido en que la democracia interna apenas existe –pues cuando se ha dado
de forma forzada, se ha acabado por asfixiar evitando su progreso práctico-, de
ahí que esté creciendo la crítica interna hasta niveles incontenibles (como
expresa la plataforma socialismo 3.0 en la red).
Pero, ¿qué le ha pasado al PSOE para
desperdiciar su gran caudal de votantes?.
Ni más ni menos, que su distanciamiento de la sociedad, su instalación
en sus propias cosas (como la toma del partido por gran parte de sus cargos
públicos como fórmula de empleo permanente, en vez de como medio de servicio a
la sociedad), la corrupción tampoco se haya lejos de ello –aunque el grave
momento pasó en la última etapa de Felipe González, habiéndose amortizado el
efecto en gran medida con Zapatero-, pero sobre todo la frivolidad política de
Zapatero, sus ocurrencias, sus imprevisiones, acabaron por hacer el resto, que
ha sido rematado por la crisis económica que tampoco supo detectar ni
amortiguar.
A todo lo anterior, habría que sumar la
pérdida de identidad de la propia izquierda europea, de una socialdemocracia
que tiene que retomar ideológicamente su rumbo adaptándolo a las actuales
circunstancias de una crisis –que si antes se perdió la identidad de la propia
clase trabajadora en una difusa clase media- , se está llevando a la clase
media a un sacrificio sin precedentes, ante lo cual la socialdemocracia tendría
mucho que decir en la defensa de los intereses de esta importante capa social,
del Estado del Bienestar garantía de la justicia social, que sin que nadie lo
defienda –ante el anonadamiento del cuadre de las cuentas del Estado y del pago
de la deuda-. Así el que sea capaz de elaborar un discurso político en esa
orientación tendrá un buen eco y una excepcional recepción en nuestro país.
Pero para ello, habrá que empezar a reconsiderar la estructura estatal desde su
base, prácticamente en una refundación que lo simplifique y lo haga viable,
para lo cual, los políticos –también el PSOE- tendrá que saber y poder
sacrificar intereses concretos e inmediatos para poder alcanzar de nuevo la
confianza de gran parte del pueblo español, como sucedió hace tres décadas,
aunque ello también pase por nuevos líderes –que no quemados- se ganen
progresivamente la confianza del electorado con su palabra y decidida acción
coherente con unos objetivos realmente sociales, sin servidumbres pasadas, ni
geopolíticas, ni territoriales que valgan.
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