domingo, 28 de agosto de 2016

EXTENUANTE, LENTO E INEFICAZ PROCESO DE FORMACIÓN DE GOBIERNO


        Tras la forzada repetición de elecciones, debidas a la falta de flexibilidad para el diálogo y entendimiento de los actores políticos (razonable y necesario en toda democracia moderna), seguimos en la encrucijada de un dificultoso proceso de investidura que está desgastando públicamente a sus propios protagonistas, y lo que es peor, desacreditando al propio sistema político nacido de la transición, que se nos presentó como modélico y ejemplar fórmula de entendimiento y funcionamiento político.
         De forma análoga, a como hiciera Pedro Sánchez (PSOE) en el anterior proceso electoral fallido, Mariano Rajoy (PP) se someterá al proceso de investidura –sin que parezca tener asegurado el suficiente apoyo parlamentario-, lo que genera grandes dudas sobre su viabilidad, dado que necesita el apoyo del PSOE (que en el proceso anterior, no tuvo el apoyo del PP) que viene reiterando públicamente su negativa a otorgarlo, si quiera fuese una timorata, pero necesaria abstención; so pena, de ponerse en manos de los independentistas, lo cual podría ser el principio del fin del Estado español, por sus conocidas pretensiones separatistas.
         En medio de todo ello, no faltan los discursos falaces que demandan que se deje gobernar al ganador de las elecciones, pese a saberse que no se trata de un sistema mayoritario, sino proporcional parlamentario, en el que el votante sólo elige diputados (siendo estos los que han de ponerse de acuerdo para conformar gobierno).
         Por consiguiente, más allá de estos “falsos reclamos”, tras las segundas elecciones (en las que el voto ha estado repartido, a diferencia de ocasiones anteriores), resulta evidente que este sistema conlleva el necesario diálogo y la subsiguiente negociación para lograr dos objetivos básicos: de un lado, la investidura de gobierno, y de otro, un apoyo más o menos estable en su ejecutoria durante un periodo estimable de la inicial legislatura. Actualmente, no valen actitudes prepotentes (como las de antaño, en quien ostentó las diversas mayorías absolutas), tampoco el apuntalamiento con unos pocos escaños, dado que las fuerzas mayoritarias han resultado menguadas en su dimensión y fuerza política en la Cámara. Todo lo cual, conllevaría a buscar un cierto sincretismo político (en los respectivos programas políticos pretendidos) que sobre un común denominador de mínimos sostuviera la acción gubernamental. Sin embargo, nada de eso se ha observado, ni en la anterior elección, ni en esta. Han sobrado en ambas, inoportunas estratagemas individualistas, personalismos impenitentes, visión corta y estrecha de la jugada partidista por encima de los intereses estatales, etc. Algo, que si está mal en un primer intento, no tiene la menor justificación en el segundo proceso electoral.
         Actualmente, la complejidad de la vida política española ha crecido con nuevos actores, si bien, a grandes rasgos se pueden reagrupar según sus posicionamientos políticos en el tradicional “eje: derechas – izquierdas”; y sobre dichas afinidades ideológicas hablar, negociar hasta el entendimiento que conforme una mayoría viable de gobierno. Pero, en el caso español, la complejidad viene por el concurso de un nuevo “eje: constitucionalistas – separatistas (que en Cataluña, País Vasco y Galicia, se entremezcla en el arco del eje: derechas – izquierdas). De tal forma que el fraccionamiento de las fuerzas políticas del Congreso en esos dos ejes políticos (derechas-izquierdas / constitucionalistas –separatistas) imprime una extraordinaria dificultad al entendimiento, so pena de exigirles a algunos de los partidos en liza, esfuerzos cuasi contra natura de renuncias a sus mismas esencias políticas (dada la diferente pretensión política, económica y social de los partidos de derechas respecto de los de izquierdas; o de los constitucionalistas respecto de los soberanistas).

         Por tanto, da que pensar que estamos en un atasco crítico para el Estado, en el que habría que mirar más allá de lo acaecido y repetido por dos veces (cuya reiteración al año, en unos terceros comicios, sería poco edificante para el propio sistema político español), de forma que estaríamos ante una “crisis política” de envergadura, cuya salida habría de llevar a un pacto de Estado entre los partidos responsables (necesariamente del “eje: derechas – izquierdas”), no sólo para desbloquear la investidura, sino para un cambio profundo del propio sistema político constitucional (cuyos fallos en la actualidad son manifiestos, dado que nada impide que se sigan repitiendo este tipo de situaciones, con la consiguiente inestabilidad política y muy probable “crisis del Estado” ante la beligerancia del secesionismo operante). De tal modo, que se pacte una reforma constitucional, con la consiguiente reforma de la ley electoral, que evite situaciones de colapso político-constitucional, como la presente; y la deriva disgregatoria y territorial de un Estado que se ha estado progresivamente desmontando y entregando por fases a un modelo autonómico cuyos resultados se vienen evidenciando nefastos en diversos ámbitos y no sólo identitarios de la realidad nacional española, sino también de gestión político-caciquil y proliferación de privilegios territoriales inasumibles en un Estado democrático moderno y social. 

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